¿Es Rusia europea?

El mapa grotesco de Europa fue dibujado en 1914 por W. Trier

El mapa grotesco de Europa fue dibujado en 1914 por W. Trier

Tras la aprobación inicial de la capciosa ley contra los homosexuales en la Duma federal, leí los comentarios que dejaron los lectores en varios medios europeos. Me sorprendió entonces ver que muchos de ellos afirmaban que ese tipo de medidas se tomaban en Rusia ‘porque no era europea’. Así que vamos a afrontar esa cuestión y explorar las fronteras culturales del continente en tres artículos.

Tymothy Garton Ash escribió hace unos años que Europa sólo dejará de ser Europa cuando sea única. Es decir, cuando todos se pongan de acuerdo. Según el analista británico, si algo nos caracteriza es la capacidad de diálogo, crítica y reflexión. Lo que, a lo largo de los siglos, se ha visto plasmado en el arte de debatir, el desarrollo de espacios públicos (los cafés, las terrazas…), y en última instancia de la cultura y la civilización.

No obstante, si analizamos la historia moderna descubrimos que en Rusia se ha dado una radicalidad de facto, inhóspita en Europa. Esto queda bien plasmado en dos sentencias del novelista mexicano Sergio Pitol: “En ningún lugar he soñado tanto como en Rusia”…“El país de grandes realizaciones y los terribles sobresaltos”.

Efectivamente, Rusia es un país donde se sueña mucho. Pero, como bien refleja su literatura (de Gógol a Dostoievski, de Platónov a Pelevin), los soñadores rusos son más de intentar revoluciones que de recrearse en el diván de psicoanálisis; pues más que de confesar los sueños, los rusos tratan de ponerlos en práctica sin importar las consecuencias. Y si no es posible alcanzar el todo, parecen preferir la nada absoluta (como bien demostró el Oblómov de Goncharov).

Han sido muchas las cosas que se incubaron en Europa y florecieron en Rusia durante los últimos 200 años… la pintura paisajística, la novela, la música clásica, los duelos, el anarquismo… incluso las casas construidas con planchas prefabricadas, que se inventaron en Francia y fue en la Rusia bolchevique donde alcanzaron su apocalíptico esplendor. O el comunismo… teorizado por Marx para Alemania y Gran Bretaña, y hecho carne en Rusia.

Para los rusos entre el ideal y la práctica sólo hay un paso. De hecho el ideal puede llegar a ser entendido como incluso más real que la realidad, como dejó demostrado el siglo XX (el siglo de Rusia).

“Yo no tengo dudas de que Rusia sea realmente europea. Con sólo mirar a la música, literatura y ciencia de los dos últimos siglos se despejan las dudas. ¿Quién se parece más en el carácter y modos de actuar y de pensar a un portugués o un español: rusos o finlandeses? Yo tengo claro que el ruso, lo cuál no significa que Finlandia no sea europea. Aun así, en el campo político predomina en Rusia la herencia bizantina, lo cuál condiciona el desarrollo del país”, nos explica José Milhazes, corresponsal portugués con casi 30 años de experiencia en Rusia.

Siobhan Kattago, investigadora neoyorkina y autora del libro Memory and Representation in Contemporary Europe, no lo tiene tan claro y responde así a nuestra pregunta: “Como escribió Tolstói al comienzo de Anna Karenina, todas las familias felices se parecen pero cada una es infeliz a su manera. Rusia pertenece a la familia europea de forma periférica y es infeliz a su manera. En unas cosas parece un país del siglo XXI, en otras está atrapada en el XIX. Hoy en día, Rusia es una categoría en sí misma, diferente de los países europeos, los cuáles aprendieron de la historia y tras la Segunda Guerra Mundial, promovieron la diplomacia, los derechos humanos y la tolerancia; mientras que Rusia es un imperio en decadencia que se define por la geografía pero caracteriza por la violencia política”.

Durante la Edad Media, Rusia, que pertenecía al universo cultural bizantino, estuvo separada del resto de Europa por la doble muralla del cisma religioso y de la invasión tártara. Hacia finales del siglo XV, el país se sacudió el yugo tártaro y casi simultáneamente sus diversos territorios se unieron bajo la corona de Moscú.

La nueva Rusia entabló relaciones con muchos de los reinos de la Europa occidental, pero fue en el año 1648, durante el reinado del zar Alejo Mijáilovich, cuando el país se incorporó por primera vez al concierto europeo interviniendo como garante de la paz de Westfalia.

El proceso de acercamiento y reorientación se aceleró durante el reinado de Pedro I el Grande, (1672-1725) quien emprendió una transformación radical de la sociedad rusa a la imagen y semejanza de los países protestantes del norte de Europa.

Pedro deseaba emular la modernización que las sociedades del oeste europeo habían emprendido desde el Renacimiento y para ello decidió transplantar todo el modelo cultural de estos países. Las reformas de Pedro surgieron efecto y durante el siguiente siglo el país se abrió a Francia, Alemania y, en menor medida, Inglaterra e Italia; pero dichas políticas conllevaron, a su vez, una dramática ruptura con la tradición cultural rusa, que quedaba aparcada en el camino.

La elite rusa importó casi al mismo tiempo (en un espacio de pocas décadas) las filosofías de Maquiavelo, Locke, Descartes, Rousseau, Aristóteles y de Schelling, así como los estilos arquitectónicos del Renacimiento, del Barroco, del clasicismo y del romanticismo, la poesía de Dante y de Byron.

Siguiendo la terminología acuñada por los estructuralistas, podríamos decir que, en lugar de ver diferentes textos, los rusos interpretaron la cultura europea como un gran texto, en el que Petrarca y Cervantes convivían como contemporáneos.

La Europa que llegó entonces a Rusia fundía la gravedad alemana, la elocuencia francesa y la eficacia británica. El hecho de que no existiera en verdad ningún país que reuniera todas estas características no se tomaba en cuenta. Se trataba de un espacio imaginado, ideal, un modelo conceptual más que una sociedad real, con sus inevitables problemas.

Naturalmente, tal Europa no existía en ningún sitio. Se trataba de una Europa interiorizada, una Europa interna que suscitaba admiración y cuyos valores se aceptaban como propios (aunque ciertamente se tratara de una selección de valores pertenecientes a diferentes épocas). No es de extrañar, pues, que el contacto con la auténtica realidad europea decepcionara a menudo a los intelectuales rusos que viajaban a los países del oeste.

Esta decepción pudo buscar consuelo en la afirmación de que la Europa que ellos habían visto era una falsa Europa que había abandonado sus principios, unos principios que, empero, se habían conservado en Rusia. De este modo Rusia se convertía en la verdadera Europa, afirmación paradójica que, en realidad, ponía de manifiesto el hecho de que el proceso de asimilación de los valores europeos se había completado satisfactoriamente; de hecho, tales valores, al idealizarse, pasaron a entenderse como propios de la cultura rusa.

Continúa…

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