La arquitectura rusa busca su lugar en el mundo

Hotel Moskvá. Fuente: Lori / LegionMedia

Hotel Moskvá. Fuente: Lori / LegionMedia

Los cuatro volúmenes que componen ‘Atlas, arquitecturas del siglo XXI’, editado por la Fundación BBVA, ponen en el mapa del discurso contemporáneo las distintas arquitecturas nacionales y regionales del mundo. De las 237 obras descritas y seleccionadas por un panel de 40 expertos, cuatro se ubican en territorio ruso. ¿Está consiguiendo Rusia hacer aportaciones significativas al panorama arquitectónico actual, después de dos décadas erráticas? ¿Conseguirá forjar un lenguaje tan visionario e innovador como el constructivismo, en un contexto globalizado?

La arquitectura rusa busca su modernidad perdida. Después de un largo periodo en que la política urbanística estaba supeditada al estricto control de la ideología estatal, los arquitectos rusos han accedido al libre mercado con poco margen de tiempo para adaptarse.

Surge la necesidad de crear una nueva agenda creativa. O, en otras palabras, hay que emprender la peliaguda tarea de buscar una identidad moderna. Porque cuando el Estado, como es el caso, cede su puesto como cliente privilegiado a la iniciativa privada se crea un vacío que no siempre se llena con criterio.

La buena situación económica de Rusia, que a priori podría considerarse un factor positivo para la arquitectura, ha avivado ciertas malas prácticas que el director del proyecto Atlas, Luis Fernández-Galiano, catedrático de proyectos en la Escuela de arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid, ha calificado de “gigantismo trivial de la prosperidad petrolera”. La reconstrucción de la catedral ortodoxa de Moscú o la torre de Gazprom de RMJM son ejemplos paradigmáticos.

Esta edición llega, además, en un momento especialmente delicado para la profesión por el frenazo en la construcción de grandes proyectos que debe ser aprovechado, como también indica Fernández-Galiano, para retomar la senda de la “austeridad y la solidaridad”.

Luces y sombras

El encargado de introducir el contexto ruso en el volumen dedicado a Europa es Vladímir Belogolovsky, fundador de la firma Intercontinental Curatorial Project, con sede en Nueva York.

Lo primero que subraya de la situación actual este arquitecto y comisario de exposiciones es que, con la extinción de la Unión Soviética, se produjo una ruptura generacional que aún está por encauzar.

En un país donde hay un número escaso de arquitectos nacionales, esta cojera intelectual ha propiciado, además de una relación tensa con el pasado más reciente, una expansión en todas direcciones sin un rumbo claro.

Algo favorecido, además, por el problema del “síndrome del mal cliente”, puesto que las obras, al fin y al cabo, se adaptan a los gustos de quien realiza el encargo. Y pone el ejemplo del “estilo Luzhkov”, en honor al exalcalde de Moscú que imprimió en la ciudad su gusto excesivo por el neobarroco y no se anduvo con reparos a la hora de borrar del mapa tejidos urbanos preexistentes de especial interés.

Por no olvidar la práctica del novodel [réplica], esto es, derribar un edificio de interés arquitectónico y levantar uno nuevo con la misma fisonomía porque sale más barato que la reconstrucción del viejo (y auténtico). Este sería el caso del hotel Moskvá.

Relegado a un papel meramente técnico, el arquitecto ruso ha visto en las dos últimas décadas que los proyectos más emblemáticos caían en manos de figuras extranjeras. El hecho en sí no es negativo, pues Rusia siempre, desde sus inicios como Estado, ha acogido el trabajo de arquitectos foráneos.

Pero tampoco ha ayudado a renovar una normativa técnica conservadora ni a atraer a profesionales extranjeros a los estudios rusos, algo que desencallaría en gran medida esta crisis creativa. 

El poco recorrido de los concursos internacionales, que ponen a prueba a los estudios en el mercado global, aún está por perfeccionar y convertirse en un verdadero escaparate de las posibilidades de los arquitectos y equipos rusos.

De todos es conocido el errático devenir de la ampliación del teatro Mariinski, de cuyo proyecto se hizo cargo primero Eric Owen Moss, luego Dominique Perrault y finalmente Diamond Schmitt Architects. Pocos de los grandes proyectos que han estado sobre la mesa a partir de la recuperación de la economía rusa, firmados por nombres de sobra conocidos, ni siquiera se han puesto en marcha. ¿Le interesa a Rusia copiar el discutible modelo de los edificios icónicos de arquitectos estrella?

Otra de las asignaturas pendientes es la preocupación por el paisaje. Belogolovsky pone el ejemplo del área moscovita de Ostozhenka, un lujoso enclave en el que destaca la Copper House de Serguéi Skuratov.

Copper House de Serguéi Skuratov. Fuente: Kommersant

Interesante en su configuración, queda totalmente desdibujada porque el entorno ha quedado reducido “a un puñado de calzadas y aceras deshabitadas que flanquean edificios custodiados con grandes medidas de seguridad, a los que se accede habitualmente desde puertas de garaje automatizadas que solo se abren para dejar paso a lujosos vehículos con chófer”. Algo que recuerda a algunas escenas de la película Elena de Andréi Zviáguintsev.

Hay que entender la ciudad como una suma de entidades conectadas, que se adaptan a su ubicación y no “un conjunto extraño, carente de genius loci que uno espera encontrarse en cualquier lugar que visita por primera vez”. 

Los seleccionados

“En el siglo XX existían movimientos que se imponían sobre las individualidades; ahora no hay escuelas, sino autores, o mejor dicho, grandes despachos con centenares de empleados, y las tendencias estilísticas son eclécticas”, afirmó Fernández-Galiano en la presentación de Atlas, acompañado por Norman Foster.

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El último movimiento plenamente ruso que se destacó es el de la ”Aquitectura de papel” de la época de la glasnost y la Perestroika, una explosión de creatividad que, si bien no se concretaba en proyectos reales, sí fue el primer intento de coger altura.

¿Y los nuevos nombres propios? Dentro del ámbito de los concursos internacionales hay gratas sorpresas. Los autores destacan el nuevo Teatro Borís Eifman de UNStudio, el proyecto de la Nueva Holanda de Work AC. o la reconstrucción del Museo Politécnico de Moscú por parte del japonés Junya Ishigami.

Y a la sombra del rico legado constructivista pisan fuerte otros nombres. Alexander Brodsky con su obra 95 Grados (2000) en el lago Pirogovo o la casa en Tarusa (2006), Totan Kuzembaev o Eugene Asse. La mayoría desarrollan proyectos a pequeña escala, pero son el germen de futuros proyectos más ambiciosos. También Borís Bernasconi y su Museo de Arte de Perm (2008) o Villa Mirror Mongayt (2004); y los estudios Totement/Paper y Za Bor.

Museo de arte de Perm de Borís Bernasconi. Fuente: Kommersant

Sin embargo, la lupa de Atlas se ha situado sobre cuatro grandes proyectos. El primero se trata de una obra de un nombre ya habitual en tierras rusas, Rem Koolhaas, uno de los impulsores del Instituto Strelka.

Hablamos de la próxima sede del Centro Garage de Cultura Contemporánea en el parque Gorki, que espera abrir sus puertas en 2014. De nuevo se instalará en una estructura previa, Vremená Goda de la década de 1960. Este nuevo emplazamiento busca un mayor impacto de esta organización en el ámbito cultural moscovita. Se prevé que se levante una segunda fase en el Pabellón Hexagonal, que aumentará la superficie disponible en 8.500 metros más.

El siguiente es el Complejo multifuncional de Serguéi Skuratov, que se divisa desde los estudios Mosfilm y se yergue sobre el campus de la Universidad Estatal. Una decisión constructiva que apuesta por la densidad en una zona especialmente necesitada de residencias privadas, si bien su impacto visual no ha sido bien recibido por todos los moscovitas. Studio 44 es el responsable, por su parte, de la ampliación del Museo Ermitage, que se cuela por los antiguos pabellones del Estado Mayor.

Vremená Goda. Centro Garage de Cultura Contemporánea en el parque Gorki.

Fuente: wikipedia / Ilya Ivanov

Y el último, pero el más elogiado por los autores, la Escuela de Administración de Moscú, obra de Adjaye Associates, un conjunto formado por pabellones prismáticos sobre un zócalo de planta circular. A pesar de sus grandes dimensiones, ha sabido encerrarse en sí mismo para producir el mínimo impacto, conservando la independencia y conectividad de todas las secciones independientes.

Las potencias arquitectónicas actuales, en cuanto a calidad y discurso, no se corresponden con las grandes economías. Lo son Suiza, Holanda o Finlandia. Lo fue también España en la pasada década.

Pero luego encontramos el caso de China, en donde se observa una interesante evolución de los estudios autóctonos después de muchos años de pura asimilación extranjera y arquitectura intelectualmente barata.

En cuanto a Rusia, cabe preguntarse qué modelo quiere escoger, si está dispuesta a apostar por un lenguaje propio, por su capital humano. Más aún, ante los avisos de la UNESCO con respecto a la conservación de su rico patrimonio.  

Atlas, Arquitecturas del siglo XXI (4 v.)

dirigido por Luis Fernández-Galiano

editado por la Fundación BBVA

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