Malévich y el silencio de las cosas

El fotógrafo Vadim Gushchin reinterpreta el bodegón a la luz de las vanguardias rusas

El fotógrafo Vadim Gushchin reinterpreta el bodegón a la luz de las vanguardias rusas

Se suele creer que las abstracciones y las formas puras de los cuadros suprematistas son resultado de una teoría alejada de la vida cotidiana. Las series fotográficas de Vadim Gushchin demuestran todo lo contrario.

 

Sirviéndose de un medio tan realista como la fotografía, este artista afincado en Moscú sorprende con unos bodegones que nos introducen en el universo pictórico de Malévich: su composición y combinación de colores evocan al autor del Cuadrado negro. 

En cada una de sus series, un objeto de la vida cotidiana (un pañuelo, un libro, un cuaderno, una tarjeta de visita) se integra perfectamente en el mundo bidimensional de las formas y logra despertar así la sorpresa y la curiosidad del espectador. 

“Mis fotografías, de alguna manera, son una especie de retratos de los objetos que nos rodean —declara Vadim Gushchin a Rusia Hoy—. Siempre intento que el resultado final sea una imagen bella y creo que todos los objetos que fotografío tienen una belleza intrínseca, en especial los libros. Espero que el espectador entienda el libro como un concepto, una idea que está viva y que es una parte extraordinariamente importante de nuestras vidas”. Porque las series fotográficas que más atrapan nuestra atención son Biblioteca (2000), Papel (2008), Círculo de lectura (2010) y Catálogos de arte (2011), en las que fragmentos de libros o viejas ediciones con las esquinas gastadas muestran sus texturas y detalles. Nos devuelven la imagen del libro como un elemento físico que nos acompaña, contenedor de las ideas que en él se encierran. 

Vadim Gushchin, (Novosibirsk, 1963) se graduó en el Instituto de Energía de Moscú en 1986 y ha desarrollado su labor como fotógrafo freelance desde 1988. Vive y trabaja en Moscú. Desde 1995 ha presentado su trabajo en más de treinta exposiciones individuales en Rusia y en el extranjero. Entre ellas, destaca su exhibición en la Bienal de fotografía de Houston en 2006, titulada 'Wood and Bread'. Sus obras están presentes en fondos de museos como el Pushkin de Moscú o el MoMA de Nueva York, así como en colecciones privadas de todo el mundo.

En una sola imagen Gushchin es capaz de fusionar pintura, fotografía y literatura mediante bodegones de una originalidad cautivadora. “Creo que la literatura y las artes visuales, aunque pertenezcan a ámbitos distintos de la creación artística, siempre se han influenciado mutuamente”, comenta Vadim Gushchin, capaz de hacer visible el aura de los objetos, parodiando al mismo tiempo uno de los géneros fotográficos más omnipresentes y que banalizan la realidad: el catálogo comercial. 

El bodegón o naturaleza muerta es un género que se independizó tardíamente. Primero tuvo que deshacerse de toda simbología y abandonar su papel sumiso con respecto a los demás géneros. Sólo entonces se convirtió en un espacio de experimentación y de enorme libertad, al cual se recurrió especialmente en las vanguardias francesas y rusas. 

La historia del arte no puede entenderse sin las manzanas de Cézanne o los girasoles de Van Gogh. Este último llegó a producir hasta 194 naturalezas muertas. Lejos de pasar de moda, los bodegones siguen despertando la misma reflexión sobre el paso del tiempo y sobre nuestro apego a los objetos cotidianos, un reflejo velado de nuestra intimidad. 

“Los bodegones aún tienen una presencia importante en la fotografía, se siguen organizando exposiciones de este género. Lo que es realmente difícil es dar con una mirada singular dentro de sus parámetros. En mi caso, intento reducir el objeto fotografiado a la mínima expresión, hasta construir una imagen casi abstracta, sobre todo en las fotografías en color”, comenta Gushchin desde Moscú. 

Ante nuestra mirada extrañada aparecen los lomos de obras de Tolstói o Dostoievski, en un silencio casi religioso que choca de lleno con la cascada de palabras que sabemos que encierran y que tanto han influido en generaciones de lectores. 

El pasado marzo se celebró una muestra individual de Gushchin en la  Blue Sky Gallery, adscrita al Oregon Center for Photographic Arts, en la que expuso varias de sus series agrupadas con el título Inventario de una biblioteca privada.

“El legado cultural ruso es suficientemente rico para constituir una base sólida que sirva de inspiración para la creación contemporánea. En mi opinión, no se puede crear un arte que sólo se guíe por las modas o las tendencias o para posicionarse mejor en el mercado del arte. Para mí, lo más importante es estar conectado con la tradición visual de tu cultura”. Por eso, en el fondo, el nuevo contexto en el que ha situado los objetos no nos resulta del todo extraño.

Apartarlos de su realidad cotidiana, las estanterías, es sólo un recurso que nos permite analizarlos en más detalle. “De esta manera el objeto se transforma en la idea del objeto”, explica Gushchin. Como sugiere Ernst Gombrich, los placeres que estimulan las naturalezas muertas no son reales, son mera ilusión, pero no por ello dejan de despertar todos nuestros sentidos.

Desde 2000, Gushchin ha fotografiado más de cincuenta series y cada una de ellas representa una tipología de objeto con un principio compositivo distinto, si bien los libros aparecen con regularidad. 

Esta pulsión catalogadora de la realidad, tan presente desde sus inicios en la fotografía, tiene la tendencia de presentarse como absoluta. Pero, en un mundo donde la fabricación de objetos ha crecido exponencialmente, este trabajo de catalogación casi se antoja imposible. El afán de inventariar de Gushchin nos lleva a reflexionar, más si cabe, sobre la superproducción contemporánea. 

En cualquier caso, lo único a lo que puede aspirar el artista es a confeccionar una serie cuya selección y disposición de los objetos sea, en última instancia, un autorretrato. Es la manera de individualizarlos y hacerlos especiales. 

Al igual que los libros que reposan en silencio en las estanterías de nuestras habitaciones. Es así como los objetos cotidianos se transforman en tesoros culturales. 

Everyday objects/cultural treasures de Vadim Gushchin

Schilt Publishing 

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