Razones y sinrazones de Rusia para congelar las negociaciones del clima

Fuente: Getty Images / Fotobank

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Tras años de desprecio, los países parecen comprometerse al fin con la lucha climática. A los anuncios individuales y los guiños bilaterales se suman las conversaciones multilaterales para el acuerdo más ambicioso de la historia. Pero hay un obstáculo: la obsesión de Rusia con las reglas de juego. ¿Son sensatas sus razones? ¿Cuáles son las consecuencias?

En la lucha global contra el cambio climático los acuerdos multilaterales son el resultado de  negociaciones complejas que se extienden usualmente a lo largo de varias cumbres. Algunas conferencias constituyen, sin embargo, puntos de inflexión. 

La última reunión, celebrada en Bonn en junio, es una de ellas: el foro ha dejado en punto muerto las negociaciones del clima, poniendo en cuestión su desarrollo futuro. Pese al obligado optimismo oficial de la Convención Marco de la ONU en este tema, en la lucha internacional contra el calentamiento todo está, convienen los analistas, donde se dejó allí. Actor protagónico, a la Federación no le ha temblado el pulso para poner en peligro la concreción del tratado más ambicioso de la historia.  

Naciones Unidas daba en Alemania el pistoletazo de salida a las discusiones para construir el primer acuerdo universalmente vinculante sobre cambio climático. El pacto, que debe estar listo para 2015 y entrar en vigor en 2020, es mucho más que de un tercer Kioto. Está llamado a incluir a todos los grandes emisores para evitar el cambio climático que se considera peligroso. Todo un hito. 

Las siguientes cumbres

Quedan cinco conferencias antes de que se venza el plazo de 2015. La próxima será en Varsovia, en noviembre. La ronda de negociaciones del año que viene se celebrará en América Latina. Venezuela albergará la pre-COP en junio; Perú, la COP en diciembre, según anunció la presidenta de la UNFCCC, la costarricense Christiana Figueres. Quedará solo un año.

Salvo para Moscú. Acompañada por Ucrania y Bielorrusia, Rusia bloqueó el funcionamiento de uno de los tres grupos de la cumbre de Bonn. Este tiró la toalla sin ser capaz siquiera de empezar la discusión sustantiva. El futuro de las negociaciones en los próximos foros está seriamente lastimado. 

Desde Rusia con rencor 

La Federación pedía en Bonn introducir en la agenda el debate sobre las reglas de procedimiento de las negociaciones internacionales, dolida por lo ocurrido en Doha en diciembre pasado. Allí, el presidente catarí de la conferencia aprobó el acuerdo ignorando las objeciones de Rusia y sus dos aliados.  

El tema de fondo era la transferencia de derechos de emisión del primer al segundo periodo del Protocolo de Kioto. A lo largo del primero, Rusia había acumulado un volumen muy amplio de derechos. Aunque no renovó Kioto, Moscú aspiraba a conservarlos, tanto para disfrutar de un margen como para venderlos. 

Pasando por alto la oposición rusa, el presidente catarí sacó adelante el acuerdo. Entre otros aspectos, Rusia perdía sus derechos de emisión, expirados en diciembre. Moscú está que trina.  “¿Por qué se pospone debatir sobre algo tan urgente e importante como las propias reglas? No queremos participar en juegos sucios, da igual cuánto nos acusen de bloquear el juego”, avisaba el representante ruso, Oleg Shamánov. 

Aire caliente 

Pero, aparte de sus antiguos vecinos soviéticos, nadie respalda a Rusia. Su exigencia sobre los derechos de emisión es blanco de durísimas críticas. Para la mayoría, la Federación no merecía ese beneficio, porque los derechos (conocidos como aire caliente) no se debían a un esfuerzo deliberado, sino al simple colapso de la Unión Soviética. En lugar de exigir un premio, Moscú debería haber luchado activamente contra el cambio climático. 

Wael Hmaidan, director de la Plataforma de Acción Climática, una red global compuesta por 850 ONGs, evita los rodeos. “La reclamación no es aceptable porque.... el crédito se concede en función del esfuerzo”, explica. Y añade, “estamos pidiendo un esfuerzo a todos los países, incluidos los más pobres... Rusia está por encima de estos países en términos de desarrollo. No puede tener barra libre”. 

¿Qué significa “Naciones Unidas”? 

Rabiosamente actual y dramáticamente compleja, la discusión más agria trasciende, no obstante, los bordes de las conferencias de Doha y Bonn. ¿Cómo demonios se gobiernan las negociaciones del clima? ¿Cómo se decide que están de acuerdo cerca de 200 países? ¿Qué carajo significa el término “Naciones Unidas”? 

La respuesta está sembrada de minas. Las negociaciones del clima operan con las mismas reglas desde hace 20 años. En ellas, los acuerdos se aprueban por consenso y no por la fórmula más formal de la unanimidad. El consenso es particularmente ambiguo: es el presidente de cada cumbre quien golpea la mesa cuando interpreta que existe. 

Ambigua ingenuidad

Mientras los delegados rusos peleaban en Bonn, el Ministro de Desarrollo Económico, Oleg Pluzhnikov, aseguraba en Moscú que “la lucha contra el cambio climático no hace parte de las 50 mayores prioridades del país”. Aunque el gobierno ha puesto en marcha políticas que inciden de manera directa e indirecta en el cambio climático, pensar en este como un centro gravitacional de la política rusa resulta, según Pluzhnikov, “prematuro y, francamente, un poco ingenuo”. Lo contrario, seriamente, de lo que indica el clima.

En principio, Rusia reclama simplemente aclarar el gris procedimiento. En realidad, en cambio, parece ser partidaria de la aplicación universal del derecho de veto. 

La demanda tiene trampa. En primer lugar, por impracticable. Casi todos los países han expresado simpatía con la idea intuitivamente razonable y legítima de clarificar los procesos. Pero aunque todos quieren despejar cualquier atisbo duda sobre las reglas de juego, todos se oponen a entrar en un debate con tantísimos resquicios y tan delicado que podría resultar sencillamente interminable.  

En segundo lugar, por la exhibición sin tapujos de una doble moral. Rusia está acostumbrada a vetar lo que no quiere en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Y quiere hacer lo mismo. Lo que no parece exigir, sin embargo, es que el Consejo se disuelva, abordándose todos los temas en la Asamblea, o que en ésta todos disfruten de derecho de veto. Si el sistema debe ser justo para las negociaciones del clima, debería serlo también para otros asuntos. Su reclamación, en cambio, se circunscribe al clima. 

También llama la atención el oportunismo. Rusia vivió en Doha en carne propia lo que habían sufrido varios miembros de la OPEP en 1995 y Bolivia en 2010. Entonces Moscú pensó que en boca cerrada no entran moscas. Ahora brotan de ella sapos y culebras. 

Hay razones de peso para el consenso ambiguo. Si con este sistema el progreso ha sido rotundamente insuficiente, no habría casi acuerdos, no se avanzaría nada con unanimidad. Más países serían ignorados con más frecuencia con votación por mayoría. Casi todos los países aceptan a regañadientes que el consenso ambiguo es probablemente la más eficaz y democrática de las fórmulas posibles, la menos mala de las alternativas. 

Cuenta atrás 

Con las preguntas de Bonn sin resolver encima de la mesa y Moscú firme, el futuro de las cumbres es tan incierto como el del propio clima. Las conferencias son como una bicicleta que se mantiene en pie solo cuando está en marcha. Ahora hay un palo en la rueda y un camino lleno de chinchetas. 

La terquedad de Moscú no solo restó dos semanas en los claves temas que se dejaron sin tocar. Los próximos presidentes dudarán antes de juzgar que hay consenso. Se dilatarán y harán más complejas las negociaciones. Los acuerdos podrían ser menos ambiciosos, más tibios. 

El calendario de cumbres es, sin embargo, una cuenta atrás. Los últimos informes alertan de que el tiempo se agota. Habrá sudor aunque no se mueva la rueda. Y será sudor frío. 

Moscú parece preferir, sin embargo, los principios a las consecuencias. Podría ser sensato en un clima distinto. El orgullo de tener razón valdrá poco si las ciudades se inundan, si las tierras se secan. 

“Que la negociación no avance tiene serias consecuencias”, advertía en Bonn Azeb Girmai, en representación del grupo de países menos desarrollados. “Ya estamos perdiendo nuestras vidas, nuestras casas, nuestros medios de vida”. Ninguno de estos países bloquea la reunión. Ninguno de ellos hace parte permanente del Consejo. Ninguno dispone de derecho de veto. 

No es, con todo, un asunto solo de justicia. Ni de solidaridad. Es de lectura estratégica. El cambio climático afectará a Rusia. Y lo hará más gravemente si Moscú no ayuda a frenar las emisiones propias y ajenas. La ingenuidad de “un abrigo menos”, no convertirá su impacto en positivo 

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