Analizamos el resultado de la decimoctava cumbre del clima y la postura de y las consecuencias para la Federación. Fuente: AFP / Eastnews
Fuera de plazo, como ya es habitual, la decimoctava Conferencia de las Partes (COP) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) celebrada en Doha, Qatar, alcanzó con polémica un acuerdo de mínimos el pasado sábado.
La 18ª COP deja, como en cumbres pasadas, un mal sabor de boca. El Protocolo de Kioto se prorroga hasta 2020, pero apenas se ha avanzado en el acuerdo que lo sustituirá. Más allá de la sede (París), se sabe lo mismo que hace dos semanas, cuando se inauguró la COP.
Deberá estar listo para el 2015, entrar en vigor en 2020 e incluir obligaciones vinculantes de todos los países (incluyendo EE UU, China e India, hoy exentos). Se ignora, sin embargo, la forma legal que tendrá, el objetivo de reducción en 2050, y el techo de las emisiones, todas ellas cuestiones sustantivas.
Además, los países en desarrollo pedían 60.000 millones de dólares para los próximos tres años, pero ni siquiera se han cumplido a cabalidad las metas del periodo 2009-2012. La histórica inclusión de compensaciones por daños y pérdidas exige precisar el origen y gestión de los fondos.
Se prorroga hasta 2020. Esto permite seguir con un esquema de obligaciones legales en la ONU, e instrumentos de contabilización y transacción de derechos de emisión importantes para los países en desarrollo, como el mecanismo de desarrollo limpio. Sin embargo, los países que asumen compromisos vinculantes son pocos: la UE, Australia y otros estados. Suponen menos del 15% de las emisiones globales.
Rusia no prorroga Kioto
Rusia resolvió las dudas con las que llegaba a la cumbre de la peor manera. Finalmente, cumplió con su anuncio de no suscribir el segundo periodo de Kioto, junto con Japón, Canadá y Nueva Zelanda, miembros también en la primera fase.
La decisión responde a varios argumentos. El primero que, según Moscú, Kioto II puede satisfacer solo muy parcialmente la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero que el mundo necesita. Un acuerdo sin EEUU y China es espurio.
El segundo motivo es el interés decreciente para Rusia de participar en el segundo periodo de Kioto. Espoleada por el sector empresarial, Rusia dudó en adherirse a Kioto II debido a la posibilidad de sacar provecho de los derechos de emisión de gases de efecto invernadero acumulados y los que pudiera añadir en el futuro. Aunque en la primera fase Moscú no supo beneficiarse sustantivamente, muchos veían en Kioto II una oportunidad notable de hacer caja.
El análisis se tornó más pesimista en Qatar. Los compromisos de quienes renuevan Kioto son moderadamente ambiciosos, por lo que no se espera que requieran comprar masivamente derechos de emisión a otros países.
La Unión Europea, por ejemplo, se ha comprometido (está en su legislación comunitaria) a que sus emisiones sean en 2020 un 20% menores que las de 1990. Hoy son un 18.5% más pequeñas. Si la demanda es módica también lo será el precio y, por extensión, los beneficios que los países con excedentes puedan obtener en el mercado.
También había dudas con respecto a la transmisión de los derechos excedentes entre los dos periodos de Kioto. A los antiguos países socialistas les interesaba que estos pudieran arrastrarse.
Pero muchos defendían que se habían adquirido sin esfuerzo, más por deficiencias en el establecimiento de las metas que por la ambición y eficacia de las políticas, y que se establecía un antecedente perverso de cara al nuevo acuerdo.
Los países del Este de Europa tienen créditos equivalentes a lo que emite la UE en dos años y medio.
Liderado por Polonia, la reclamación del bloque excomunista resquebrajó la unidad de la UE, poniendo en peligro la prorroga. El resultado es una cancelación gradual de los derechos de emisión acumulados. La solución le permite a la delegación polaca salvar la cara en casa, mientras elimina en la práctica la capacidad de transferirlos.
Moscú añadió un argumento para no adherirse a Kioto II: los derechos acumulados y potenciales que pierden se habrían cancelado progresivamente y podrían haber tenido muy poco valor.
La polémica rusa
Abandonada Doha, Varsovia albergará el próximo año el siguiente episodio de las cumbres del clima. Lo hará con todos los frentes abiertos, sin haber empezado siquiera los deberes. Lo hará también con mucha urgencia, pese a ser asimismo de transición a la espera de París en 2015, el día del juicio final.
Más allá de un descafeinado Kioto II, Doha deja en herencia un nueva forma de gestionar el necesario e inviable consenso característico de las cumbres sobre cambio climático. El acuerdo de Qatar fue aprobado por unanimidad, aunque existiera disenso.
No se escucharon objeciones simplemente porque el presidente de la cumbre, el viceprimer ministro catarí, prefirió leer atropelladamente los acuerdos y obviar las manos que se alzaban o golpeaban la mesa pidiendo la palabra.
Entre las voces discrepantes que nunca se escucharon estaba la de la incrédula delegación rusa, que, en nombre también de Bielorrusia y Ucrania, pedía a última hora retener los derechos de emisión que le han sido cancelados por no renovar Kioto.
La estrategia catarí para sortear la discordancia rompe el debido proceso y no es la más democrática. Pero es efectiva frente a un esquema enormemente complejo que tiene que lidiar con aspectos urgentes.
El desafío nacional
Culminada la COP, las miradas deben dirigirse hacia los países. Desterrada la posibilidad de compromisos internacionales vinculantes por parte de los grandes emisores antes de 2015, aplicables a partir de 2020, el desafío es avanzar en compromisos nacionales ambiciosos.
Aliado con Canadá y Japón, la no adhesión de Kioto II no tendrá para Rusia consecuencias significativas. Pero sí es relevante el objetivo de reducción de emisiones que establezca internamente.
En la Conferencia de Río, en junio de este año Medvédev prometió un recorte del 25% en 2020 respecto a 1990. En Qatar, la meta se rebajó a la horquilla 15% - 25% propuesta en 2009 en Copenague. En ambos casos emitiría significativamente más que ahora.
Es decisivo que Moscú sea ambicioso a este respecto. No solo por su responsabilidad histórica y presente (es el cuarto emisor mundial). Tampoco solo por su reputación internacional. Por su propio interés.
Estrategias bien diseñadas de mitigación de sus emisiones de gases de efecto invernadero podrían reportar a Rusia beneficios complementarios decisivos. Queda un año para la COP de Varsovia. Un tiempo precioso para hacer muchas cosas.
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