El espía que no vino del frío

George Blake, considerado como el mejor agente doble del siglo XX. Fuente: AP

George Blake, considerado como el mejor agente doble del siglo XX. Fuente: AP

George Blake fue un agente del MI6 que comenzó a colaborar con el KGB a finales de los años 40.

Casi todas las películas y novelas sobre el tema muestran a los espías de forma caricaturesca. Al final, la mayoría de la gente no tiene mucha idea de cómo actúa un agente doble o de cuál es su pinta. También es cierto que sus mayores cualidades son no dejar rastro y pasar desapercibido. O como dice Fernando Rueda, autor del libro Espías y traidores: “Saber llevar una vida normal. Poder disociar su cerebro y que una parte del mismo guarde su auténtica identidad y la otra represente el personaje”.

Es muy complicado destapar a un agente doble que demuestra haber nacido y servido en un país, con un pasado incuestionable, mimetizado y conocedor de las alcantarillas de la sociedad. “¿Cómo descubrirlos? Los servicios de espionaje ya querrían disponer de la fórmula mágica, pero ninguno la tiene. Y a algunos como Blake, que no actuaban por dinero, sino por ideas, todavía es más difícil pillarles”, añade Rueda.

Los agentes dobles son una minoría. La elite olímpica del espionaje. Lo común es destinar sabuesos dentro del cuerpo diplomático o establecer redes de colaboradores externos para acceder y contrastar información.

“Ahora hay mucha más tecnología, pero el espionaje del hombre sobre el hombre sigue siendo vital”, confirma el experto.

En este caso hablamos del agente doble que cuenta con el mejor historial de daños causados a los servicios de inteligencia occidentales. Este mes George Blake ha cumplido 90 otoños rusos y el presidente Vladímir Putin le felicitó como a un héroe nacional: “Usted pertenece con todo derecho a la pléyade de profesionales brillantes, hombres fuertes y valientes… que realizaron con su trabajo invisible una importante contribución a la paz al asegurar el equilibrio estratégico”.

Los recientes homenajes a Blake sorprenden por su cantidad y por su carácter abiertamente público. Como si el Kremlin quisiera que demostrar que cumple con aquellos agentes que mantienen su lealtad a Moscú.

En la actualidad, Blake cuenta con una pensión relativamente alta, una dacha a las afueras de la capital rusa y reconocimiento público. Para su 90 cumpleaños pudo reunir a toda su familia, llegando tres de sus hijos (uno de ellos cura) desde Gran Bretaña.

“Repasando mi vida, todo lo que he hecho me parece lógico y natural”, reconocía recientemente a Rossíyskaya Gazeta. “Estos son los años más felices de mi vida, y los más tranquilos… soy un hombre feliz. Tuve una suerte excepcional”.

Blake nació en Rotterdam en 1922, su madre era holandesa y su padre judío-turco, quien consiguió la nacionalidad británica por sus servicios en la primera guerra mundial. De hecho, su nombre viene de la admiración que su padre sentía por el rey Jorge V de Inglaterra.

Siendo niño, fue enviado a El Cairo para pasar un tiempo con la hermana de su padre. Allí aprendió inglés y francés. Más tarde aprendería ruso, supuestamente en 1947, en un curso organizado por la universidad de Cambridge. Aunque sorprendió que a los tres meses fuese capaz de leer Anna Karénina de Tolstói.

En 1948 aterrizó en Corea del Sur, siendo el único agente del MI6 en la delegación enviada por Londres a Seúl. Dos años más tarde cayó capturado por el ejercito norcoreano junto al resto de diplomáticos británicos.

Según la mayoría de expertos fue a raíz de ese acontecimiento cuando Blake decidió comenzar a colaborar con el KGB. En su autobiografía No Other Choice (1990), escribe que leyó El capital de Marx en la prisión y viró su postura política.

No obstante, en una entrevista concedida en 1999 a una televisión norteamericana, aseguró: “Allí asistí a los implacables bombardeos de las pequeñas aldeas coreanas por la aviación de Estados Unidos. Los muertos fueron mujeres, los niños, los ancianos, ya que los hombres estaban en el frente. Nosotros mismos pudimos haber sido las víctimas. Aquello me dio vergüenza… y sentí que estaba en el bando equivocado”.

Durante muchos años se barajó la posibilidad de que Blake sufriera torturas y lavado de cerebro en Corea. Sin embargo, en el archivo Mitrokhin, con documentos secretos del KGB, se especifica que las confesiones de Blake estaban preparadas, y se refieren a él como ‘Diomid’.

El nombre encriptado lleva hasta el crucero Diomede, primer destino de Blake como agente del MI6 en 1943, lo cuál abre la posibilidad de que comenzará a colaborar con el KGB ya entonces y no en 1951.

En 1953 volvió a Londres, donde fue nombrado subdirector de la sección de comunicaciones del MI6. Después fue enviado al Líbano, donde aprendió árabe.

Delación

Fue ahí cuando la CIA confirmó a Londres que Blake era un agente doble. “Los servicios de contrainteligencia apenas son capaces de pillarles y las detenciones proceden de delaciones de otros traidores. Esta es una de las acciones que más daño hacen al contrario. Igualmente, permitir que el enemigo conozca el listado de agentes propios es un daño difícil de reparar, pues  saca al aire todas las operaciones que están realizando en el mundo entero”, confirma Fernando Rueda.

En 1961, Blake fue delatado por el desertor polaco Michael Goleniewski. Su juicio fue secreto y se le aplicó tres veces la pena máxima.

Sin embargo, escapó en 1966, tras una operación conjunta del KGB y el IRA. Fue llevado a Berlín del este, cruzando Europa empaquetado en una caja de madera bajo un coche. Blake todavía se queja de que se rompió una muñeca al saltar el muro de la prisión.

Antes, el agente Blake había informado detalladamente al KGB del túnel que la CIA y el MI6 planeaban construir bajo el muro de Berlín. Para no delatar a su espía, la inteligencia rusa esperó a que el túnel estuviera terminado y simuló descubrirlo por accidente.

Blake también pasó un listado con el nombre de 400 espías del MI6 y la CIA, y desenmascaró a varios agentes dobles que pasaban información a occidente, como el comandante Piotr Popov, quien trabajaba en secreto para la CIA y fue ejecutado en 1960.

“Con cierta frecuencia tuve que cambiar mi nombre a lo largo de mi vida”, reconoce en su autobiografía, por la que cobró 60.000 libras de una editorial británica. También reconoce que en Moscú se encontraba regularmente con Kim Philby y Donald Maclean, miembros del llamado ‘Cambridge Five’ rescatados por la URSS tras ser descubiertos.

“Todos nosotros luchábamos por lo mismo, por una sociedad más justa y por una idea que sigue siendo muy noble, aunque en esta etapa de la historia humana resulta inalcanzable”, afirmó Blake.

“El riesgo es algo que gusta a muchos. La capacidad de descubrir secretos, de moverse por un hilo del que se pueden caer en cualquier momento… Investigando a los agentes dobles me he encontrado con montones de motivaciones y no solo el dinero, como la gente cree. Algunos como Aldrich Aemes sí que lo hacían para satisfacer los caprichos caros de su mujer. Otros como Blake o Dmitri Poliakov actuaban por creencias. Alfred Readl lo hizo por chantaje, al ser homosexual y haber violado una ley del ejército austro húngaro. Mathilde Carré lo hizo por miedo a que los nazis la mataran”, concluye Rueda.

El último caso conocido en España es el de Roberto Flórez, cabo de la Guardia Civil que acabó siendo agente doble para el FSB ruso por dinero. En una polémica decisión, el gobierno de Putin acaba de aumentar las penas y rebajar los requisitos para ser acusado de traición.

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