Varvara Stepánova y Aleksandr Ródchenko. Fuente: ITAR-TASS
Si ha existido un movimiento artístico convencido de que el arte es capaz de cambiar mentalidades y fomentar la creatividad, ese fue el constructivismo, corriente genuinamente rusa que se desarrolló en paralelo con otras tendencias en las efervescentes décadas de 1910-20.
Con esta vocación radicalmente social, sacudió el cine, el diseño gráfico e industrial, el teatro o la fotografía. Y si había un público especialmente sensible a la espontaneidad creadora que propugnaba, ése era el infantil. Los proyectos para los más pequeños se convirtieron en vastos territorios para la experimentación.
La pequeña Tatiana, hija de Serguéi Tretiakov, fue quien disparó la imaginación creadora de su padre. Al verla jugar, el editor de Novi LEF recordó su propia infancia. El resultado: ocho sainetes rimados que reproducen la naturaleza festiva, abierta e intuitiva de los niños.
Se publicaron por primera vez en las páginas de la revista El Pionero, en 1926. En ellas, Vania y Katia, sirviéndose de utensilios cotidianos como bolsas, ramas, perneras de pantalones o colchas, se metamorfosean en animales que toman la casa.
Realidad y fantasía se entremezclan en los versos –un despliegue generoso de las posibilidades del ruso en cuanto a musicalidad, rima y estructura–, moviendo a los más pequeños a intervenir en el mundo con carácter lúdico.
En la edición de El Pionero los poemas estaban acompañados por unas ilustraciones que no convencieron a Tretiakov, demasiado realistas y poco sugerentes. Atraído por la modernidad de la fotografía, le propuso una colaboración a Aleksandr Ródchenko, compañero de LEF y el más experimental de los fotógrafos soviéticos, que aquel mismo año había sido padre.
Ródchenko vivió su primera infancia en las tripas de un teatro de San Petersburgo. Su padre era tramoyista. Allí descubrió la magia de crear a partir prácticamente de la nada.
Con el fin de comprender mejor el origen de esa energía creadora, lo mejor es leer su breve autobiografía, Blanco y negro, escrita en tercera persona: “Nació sobre un escenario… Conocía el teatro como los chavales conocen su pueblo, su río y su bosque”. Y el espacio que concentraba más magia era el de trabajo de su padre, donde se obraban milagrosas transformaciones.
“Es allí donde su padre hacía con pan gris un pollo asado, o convertía una lata vacía de anchoas, rociándola con una mezcla de cola y abalorios negros, en caviar, tan real que sólo faltaba ponerlo en un plato. Y es que los niños fantasean, cuando a los adultos rara vez les está permitido hacerlo”. El constructivismo intentó subvertir esa afirmación.
“A Ródchenko le gustaba hacer juegos de magia para la familia, para entretener y alegrar la vida de la gente”, dijo de él su nieto, Aleksandr Lavréntiev, diseñador gráfico y crítico de arte.
Gracias a sus recuerdos, que también se recogen en esta edición, podemos saber cómo fue el proceso de creación de las 30 placas de vidrio conservadas. No pretenden ser una ilustración fiel de los sainetes. Cada una es un pequeño teatro-circo de bolsillo con el que “el niño podrá hacer las figuritas por sí solo al ver las fotografías del libro”, comentó a Stepánova antes de ponerse manos a la obra.
Ilustración de Aleksandr Ródchenko para 'Animales animados'. Gentileza Editorial Gustavo Gili.
Una tarde, antes de salir de casa para impartir clases en los Talleres de Enseñanza Superior del Arte y de la Técnica (VJUTEMAS), Ródchenko se pertrechó de lápiz, escuadra y compás.
Trazó la distinta fauna “para animar” de Tretiakov con formas geométricas sencillas en una cartulina blanca. Al volver, se encontró sobre la mesa del estudio un pequeño zoo, pues Stepánova se había dedicado a cortas las piezas y a ensamblarlas.
Ródchenko, sin perder un instante, tomó la cámara de gran formato y un foco de luz y, jugando libremente con las sombras, creó las imágenes encargadas por su amigo. Se sucedieron noches en que el ingenio vivo de Ródchenko y Stepánova se confabuló para mover las figuritas de cartulina.
Así, haciendo avanzar y retroceder por intuición las sombras proyectadas, creaban la sensación de movimiento y luego las congelaban con la cámara, siempre buscando el mejor encuadre.
“La serie pone atención en los contrates de luces y sombras de los muñequitos y su decorado, de los matices que se crean, del volumen, dando expresión y sentido al carácter esencialmente fotográfico de estas ilustraciones”, señala Debla Carbonell, profesora de fotografía documental de la escuela Blank Paper de Madrid.
Uno de los aspectos más atractivos del trabajo elaborado por este dúo de artistas en Animales animados es el derroche creativo a partir de elementos mínimos.
“Es interesante cómo invita a los niños a potenciar su imaginación a partir de unas ilustraciones fotográfica sencillas, esquemáticas, expresivas y cargadas de ilusión”, añade Carbonell. “Y cómo esta historia los impulsa a crear su propias figuras y escenarios, a generar sus propias aventuras. El trabajo manual, además, aporta otra perspectiva diferente a los medios digitales, cercana y asombrosa”.
Por su parte, Alicia Guerrero Yeste, crítica de arte y cofundadora de btbwarchitecture, coincide en señalar la voluntad presente en este trabajo artístico de expandir las posibilidades de la realidad.
“Samozveri no debe ser entendido como algo anecdótico o menor sino como un documento donde se pone de manifiesto cómo la energía conceptual y creativa del constructivismo estaba esencialmente sustentada en un búsqueda de libertad imaginativa de contundente pureza”.
Y alude a Svetlana Boym, eslavista de Harvard, novelista y artista multimedia, que define el constructivismo como una forma de pensamiento cuya sustancia es una idea de aventura abierta a la exploración en las dimensiones temporales invisibles del presente.
“En el epílogo, Aleksandr Lavréntiev presenta las herramientas y el hecho fotográfico en la creación de este proyecto como instrumentos mágicos con los que sumirse en la búsqueda aventurera de los propios mundos, las propias visiones”.
Esta versión en español es una propuesta de cómo podría haber sido este libro en la mente de sus creadores. Ni los costes de producción de la época ni el malogrado destino de Tretiakov, que desapareció en una purga estalinista acusado de espionaje, permitieron que sus autores lo vieran publicado en vida.
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