El jefe de gobierno iraquí, Nuri al-Maliki. Fuente: AP
Según un funcionario del gobierno iraquí, al volver de Moscú al-Maliki empezó a sospechar que el acuerdo estaba envuelto en una trama de corrupción, lo que le sirvió de motivo para cancelarlo.
El mismo sábado, el canal de televisión Al Jazeera informó que el ministro de Defensa de Irak, Sadun ad-Dulaimani, había anunciado en una rueda de prensa en Bagdad que “el contrato se iba a cumplir de acuerdo con el plan”.
Probablemente en los próximos días el asunto sobre la entrega de una partida de armamento de 4.200 millones de dólares se aclarará, pero actualmente ya se pueden analizar los motivos de una situación tan poco habitual.
Según la información que apareció en prensa tras las reuniones que Nuri al-Maliki mantuvo en Moscú, las partes acordaron una entregas a Irak de 30 helicópteros de combate Mi-28 y 42 sistemas de misiles de defensa antiaérea 'Pantsir'.
Si este contrato se ejecuta, será el primero desde el derrocamiento de Saddam Huseim y Rusia se convertirá, tras Estados Unidos, en el principal proveedor de armamento a Irak.
Bajo el gobierno anterior, el país árabe gastó un total de más de 30.000 millones de dólares en la compra de armamento a la Unión Soviética.
En octubre, los resultados de las negociaciones entre ambos países fueron calificados de extraordinarios. En el contexto de la aparente complicación en las relaciones de Moscú con la mayoría de países árabes a causa de Siria, Irak, que por su proximidad a Irán ocupa una posición moderada, es un país adecuado para demostrar la capacidad que tiene Rusia de conservar su presencia en la región.
Aunque ese giro de Bagdad hacia Moscú sería otra constatación más del fracaso de la política de Estados Unidos en ese país.
Hace un mes los periodistas norteamericanos realizaron preguntas embarazosas a la representante oficial del Departamento de Estado, Victoria Nuland: “¿Para qué luchamos si ahora hacen negocios con nuestro peligroso competidor?”
Ella mostró indiferencia, ya que pretender poner a ralla un estado soberano y prohibirle tener negocios con otro estado significaría provocar un gran escándalo.
Sin embargo, a juzgar por las noticias que llegan de Bagdad, a Estados Unidos sí que le importa con quien negocian las autoridades iraquíes. No hace falta tener información de primera mano para presuponer que al indisciplinado al-Maliki le presionaron y le explicaron quién tiene que continuar siendo el principal amigo de Irak.
Siete años de ocupación demostraron que Estados Unidos no era capaz de retener a Bagdad bajo su protectorado, aunque hay que reconocer que los estrategas norteamericanos consiguieron sofocar el catastrófico brote de violencia producido en el país a mediados de los años 2000 y crearon las condiciones para una nueva construcción política.
Las elecciones en Irak, a pesar de todas las dificultades, fueron totalmente democráticas. Los resultados reflejan la distribución de fuerzas y las preferencias en el país. Aquí es donde se demostró que cuando la gente del Próximo Oriente expresa de forma libre su voluntad no votan a aquellos que Washington considera más óptimos.
La situación de Irak en Oriente Próximo
La mayoría chiita, aplastada durante el régimen de Saddam Hussein, ha empezado a mirar hacia sus correligionarios de Irán. No se puede considerar al poder actual de Bagdad una marioneta iraní, pero al-Maliki y sus colaboradores escuchan atentamente a Teherán.
El conflicto en Siria ha colocado a Irak en una situación particular entre los países árabes. No fue casual que Vladímir Putin anunciara después de las negociaciones con Nuri al-Maliki, que las visiones de Rusia e Irak sobre la crisis siria casi coincidían.
La necesidad de Irak de tener unas relaciones más estrechas con Rusia viene determinada precisamente por esa situación intermedia entre los diferentes bandos regionales. Estados Unidos espera lealtad de Bagdad y observa su agenda con creciente descontento.
Los principales países árabes, que se unieron contra Bashar Asad, empiezan a mirar a al-Maliki como una nueva edición de la proiraní “quinta columna”.
Sin embargo, el giro definitivo hacia Irán está plagado de problemas. En primer lugar, la pérdida de independencia es poco agradable, incluso si ésta resulta a favor de un socio cercano. En segundo lugar, los chiitas no son la mayoría absoluta, y, en nombre de la estabilidad en el país, el gobierno tiene que tener en cuenta la opinión del resto.
En estas circunstancias Rusia resulta una salida ideal. Moscú no tiene unas ambiciones políticas claras en Irak, aquí no hay nadie que aspire a restablecer el modelo que existía en tiempos de Saddam Hussein.
Rusia está interesada en la ampliación de los mercados, y más cuando los cambios en Libia y Siria reducen el círculo de posibilidades, y para ello está dispuesta a prestar apoyo político.
La “primavera árabe” ha demostrado que Rusia no es un actor clave en el Próximo Oriente, pero al mismo tiempo, sin la participación y apoyo del Kremlin no se puede influir de veras en los acontecimientos.
En una zona de grandes intereses exteriores, Washington utiliza todos los medios posibles para convencer a Bagdad que sólo Estados Unidos puede desempeñar el papel de socio de referencia.
Parece ser que alrededor de Irak empieza a tejerse un nuevo nudo de contradicciones, que parecía que se había desembrollado con la intervención estadounidense del 2003.
Y de nuevo Rusia se convierte en participante del gran juego.
Fiódor Lukiánov, director de la revista “Rusia en la política global”.
Artículo publicado originalmente en RIA Novosti.
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