Cómo vivir con el futuro. En memoria de Borís Strugatski

Fallece el famoso escritor, que junto con hermano Arkadii, creó obras imprescindibles de la ciencia ficción. Fuente: ITAR-TASS

Fallece el famoso escritor, que junto con hermano Arkadii, creó obras imprescindibles de la ciencia ficción. Fuente: ITAR-TASS

He leído a los hermanos Strugatski desde que tengo uso de razón, se podría decir que aprendí a leer con ellos. No tiene nada de extraño, todos los autores a los que admiro y leo han crecido con los Strugatski: Pelevin, Sorokin, incluso Tólstaya.

Indiscutiblemente, fuera de cualquier duda, lejos de cualquier polémica, estos han sido los mejores escritores de ciencia ficción de la literatura rusa. Y ni siquiera este extenso distintivo les hace justicia. Los Strugatski van más allá de su género y de su época.

Precisamente por eso fueron capaces de traspasar una frontera infranqueable para casi todos los escritores soviéticos: la que separaba el nuevo régimen del antiguo. Es más, los Strugatski mantuvieron una continuidad entre lo que había y lo que llegó luego enlazando, en la medida en que esto puede ser posible, el “hilo de los tiempos”.

Me atrevo a asegurar que los Strugatski influyeron en el hombre soviético no solo más que Marx y Engels, sino que incluso Solzhenitsin y Brodsky.

Fueron ellos (y no Brézhnev, ciertamente) los que crearon al hombre soviético de tal manera que este sobrevivió al cambio de época. No se debe subestimar el potente impulso que tenían. Ellos solos justificaban el mito fundacional de todo el régimen.

Los Strugatski devolvieron el sentido a la utopía marxista. Como el último resplandor de una bombilla fundida, su fantasía alumbró de nuevo la idea medio olvidada de la felicidad del trabajo.

Miraban a la raíz, aunque esta nacía del futuro. Su símbolo de la esperanza era el trabajo, el trabajo colectivo y desinteresado de los sábados que convierte el resto de los días en el paraíso, al burgués en miembro de la comuna, al semi-animal en un semidiós.

Este trabajo iba rehaciendo el mundo sobre la marcha, ya que el objetivo real no era materia, sino consciencia. Convirtiéndose en el faro del comunismo, el protagonista de las novelas de los Strugatski evolucionaba de libro en libro, adquiriendo capacidades sobrenaturales y perdiendo sus rasgos humanos.

Y así fue sucediendo hasta el momento en el que rompía con el Homo sapiens para convertirse en un “Luden”, una criatura nueva que incluso asustó a sus creadores, que ya no tenía nada en común con nosotros pero sí con los habitantes de un porvenir radiante. Cualquier utopía, si se examina atentamente, acaba convirtiéndose en su propia contradicción.

Su último libro, escrito a finales de la época del deshielo, y titulado, “Caracol escalando una montaña”, trata sobre esto. Únicamente un prejuicio literario que asocia la ciencia ficción a un gueto adolescente impide que esta novela se cuente entre las obras maestras indiscutibles de la literatura rusa.

Deformado por la censura, el libro logró sobrevivir al cambio de época y pasó a la eternidad, donde figura en la misma estantería que Swift y Schedrin, e incluso que Borges.

Ampliando las fronteras del género hasta la sátira filosófica, el “Caracol” se convirtió en la encarnación clara y profunda del conflicto más irreconciliable de todos: el que existe entre el hoy y el mañana. “El futuro, - explicaban su idea los autores hace un cuarto de siglo, - nunca es bueno ni malo. Nunca es como nosotros lo esperamos”.

Para nosotros ese futuro ya no se debe esperar, ahora nos queda recordar cómo era en sus primeros libros. En ellos, articulando su fantasía a partir de unas cuantas nociones de tecnología, crearon un mundo en el que ellos (y también nosotros) deseaban vivir. Los Strugatski lo llamaron “el Mediodía de la humanidad”.

La gente del Mediodía es como una pandilla de estudiantes. Son listos, sanos, alegres y atareados (se dedican a asuntos complejos, interesantes, difíciles de comprender). Allí, como en el Centro Panruso de Exposiciones, reina la amistad de los pueblos y todos tienen un lugar bajo el sol radiante. Hay sitio para las hazañas, el amor no correspondido y algunos pequeños absurdos. Los caballeros errantes del futuro vagan por la Tierra y sus alrededores en busca de riesgos, descubrimientos y aventuras caballerescas, pero lo más importante es su fascinante trabajo.

En la novela “Intento de fuga” aparece el siguiente diálogo:

- Pero no se puede estar todo el tiempo trabajando…

-  No, — dijo Vadim apesadumbrado. — Yo al menos no puedo. Es que es entrar en ese callejón sin salida para divertirte inevitablemente. 

Poco después llevaron este sentido a un gran aforismo que se convirtió en el título de su novela más famosa, “El lunes empieza el sábado”. Este es, en esencia, el “Harry Potter” soviético.

En eta obra los hermanos acometen no sólo una racionalización, sino también una burocratización de la magia, volviéndola entrañable, accesible y envidiable. Todos los lectores de los Strugatski desearían trabajar en el Instituto de Investigación Científica en Magia y Hechicería, así como todos los seguidores de Rowling sueñan con estudiar en Hogwarts.

En mi despedida de Borís Strugatski recuerdo con ternura y cariño aquellos primeros libros optimistas. Eran un auténtico himno al trabajo libre de la gente reunida libremente, esa gente que empezaba el lunes desde el sábado.

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