El piano en Rusia, una fructífera historia

Conversación con el músico y escritor Stuart Isacoff con motivo de su nuevo ensayo. Fuente: Alamy / Legion Media

Conversación con el músico y escritor Stuart Isacoff con motivo de su nuevo ensayo. Fuente: Alamy / Legion Media

Stuart Isacoff escribe una historia de la música a través de uno de sus instrumentos, el piano, que no fue uno de los más antiguos pero que muy pronto se ganó un lugar privilegiado. Un repaso también por los más célebres intérpretes que lo han tocado, sus manías y genialidades. Y, cómo no, el peso que ha tenido, y tiene, la escuela rusa.

Rubinstein deleitaba a un público entregado con conciertos de dos horas y media. El incontrolable Vladímir de Pachmann no se cortaba y sermoneaba al público desde la banqueta. Rajmáninov cayó en una depresión tan profunda después del fracaso de su primera sinfonía que se puso en manos de un hipnotizador: el famoso segundo concierto para piano se lo dedicó a él. Horowitz hacía que las teclas del piano echaran humo con la rapidez endiablada de sus dedos. Sviatoslav Richter no escogía nunca el piano, como si esa cuestión fuera cosa del destino, y a veces tocaba ante el público a oscuras. Estas y otras anécdotas sobre el mundo del piano y los pianistas rusos se encuentran en Una historia natural del piano, a cargodeStuart Isacoff, con quien charlamos acerca de la vida de este instrumento en el país eslavo. 

Stuart Isacoff. Fuente: stuartisacoff.net / Michael Lionstar

Cuando habla sobre Anton Rubinstein, el primer gran pianista ruso que pisó suelo americano, destaca que dejaba atónito al público, aunque otros colegas lo criticaban porque no tocaba correctamente las notas. 

Creo que el público siempre he sido comprensivo con la idea de que una buena interpretación no depende de si tocas todas las notas con precisión. La mayoría de los auténticos maestros del piano no se preocupaba de los errores. Aunque ahora la situación es algo distinta debido a las grabaciones: el público espera la misma perfección que encuentra en un CD, porque se ha acostumbrado a escuchar música que antes se ha editado en un estudio de grabación. Es algo negativo. La precisión es importante, pero no tanto cuando se vuelve opresiva para el intérprete, hasta el punto de anular el espíritu de libertad que requiere la verdadera expresión musical.

Pianista y escritor. Fundador de la revista Piano Today, que ha dirigido durante casi tres décadas. Actualmente colabora en la sección cultural de The Wall Street Journal y asimismo ha publicado artículos en The New York Times o Chamber Music. Es también autor de Temperament: How Music Became a Battleground for the Great Minds of the Wester Civilization (2007).

Sin abandonar a Rubinstein, sus conciertos en Estados Unidos despertaban tantas pasiones como ahora los de una estrella pop.

Sí, era algo que también pasaba con Liszt y, ni qué decir tiene, con Vladimir Horowitz. Pero ahora ya no encontramos ese tipo de estrellas que provoquen la misma respuesta por parte del público. El único ejemplo un poco parecido que se me ocurre es Lang Lang, todo un héroe nacional en China. Quién sabe más adelante. 

Son muy divertidas las anécdotas que explica sobre los comentarios que hacía Vladimir de Pachman al público. ¿Deberían tener los conciertos un formato menos rígido?

Nunca debería alzarse un muro de cristal entre el pianista y el espectador. La razón por la cual las salas de conciertos parecen iglesias –y no en un sentido positivo- es que la música clásica ha caído en la trampa de tratar tanto las composiciones como a los músicos como si fueran objetos de museo a los que hay que contemplar dentro de una vitrina de cristal. El público debe sentir la chispa, la emoción y la humanidad de los pianistas. Es lo único por lo que merece la pena preservar la música. 

¿Existen modas para las interpretaciones, se prefiere un tipo u otro de sonido en cada época? Es decir, ¿nos gustaría ahora como tocaba un pianista hace sesenta años?

En todas las artes los estilos están continuamente en evolución. Hace un siglo los músicos tocaban con mayor libertad y menos miedo a cometer errores. Veinte años atrás, la gente estaba más preocupada con la corrección. Ahora creo que se está alcanzando un equilibrio, aunque todavía se hace demasiado hincapié en emular la perfección de las grabaciones. Pero siempre habrá a quien le interese más ser 'correcto' que musical.

Me ocurrió una vez que, tocando una pieza de 1732 compuesta por Lodovico Giustini en Palm Beach, una mujer del público, profesora de piano, se quejó de que utilizara el pedal. Estaba convencida de que nunca debía emplearse para la música de esa época y me trató como si hubiera quebrantado un mandamiento religioso.

La verdad es que cuando tocas un piano fabricado en aquellos años, aunque no tenga pedales, el sonido sigue resonando incluso cuando has levantado el dedo de la tecla. La gente crea muchos prejuicios estúpidos y se cree con la autoridad de obligar a los demás a seguirlos. 

Cuando describe las giras de los pianistas rusos da la sensación de que eran artistas sacados de un circo, que tenían que ir al límite para impresionar por encima de todo. Era la manera, por otra parte, de poder firmar contratos para nuevas giras.

Los pianistas siempre han sido algo más que meros técnicos. La única manera de escuchar música sin 'añadidos' es con un CD o con el iPod.

Cuando los pianistas tocan en directo tienen que seducir al público y, algunas veces, eso quiere decir entretenerlos. Así lo hacía Liszt. Beethoven también, con la fuerza de su personalidad. Arthur Rubinstein hacía lo propio con su calidez e inconfundible sonrisa. Hay pianistas que prefieren permanecer 'puros' y no hacen nada extra para conectar con la audiencia. Pero incluso eso puede interpretarse como una declaración 'extramusical'. 

Rajmáninov recibió ataques por tener demasiado éxito. ¿Qué destacaría de él?

Rajmáninov era un auténtico genio. Sus composiciones son extraordinarias, no sólo por su lirismo y belleza, también por su dominio técnico. Y sus interpretaciones están entre las mejores que se recuerdan, repletas de personalidad y virtuosismo. Quienes lo atacaron por «tocar bonito» o por considerarlo «música ligera» no sabían de lo que hablaban.

Serguéi Rajmáninov. Fuente: wikipedia

¿Se han diluido las escuelas nacionales, esto es, que al escuchar a un pianista se pueda adivinar si procede de tal o cual ciudad?

Es cierto que asistimos a cierta homogeneización. El mundo se hace cada vez más pequeño. Es difícil distinguir, como antes, entre escuelas de interpretación. Pero siempre existirán diferencias entre un artista y otro y en la manera de etiquetarlas. Creo que todavía se puede decir, como antes, aquello de que tiene un sonido 'de la escuela de Moscú' o “toca como la escuela de San Petersburgo”. 

¿Richter fue un caso aparte?

Richter era, sin duda, alguien muy fiel a sí mismo. Hacía las cosas a su manera y no le importaba si a los demás les gustaba o no. Por supuesto, era un intérprete de extraordinario talento, pero incluso él tenía su forma personal de convertir los conciertos en un espectáculo. Por ejemplo, cuando daba orden de apagar las luces y tocaba a oscuras.  

¿Por los silencios distinguirás al genio?

Los grandes maestros lo tienen todo: comprensión de la estructura musical, sonido, técnica, expresión.

Sí, el silencio tiene la misma importancia que el sonido. Es parte de lo que hace que una pieza musical se convierta en una obra de arte.  

Durante la Guerra Fría, ¿la rivalidad entre los pianistas de Estados Unidos y la Unión Soviética fue como la de los jugadores de ajedrez?

Sí, era muy similar. Las grandes partidas entre los maestros de ajedrez de uno y otro país tenían un impacto muy parecido al de los concursos de piano. Cada bando se enorgullecía de sus aspirantes y quería demostrar al mundo su excelente nivel. Había mucha destreza en juego. La cualidad que hizo vencedor a Bobby Fischer fue la misma que la de Van Cliburn: imaginación, sentido de la belleza, dotes técnicas y el tipo de talento que sólo florece cuando se está libre de ataduras.

Una historia natural del piano. De Mozart al Jazz moderno

Stuart Isacoff, editorial Turner, 2013.

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