Rusia Hoy entrevista al autor Zajar Prilepin, el “Hemingway de las letras rusas”. Fuente: ITAR-TASS
Su primera novela, Patologías, ha sido también la primera en traducirse al español. ¿Cómo la ve, con la perspectiva del tiempo?
Creo que es un buen libro, aunque supiera mucho menos de lo que sé hoy. Pero, por eso, gana en inmediatez y desolación. Por lo demás, procuro no volver a leerlo.
Ha declarado que Patologías empezó como una historia de amor pero que luego el tema de la guerra ganó protagonismo. ¿Cómo influye la guerra en los sentimientos amorosos?
No creo que la participación en la guerra afecte necesariamente el sentimiento amoroso, depende de la persona. La novela trata de alguien que no posee nada: ni un amor, ni una tierra… ni siquiera un perro. Si quiere poseer algo se lo arrebatan. Es mi libro más religioso.
Zajar Prilepin (Riazán, 1975) estudió literatura en la Universidad de Nizhni Nóvgorod y se graduó en la Escuela de Política Pública. Trabajó como embalador, guardia de seguridad y periodista antes de enrolarse en las Fuerzas Especiales del Ejército ruso. En 1996 y 1999 participó como capitán en distintas acciones armadas en Chechenia. Tras abandonar el ejército, Prilepin ha participado activamente en el movimiento "La otra Rusia", una coalición de partidos políticos, organizaciones de derechos humanos y activistas a favor de la democracia. Ha sido arrestado en numerosas ocasiones por sus críticas al gobierno de Putin y por su militancia en el ilegalizado Partido Nacional Bolchevique, fundado por el escritor Eduard Limónov. Considerado uno de los jóvenes escritores rusos con más talento, Prilepin ha ganado los más prestigiosos premios literarios de su país y sus libros han sido traducidos a más de quince idiomas. Colabora habitualmente con los principales periódicos rusos y es el editor de Nóvaya Gazeta en Nizhni Nóvgorod, ciudad donde actualmente reside junto a su mujer y sus cuatro hijos.
El personaje central está construido a partir de fragmentos (el antes, el durante y el después de la guerra en Chechenia). ¿Invita al lector a completar ese retrato?
No es necesariamente un retrato. Se trata de un personaje que aún carece de un retrato. La guerra reconfigura a quienes participan en ella: te puede acabar de completar como persona o quebrarte definitivamente. O bien puede hacerte persona primero y matarte después, o matarte antes de haberte hecho persona.
Otros aspectos de Patologías son el negocio que hay detrás de la guerra o la participación de gente muy joven en primera línea. ¿Cómo valora la situación actual del ejército ruso?
La guerra ha sido siempre un negocio y en ella siempre ha participado gente muy joven, consciente de que su papel no es menor que el de los adultos. Aunque si estuviera en manos únicamente de mujeres o ancianos no sería, créame, menos sangrienta. Además del negocio y de la superación de la juventud, en la guerra ocurren muchas más cosas. A veces las personas se convierten en titanes o semidioses, y eso fascina. Buena parte de la mitología mundial nace de las guerras. Y esa máquina de crear mitos continúa, lo he visto con mis propios ojos. En cuanto al ejército ruso, éste continúa en un proceso de deterioro. Por lo demás, incluso en su actual estado, el ejército ruso es capaz, por ejemplo, de unir cualquiera de las repúblicas de la antigua Unión Soviética en un plazo muy breve. Pero no lo hace por la felicidad universal.
Desde la publicación de Patologías, sus apariciones públicas han sido muy frecuentes. ¿El escritor no tiene más remedio que exponerse en blogs, entrevistas, ferias para tener lectores?
No sé si es la única manera de llegar al lector, pero siento que es parte del trabajo. Si creyera que funciona la modalidad del escritor aislado -como en el caso de Salinger, en el pasado, o Pelevin, en la actualidad- estaría encantado de encerrarme y no encontrarme con nadie. Pero por ahora observo que tres apariciones en televisión se traducen en un incremento de ventas de mis libros. Por eso, de vez en cuando, me asomo por la pequeña pantalla.
El hecho de vivir y crear en Nizhni Nóvgorod, fuera del centro de poder político y económico, ¿se puede entender como un acto de resistencia? ¿Sus libros serían distintos si no estuvieran creados en la periferia?
No lo veo como una forma de protesta. Me gusta vivir en el pueblo, sin teléfono móvil, ni internet, ni televisión. Pero sí que hay miopía en la gran ciudad: los habitantes de Moscú, que se comunican por Facebook y frecuentan los cafés de moda, se creen la quintaesencia de Rusia, como si al margen de su círculo no hubiera más vida. No sé cómo serían mis libros si viviera en Moscú. Lo cierto es que tengo 38 años y hace tiempo que me formé como persona y tengo mi propia visión de la vida. Lo que tengo claro es que en Moscú tendría menos tiempo para trabajar, es una ciudad que devora tu tiempo en tonterías.
De usted dijo un colega que siempre está en la primera línea. ¿Es algo que a la larga desgasta o, por el contrario, es un estímulo?
A veces me retiro a la retaguardia. Me quedo en el pueblo y ni siquiera escribo columnas para la prensa. Pero es cierto que, de un modo u otro, he acabado generando algunas polémicas y participando en acciones políticas. Pero no es premeditado. Simplemente, la vida te arrastra constantemente a su remolino, y yo no opongo mucha resistencia.
¿Cómo ha vivido la adaptación cinematográfica de uno de sus libros, a cargo del director Alekséi Uchitel? ¿Se ha plantado escribir algún guión?
No escribiré guiones por la sencilla razón de que un guión se utiliza una vez, es material desechable, nadie vuelve a él para reformularlo. Quiero escribir textos que se puedan leer una vez cada diez años y que, en cada ocasión, se encuentren nuevas resonancias, como en la buena música. Lo único que me interesa de las adaptaciones cinematográficas es que, después de ver la película, habrá cierto número de espectadores que sientan curiosidad por el libro en el que está basada, irán a comprarlo y descubrirán cómo era en realidad la historia.
Sin embargo, respeto incondicionalmente la profesión de director de cine y actor. Lo observo con sorpresa y algo de envidia. No soy un experto en el tema, me cuesta comprender cómo del desbarajuste y el trajín de un plató surge un cine tan refinado. Uchitel es uno de los pocos "magos" que conozco. Hace un movimiento de manos, da unos pasos, y surge El cosmos como presentimiento o Diario de una mujer, auténticas obras de arte. Espero que Bosmyorka figure en esta lista.
¿Qué le parecen las polémicas por las que Rusia aparece en los noticiarios internacionales, como las fricciones diplomáticas con los Estados Unidos o, recientemente, los derechos del colectivo LGBT (comunidad lésbica, gay, bisexual y transexual)?
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Creo que no existe un verdadero problema con los homosexuales en Rusia. Conozco a mucha gente con esa orientación sexual que vive su vida sin dificultades y no me parece que haya que hacer una ideología de eso. En el mundo hay cientos de problemas más terribles: la ecología, por ejemplo. En Rusia se extinguen los pueblos. Ciudades enteras en las que se cierran empresas, se degradan. Y miles de personas están enganchadas a las drogas y mueren.
Hablamos mucho de marchas y celebraciones de homosexuales, pero hay más temas de debate. En Rusia se fundó el Partido Nacional Bolchevique, encabezado por Eduard Limónov y del que yo formé parte. Luego lo prohibieron y apareció la coalición “Otra Rusia”, de nuevo liderada por Limónov y con la que también participo. Más de 120 de nuestros militantes han pasado por prisión, muchos todavía están presos. Otros miles han sido sometidos a detenciones administrativas y centenares han sufrido maltratos. Es un tema del que no gusta hablar en Occidente… Lo que sí me preocupa es que un país afirme que otro posee armas químicas y le sirva de excusa para bombardearlo.
¿Le molesta que las Olimpiadas de Sochi 2014 sean las más caras de la historia?
A mí, como a cualquier otra persona, le disgusta que roben con ese pretexto. Pero ¿acaso no se organizan eventos deportivos en Estados Unidos o Japón? ¿Se sufragan con fondos residuales? ¿No se construyen estadios o pistas de esquí?
Las Olimpiadas son una manera, como otra cualquiera, de sacar músculo y de demostrar poderío. En cuanto a la "grandeza", a la que se aplica con tanto esmero el señor Putin, es comprensible: al país no se le respeta, sólo comercia con petróleo, no crea nada.
Los rusos, aunque no se organizaran estas Olimpiadas, no verían ese dinero, de todos modos. Se gastaría en el extranjero, en la compra de yates privados. Así que, adelante, que hagan sus Olimpiadas, que nosotros pensaremos en cómo hacer nuestra revolución
El libro de Emmanuel Carrère, Limónov, en el que a usted le definen como "lo contrario del fascista brutal, y también lo opuesto al dandi decadente", ha dado a conocer en España no sólo al Limónov-político sino también al Limónov-escritor. ¿Qué opinión tiene de la forma en que Carrère se ha aproximado a Rusia?
Bueno, espero que haya ese interés en España. En muchos países occidentales ya hay una opinión formada con respecto a tal o cual tema, y cambiarla es sumamente difícil. Por ejemplo, en Alemania el libro de Carrère tuvo mucho éxito, pero no han publicado las obras de Limónov.
Le pregunté a un amigo alemán que trabaja en el mundo editorial: "¿Cómo es eso? ¿Leéis sobre Limónov pero no a Limónov?". Me respondió: "Todo el mundo sabe que Limónov es un radical y nadie quiere vincularse con eso". ¿Son esas las personas que dan lecciones de libertad a Rusia? Es ridículo. En Rusia, hoy se puede editar cualquier libro de un escritor, sea éste de izquierdas o de derechas, ultraliberal o extremista.
El lector tiene derecho a leerlo y formarse su propia opinión. En tiempos de Jruschov, acosaron a Borís Pasternak por publicar en Occidente El doctor Zhivago, todavía inédita en la Unión Soviética. Los periódicos soviéticos publicaron cartas falsas, como si las hubieran escrito obreros y campesinos, en las que se decía: "No he leído a Pasternak, pero lo condeno". Cuando la Unión Soviética colapsó, muchos en Occidente ironizaban sobre esto: "¡Oh, qué engañado tenían al pueblo las autoridades soviéticas!". Pero en muchos países occidentales la situación es idéntica. A Limónov lo publican muy poco, casi nadie lo lee, pero todo aquel que se considere una "persona decente" dirá que lo condena porque alguna vez oyó que en el conflicto de la antigua Yugoslavia se puso del lado de los serbios.
El libro de Carrère está bien porque el autor se impuso la tarea de observar a Limónov no desde una postura de clara reprobación sino con la voluntad de entenderlo. Lo que no me gusta del libro es que cuenta con sus propias palabras, y de una manera elemental, una serie de novelas de Limónov, considerando las tramas novelescas como la biografía real de Limónov.
Además, comete errores de bulto al escribir sobre Rusia. Sin embargo, el primer y el último capítulos del libro, cuando Carrère comparte sus propias percepciones, son espléndidos. Por estos dos capítulos se le pueden perdonar muchas cosas.
¿Cómo es su relación con los lectores más jóvenes?
Recibo muchas cartas suyas y, a lo largo del año, celebraré varios encuentros con estudiantes. Tengo la sensación de que todavía hay un vínculo entre los escritores y la generación más joven… aunque, por lo general, la gente no empieza a leer en serio hasta los treinta. O no empiezan. Son muy pocos los que lo hacen antes.
En realidad, todo el mundo ha decidido que leer Facebook, por alguna razón, es mucho más importante. Sí, el mundo está sufriendo una epidemia de lectura: todos están en las redes sociales y leen. La cuestión es que despilfarran horas, días, semanas leyendo absolutas tonterías.
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¿Qué le supone ser padre de cuatro hijos? ¿Cómo le afecta e inspira en su labor literaria?
Para alimentar a mis hijos tengo que trabajar y escribir mucho. En eso es en lo que más me influye… Hablando un poco más en serio, se puede decir que entiendo algo más sobre la familia, los niños y la mujer que cualquiera de mis colegas que no tienen esa experiencia.
Chechenia, mi partido extremista, mis hijos... son mi reserva. No sufro en absoluto los tormentos de la creación, en cualquier momento puedo sentarme a escribir sobre uno de estos temas porque tengo todas estas vivencias almacenadas en mi interior.
Después de Patologías, ¿qué libro suyo recomendaría a continuación a los lectores en español? ¿Y de otro autor ruso?
Estaría bien que siguieran leyendo mis libros por el orden en que fueron escritos. Mi segunda novela se titula Sanka y sus protagonistas son jóvenes revolucionarios y radicales rusos. Así tendrían la posibilidad de comprenderlos y, de paso, comparar su descontento y agresividad con la de los adolescentes españoles y latinoamericanos. En cuanto a otros autores, recomiendo prestar atención a la obra de Aleksandr Terejov, especialmente las novelas El puente de piedra y Los alemanes. Traduzcan cualquiera de estas dos obras. El de Terejov es un nombre en la línea de Tolstói, Dostoievski, Bulgákov, Platónov, Nabókov… Es un gran escritor ruso.
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