“En la alta sociedad se abusa de las máscaras”

Carmen Posadas. Fuente: Julián Jaén

Carmen Posadas. Fuente: Julián Jaén

La última vez que hablé con Carmen Posadas sobre su libro 'Hoy caviar, mañana sardinas', sólo me dio unas pocas pistas sobre la novela que hoy ya tiene título, 'El testigo invisible', y está en librerías. Los escritores son reacios a hablar de una obra cuando sólo existe en sus cabezas. La autora de 'Cinco moscas azules' le daba vueltas a un episodio crucial de la historia del siglo XX, el asesinato de la familia imperial rusa, desde un punto de vista distinto, el del servicio.

Si como dice el refrán “nadie es un gran hombre para su mayordomo”, Posadas se sirve del hijo de un personaje real, un joven pinche de cocina que evitó convertirse en una de las víctimas del magnicidio, para esbozar un retrato cercano de los últimos zares de Rusia y sus hijos desde su posición privilegiada. Basada en hechos reales y gracias a nueva documentación desclasificada, la historia recreada de este superviviente, que pasa los últimos días de su vida en Uruguay, recorre la caída en desgracia de los últimos Romanov, desde los suntuosos palacios de San Petersburgo hasta el lóbrego sótano de Ekaterimburgo donde un grupo de militares bolcheviques acabó con sus vidas. 

Ésta es la tercera obra en la que aborda personajes históricos. Primero fue La bella Otero (2001), sobre la vida de la bailarina y cortesana española que bailó incluso para el zar, y luego La cinta roja (2008), ambientada en la Francia revolucionaria, sobre Teresa Cabarrús. Ahora le ha tocado el turno a los Romanov. 

La diferencia con las anteriores es que eran biografías al uso y sólo me tenía que ceñir a los hechos mientras que en El testigo invisible he mezclado personajes reales con personajes de ficción. He tenido que hacer encaje de bolillos para que quedara un puzle bien trabado. 

Por fin una novela centrada única y exclusivamente en Rusia, donde su familia vivió algunos años y cuyas anécdotas aparecen en Hoy caviar, mañana sardinas. 

Mi familia, desde nuestra estancia en Moscú por el trabajo diplomático de mi padre, siempre se ha sentido vinculada con el país. Yo no tanto porque, después de casarme allí, me fui. 

Carmen Posadas

La escritora Carmen Posadas (Montevideo, 1953) cuenta en su haber con una veintena de títulos, entre novela y ensayo, traducidos a más de veintitrés lenguas. La concesión del Premio Planeta en 1998 por Pequeñas infamias la catapultó a la primera línea de las letras en español y, desde entonces, sigue publicando narrativa y colaborando en distintos medios de comunicación.

Pero antes, por ejemplo, recorrí con ellos la línea del Transiberiano hasta Vladivostok. Siempre me ha fascinado la cultura rusa. Primero te asombra, luego te escandaliza y al final te fascina. Entiendes que Dostoievski o Chéjov se alimentaran de la realidad que los rodeaba, tan llena de excesos. 

Luego he seguido viajando allí al menos una vez al año. Antes de escribir la novela, también fui con mis hijas a San Petersburgo, que recorrimos casi como detectives. Además, he contado con la ayuda de mis dos hermanos, que han mantenido un fuerte vínculo con Rusia. Gervasio tiene una biblioteca muy surtida, con libros difíciles de encontrar, de temática rusa y, además, me dio las primeras pistas para la novela. Luego mi hermana Dolores, que habla ruso, me ayudó con la terminología y otros aspectos culturales, como por ejemplo las ceremonias ortodoxas. 

Una de las mayores dificultades al escribir la novela debe de haber sido no desviarse de los hechos reales. 

Sí, aunque de todas maneras, la dificultad también reside en que los personajes reales no queden de cartón piedra. Hay que evitar que aparezcan sobreactuados, como caricaturas. He tenido la ventaja de que se conservan los diarios personales, cartas y otra documentación íntima de la familia imperial, lo que permite tener una aproximación más cercana a la realidad. 

La novela nos habla de un periodo de la historia de Rusia especialmente complejo y turbulento. 

Hay muchos mitos y leyendas que dificultan su comprensión. ¿Cuántas falsas Anastasias han aparecido?  Hace poco, incluso, se publicaron unas supuestas memorias de Olga Romanov que, según dicen, se salvó del magnicidio… Además de discernir lo que era verdad de lo que era leyenda, la bibliografía sobre el tema es desbordante. Fue difícil poner punto final a la parte de documentación, todo me parecía interesante. El reto ha sido volver a una historia que la gente cree que ya conoce y encontrar un enfoque novedoso. 

El punto de vista es una de las decisiones más importantes de la novela. 

Narrar algo a través de la mirada de un niño tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Lo bueno de los niños es su actitud inocente, su capacidad de sorpresa. Eso le da un plus a la historia. Pero, como se supone que también hay cosas que no puede entender, salvé esta traba haciendo que lo cuente todo al final de su vida. En los recuerdos se pueden mantener la inocencia y el asombro, pero también añadir otras reflexiones y comentarios de una persona adulta. 

Los nuevos datos que arroja la diferente documentación oficial desclasificada supongo que también fue un aliciente. 

Cuando me enteré de que la inteligencia británica, al desclasificarse sus archivos, estuvo involucrada activamente en el asesinato de Rasputin me encajaron todas las piezas, ya que la versión anterior no cuadraba mucho. 

Rasputin se oponía a la guerra contra los alemanes y la influencia que ejercía sobre la zarina hacía temer a los ingleses que las divisiones alemanas del frente Oriental se unieran a las del Occidental. Los indicios encontrados en el cadáver de Rasputin dejan claro que el tiro de gracia no salió de la pistola de Yusúpov, sino de un arma reglamentaria de los servicios secretos británicos. 

El libro traza un círculo que confronta dos maneras de ver un mismo hecho, el asesinato de los Romanov: un documento verídico, el relato “burocrático e impersonal” del oficial al mando, Yákov Yurovski, y los recuerdos de Leonid Sednev, el deshollinador y único superviviente, que son fruto de su imaginación como escritora. 

Decidí comenzar con el testimonio del verdugo porque se trata de un informe tan frío, un testimonio tan potente, que decidí dejarlo tal cual. Luego, como tenía que cerrar la novela y no quería inventarme ninguna falsa Anastasia ni nada por el estilo, opté por volver a contar la historia desde un punto de vista más humano de un testigo invisible y que tiene otra vinculación con la familia. 

De esta manera ha unido en una misma novela Rusia y su natal Uruguay. 

Hay dos teorías sobre la suerte de Leonid Sednev. Una dice que murió durante las purgas estalinistas, la otra que se fue a Latinoamérica durante la emigración de los rusos blancos, en la década de 1920. Lo cierto es que en el Departamento de Río Grande, al norte de Uruguay, llegó una importante comunidad rusa que mantuvo la lengua, las costumbres y la arquitectura rusa. Algunos pueblos parecen sacados de Siberia. Mis padres, en Uruguay, tenían amigos rusos. Uno era un tal príncipe Korsakov y también había un Yusúpov. Así que no me pareció mala idea que Sednev recalara en Uruguay. 

También era una manera de tener distancia con lo relatado. 

Creo mucho en la necesidad de una distancia con lo que estás contando. Por ejemplo, ha habido muchas tentativas de escribir la novela del 11S, y por parte de autores notables, pero han sido todos libros fracasados. Tolstói, sin embargo, consigue hacernos revivir las guerras napoleónicas en Guerra y Paz gracias a esa distancia. 

¿Cuál ha sido su relación como escritora, precisamente, con los personajes históricos? 

He querido, ante todo, presentarlos con todo lo bueno y todo lo malo, para que sea el lector quien los juzgue. En mi caso, ha sido mi opinión sobre la zarina, más que ningún otro personaje, la que más ha cambiado. La tenía por una mujer enfermiza, quejicosa, triste y negativa. Luego vi que teníamos un rasgo en común, una gran timidez, que me acercó a ella. La gente lo confunde con soberbia. Nunca creen que se deba a la vergüenza. Si encima eres la zarina el equívoco es aún peor. 

La aristocracia, por ejemplo, no entendía por qué su única amiga era Anna Virubova, una mujer muy poco agraciada, hija de una familia cercana a los Romanov. En cuanto a los hijos, he intentado inventar lo menos posible. La situación puede ser inventada, pero el fondo de la historia es el mismo, como la que utilizo para desarrollar el amor de ambas hermanas por el mismo hombre cuando ejercen de enfermeras en el hospital de guerra que organizó la zarina en el palacio de Ekaterina. 

La zarina se convirtió en el foco de todas las críticas y fue una de las causas de que el reinado de su marido fuera débil. 

El epígrafe del libro es un refrán popular: “De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”. Y eso se cumple para casi todos los personajes de la novela. En la biografía de Nicolás II hay episodios sangrientos, como en la de todos los zares. Pero también era un marido ejemplar, que quería a su esposa y su país por encima de todo. Creía que hacía lo correcto y, como los otros personajes, resulta que lo único que consigue es que las cosas tengan el peor final. 

Durante la guerra contra Alemania, escribe, se notaba que la familia tenía el corazón dividido, porque no dejaban de estar en guerra contra el país de la zarina. 

Si hubieran vivido una época menos turbulenta tal vez Nicolás II habría seguido la suerte de su primo Jorge V, al que se parecía tanto físicamente, hasta el punto que se cuenta que en la boda del último le daban la enhorabuena a Nicolás II. La Historia lo habría tenido por un rey ni bueno ni malo, más bien mediocre. Lo que tenía claro es que tenía que entregar a su hijo el mismo poder autócrata, ilimitado, que él había recibido de su padre. 

En sus obras anteriores siempre ha intentado desmitificar la alta sociedad a través de una mirada más bien descreída. ¿Ha hecho lo mismo con los zares? 

Me gusta descubrir qué hay detrás de las máscaras, y en la alta sociedad, más que en ninguna otra clase, se abusa de ellas. Pero sin caer en el extremo que de tanto desmitificar se acabe dibujando una caricatura cruel y falsa. Además, como latinoamericana, no soy monárquica. Todo lo referente a las noblezas me suena a princesas y dragones. Yo sólo he querido ofrecer un retrato lo más afinado posible.

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