Mijail Chipurin, estrella de la selección rusa, durante el partido ante Eslovenia. Fuente: ifh.info
Corría el año 1992 cuando Rusia (por entonces
‘Equipo Unificado’, recién desaparecida la URSS) se proclamó campeona olímpica
en Barcelona, para muchos, el mejor equipo de balonmano que han visto los
tiempos. La misma columna vertebral repitió oro olímpico 8 años más tarde en
Sydney’00. Comienza entonces una lenta y silenciosa decadencia de nivel y
resultados, acentuada de forma pronunciada en la última década, tras el bronce
en Atenas’04, una vez retirada aquella generación gloriosa (los Dujshebaev,
Lavrov y compañía), la última heredada de tiempos de la URSS. El balonmano
masculino ruso tocó fondo los dos últimos años, no logrando ni siquiera
clasificarse para participar ni para el Mundial de 2011 ni para los JJOO de
Londres 2012.
El aire estaba viciado y la situación requería un cambio de rumbo, que llegó en
forma de dimisión, la del laureado pero controvertido seleccionador nacional
Vladimir Maximov. En su lugar, se hizo cargo del banquillo Oleg Kuleshov, 28
años más joven que su antecesor (39 a 67). La nueva dirección ha abierto el
equipo nacional a nuevos jugadores y los veteranos han dado un paso al frente,
mención especial a Mijail Chipurin. El resultado es una Rusia que vuelve a ser
competitiva entre los grandes, como ha demostrado en el Mundial de España. A
pesar del sabor agridulce que siempre deja la eliminación, más si es un partido
apretado (28-27 en cuartos de final frente a Eslovenia), el balance para el
balonmano ruso es positivo. Hace ahora justo un año la selección terminó nada menos
que penúltima (15ª de 16 equipos) en el Europeo de Serbia, así que un puesto
entre los 8 mejores del mundo supone un considerable paso adelante. Una pena la
escasa atención que los medios de comunicación rusos han prestado a este
Mundial de balonmano, ni siquiera entre los deportivos pese al digno papel de
la selección.
Tras finalizar la primera fase como segunda clasificada del grupo B, por detrás
de Dinamarca (vigente campeona) y por delante de Islandia, Rusia se cruzó con
Brasil, a la que eliminó (27-26) el lunes en octavos de final. Así llegó a
cuartos, frente a Eslovenia, un cruce a priori accesible dadas las alturas de
campeonato. Después de un esperanzador comienzo (11-6), a Rusia se le hizo
larga la primera mitad y chocó con la defensa eslovena hasta irse a los
vestuarios por debajo en el marcador merced a un parcial de 8-2.
Timur Dibirov, que milita en el hegemónico club Chejovskiye Medvedi (antiguo
CSKA), volvió a ser el puntal ofensivo de Rusia, esta vez con 6 tantos, que le
sitúan como máximo goleador del torneo con 46. La segunda mitad mantuvo las
coordenadas con que concluyó la primera, con el añadido de una discutible
actuación arbitral.
El marcador marchaba empate a 18 en el minuto 38’ cuando el colegiado desenfundó la tarjetera. Mostró roja directa a Sergei Gorkov, una expulsión tan rigurosa como costosa, pues Rusia encajó a continuación un parcial de 5-0. Cuando dos selecciones están tan igualadas, el criterio arbitral puede resultar desequilibrante. Analizando los números, Rusia vio 3 tarjetas rojas por ninguna de Eslovenia. Además, sufrió 11 expulsiones de 2 minutos, por sólo 5 de su rival. Rusia tesó la cuerda en los últimos minutos hasta forzar un final apretado, el que refleja el marcador (28-27), pero la suerte estaba echada. Quizá no haya a corto plazo una generación de jugadores como para aspirar a lo más alto, pero Rusia ha recuperado el pulso del balonmano. Volver a verla competir de tú a tú en las eliminatorias por el título de los grandes campeonatos por selecciones constituye de por sí una grata noticia.
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