Ígor Denísov fichó hace apenas mes y medio por el Anzhi y ya ha está en venta. Fuente: fc-anji.ru.
Con siete extranjeros en el once titular, todos de color, el club de Daguestán emprendió este verano un proceso de ‘rusificación’ de la plantilla, un experimento que le ha explotado en la cara recién comenzada la temporada.
El Anzhi se gastó más de 30
millones de euros para fichar a dos estrellas del fútbol nacional,
el joven Kokorin
y el problemático mediocentro Ígor Denísov. Este segundo, al que
le precede un amplio currículum de trifulcas dentro y fuera del
césped, venía rebotado del Zenit, el club de toda su vida, donde el
curso pasado protagonizó un
sonado incidente disciplinario a raíz del fichaje de los dos
primeros extranjeros de color en la historia del equipo, Hulk y
Witsel (si descontamos al portugués Bruno Alves, mestizo).
El
motivo entonces de la queja de Denísov fue oficialmente económico,
el agravio comparativo que suponía el alto salario de los nuevos
compañeros, aunque como telón de fondo estaba el racismo, que flota
en el
ambiente futbolístico de San Petesburgo.
Denísov hizo de menos a sus nuevos
compañeros en una entrevista, fue apartado temporalmente del equipo
y posteriormente readmitido, pero el Zenit ya había tomado la
decisión de venderlo en verano, hacer caja con su venta mientras
conservase algún valor de mercado. 12 millones pagó el Anzhi por su
fichaje hace ahora seis semanas, y con Denísov llegó el escándalo.
Su incorporación tenía todo el sentido desde el punto de
vista deportivo, aunque había dudas razonables sobre su adaptación,
la asunción de su nuevo rol.
Denísov, macho alfa durante años en el equipo con la afición más racista de Rusia, pasaría a ser gregario en una plantilla plagada de jugadores de color que cobran más que él. La primera alarma saltó cumplido un mes de su incorporación, tras la segunda jornada de liga, con la sorprendente dimisión del entrenador Guus Hiddink.
Apenas ofreció explicaciones, pero algo grave debió suceder puertas adentro para provocar semejante espantada de un técnico curtido en mil batallas, especialmente cuando había firmado una extensión de contrato este mismo verano.
Hasta la llegada de Denísov no
había constancia de incidentes reseñables o mal ambiente en el
vestuario del Anzhi, así que la ecuación no parece complicada. Con
su edad y su caché Hiddink no tiene necesidad de mancharse las manos
dirigiendo una guardería, ni siquiera a cambio de los casi 10
millones anuales de su ficha. Se hizo cargo del banquillo el técnico
asistente, el también holandés Rene Meulensteen, llegado procedente
del Manchester United tres semanas antes.
La bomba Denísov
explotó esta semana, aunque estás cosas se cuecen a fuego lento. El
Anzhi había perdido en casa el viernes ante el modesto Rostov, un
resultado que rubrica un lamentable comienzo de temporada: el equipo
más caro de la competición y claro favorito al título suma sólo 2
de 12 puntos posibles.
Denísov, que había sido titular en las tres anteriores jornadas, no fue ni convocado a ese partido. El entrenador intentó echar balones fuera (“no juega porque está lesionado”), pero sólo un día después trascendió el verdadero motivo. Durante un entrenamiento de esta semana, tras discutir con el técnico, Denísov mantuvo un fuerte enfrentamiento verbal con tres compañeros extranjeros, a los que acusó de “mercenarios, que jugarían en cualquier sitio por dinero”, mientras que él juega “por los títulos”.
Uno de esos tres extranjeros era el camerunés Eto'o, capitán del equipo, al que Denísov instó a resolver sus diferencias “como los hombres”, es decir, a puñetazos a la salida.
Fue la gota que colmó el vaso, la directiva se alineó con los extranjeros del equipo, núcleo duro del vestuario, y ha apartado al jugador ruso de forma indefinida, muy probablemente irrevocable. El dueño del club, el oligarca Suleimán Kerimov, que habitualmente no se implica en el día a día del equipo, ha tomado personalmente la decisión de fulminar a Denísov, que no vuelva a vestir la camiseta del Anzhi.
El jugador se encuentra recluido en su San Petesburgo natal a la espera del próximo partido con la selección y de noticias del Anzhi. Su contrato sigue vigente, pero el club ya le busca destino, una venta con la que paliar las pérdidas por el dinero invertido en su fichaje pero, sobre todo, para arrancar la mala hierba y así recuperar el karma en el vestuario.
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