Los gatos obtuvieron el estatus de guardianes del museo ya en tiempos de Catalina II. Fuente: Kommersant
Por lo general, estos gatos guardianes pasan desapercibidos, porque viven en los tejados y en los sótanos, a salvo de las miradas de los turistas. La administración del museo lleva contratando a este tipo de guardias altamente cualificados ya desde su fundación en 1764.
Y aunque hoy en día es fácil exterminar ratas y ratones con ayuda de productos químicos, el museo no puede pasar sin sus gatos, ya que se han convertido en una verdadera leyenda viviente, su mascota.
Los primeros gatos fueron integrados en el “servicio público” a partir del siglo XVIII. El zar Pedro I fue el primero que ofreció refugio, en lo que era entonces el Palacio de Invierno, a un gran gato negro que se trajo de los Países Bajos.
Más adelante, la emperatriz Isabel ordenó que se reclutase un verdadero ejército de cazadores de ratones procedentes de Kazán, ya que tenía terror a estos pequeños roedores.
Posteriormente, los felinos obtuvieron el estatus de guardianes de palacio durante el reinado de Catalina II. Y siempre con Catalina la Grande, fueron divididos en gatos de interior (descendientes de la raza azul rusa) y gatos de jardín, encargados todos de dar caza a ratas y ratones y defender así la tranquilidad de Su Majestad.
El museo del Ermitage era originalmente la colección privada de la emperatriz Catalina II, que reunió 220 obras de artistas holandeses y flamencos gracias a la mediación de sus representantes en Berlín.
En un primer momento, la mayor parte de los cuadros adquiridos se conservó en las estancias más aisladas del Palacio de Invierno, conocido hoy con el nombre de Ermitage, que significa “desierto, lugar apartado”.
Los gatos “contratados” en el Ermitage sobrevivieron a la Revolución de Octubre y continuaron su trabajo también durante la época soviética.
Sin embargo, no resistieron el cerco de Leningrado en la II Guerra Mundial, entre 1941 y 1945: cuando la hambrienta población se los comió todos, la ciudad fue invadida por los ratones. Pero apenas terminar el asedio, llegaron a Leningrado de las regiones centrales de Rusia dos vagones enteros cargados de gatos, que constituyeron el núcleo central de un nuevo escuadrón de cazadores de ratones.
El número de gatos no ha dejado de aumentar, hasta que en los años 70 alcanzó un nivel sin precedentes. En aquel momento, los felinos habían invadido todos los subterráneos, las salas y los pasillos del museo, y la administración recibió la orden de deshacerse de ellos. Pero unos años después, tuvieron que volver a llamar a estos guardianes con cola, ya que, en su lucha por la conservación de sus valiosas obras, el museo no podía prescindir de ellos.
Desde entonces, a los gatos del Ermitage se les trata y alimenta bien. Cada uno de estos “ermitaños” posee un pasaporte propio, con su fotografía, que certifica que tiene todas las cualidades necesarias para llevar a cabo la difícil misión de defender de los roedores los subterráneos del museo. Cuando enferman, los gatos reciben cuidados.
Se respeta su trabajo; además, los trabajadores del museo conocen cada gato, machos y hembras, por su nombre, elegido con gran cuidado para reflejar su carácter.
Este escuadrón de guardianes con cola está constituido en su mayor parte por gatos abandonados y, igual que durante el periodo imperial, la comunidad felina tiene una jerarquía muy rígida. Los gatos están divididos en aristócratas, burguesía media y clase obrera.
Cada grupo opera en un espacio concreto del edificio. La población felina no puede en ningún caso superar los 50 ó 60 ejemplares, no tanto por un problema de alimentación como porque, sobrepasado ese número, los gatos empiezan a luchar entre ellos y descuidar sus labores.
Por este motivo, el museo se ve a menudo en la obligación de encontrar familias dispuestas a acoger a los sobrantes.
Los subterráneos del museo están dotados de espacios especialmente reservados para la alimentación de los felinos y para curarlos cuando se ponen enfermos. Además, las calles colindantes al museo tienen señales especiales que advierten a los automovilistas de la presencia de animales y les piden que presten la máxima atención, reduciendo la velocidad. De hecho, los atropellamientos constituyen la causa de muerte más frecuente de los gatos del Ermitage.
El presupuesto del museo no prevé ninguna financiación para estos gatos, que viven gracias a las donaciones del público y los empleados del museo.
“La jornada del gato” que se celebra cada 28 de marzo en el Ermitage, constituye uno de los eventos más importantes del museo: organizada por el personal de esta institución, propone una serie de exposiciones didácticas y apasionantes concursos.
Artículo publicado originalmente en La Voz de Rusia.
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