Dibujado por Alexei Iorsh
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Una de las pruebas más importantes de una sociedad desarrollada es su capacidad de atraer y hacer suyo un flujo diverso de personas que se trasladan al país a estudiar y trabajar.
Si queremos que Rusia sea uno de los países líderes del mundo y que Moscú se convierta una ciudad global debemos resultar atractivos para la inmigración.
La presencia de un 10-15% de extranjeros en una capital es una norma internacional. En este sentido, la cuestión de cómo organizarse sin inmigrantes demuestra la incomprensión de la problemática y la falta de amplitud de miras en nuestra conciencia.
El pico de la inmigración ya ha pasado
Al discutir sobre el comportamiento de los inmigrantes en Rusia, es necesario recordar la experiencia internacional. En el mundo hay una enorme cantidad de investigaciones psicológicas y sociológicas con respecto a la inmigración.
Dicen que es el comportamiento de los inmigrantes en el país anfitrión la prueba de fuego que pone de manifiesto las normas culturales reales –y tácitas- de esa sociedad. Los inmigrantes se comportan de la misma manera que el grupo étnico principal, como se aprecia en numerosos países.
Es probable que a algunos les sorprenda este dato, pero Rusia ya no se encuentra en el punto álgido del proceso migratorio. Por el contrario, está en declive. El pico de la migración tuvo lugar en la mitad de la década de 1990, y después, a partir de 1999, se observó una caída.
Y la caída es tal que en muchos sectores falta mano de obra. Es una situación normal en todo el mundo: las naciones importantes tienen una actividad laboral selectiva.
Con la intención de resolver este problema, Rusia empezó en 2002 a crear condiciones para atraer a inmigrantes rusohablantes. Pero para entonces el interés por emigrar al país ya había decaído. Aquellos que querían venir lo hicieron en la década de 1990, aunque en ese momento no se habían creado las condiciones jurídicas y organizativas necesarias.
Hemos dejado pasar la posibilidad de aprovecharnos de un recurso heredado de la URSS: un flujo migratorio con cultura rusa, formado y altamente cualificado procedente de los países de la CEI.
Este flujo, procedente de Ucrania, Moldavia, Transcaucasia, se ha reorientado hacia Europa. La razón es la falta de un sistema de naturalización y que Rusia no resulta atractiva para los inmigrantes. Las estadísticas lo confirman: en términos relativos, según Gallup, Rusia ocupa el 56º puesto en cuanto a nivel de atracción para la inmigración.
La situación en Moscú
En la actualidad, en la población de las grandes ciudades, se ha formado la impresión de que el número de los que vienen de fuera no está regulado por nadie; por lo demás, las estadísticas muestran una caída en la inmigración.
La engañosa sensación que tienen algunos de 'una invasión' la crea el hecho de que los inmigrantes se han concentrado en las grandes ciudades, donde hay trabajo para ellos. El descontento de los habitantes de estas grandes ciudades lo provoca, en primer lugar, la baja calificación de los trabajadores inmigrantes.
Pero no hay alicientes para atraer a Rusia a especialistas altamente cualificados, puesto que el ambiente no es demasiado confortable. Y aquí nos adentramos ya en el concepto de “la calidad de la inmigración”, determinado por la calidad de la parte receptora.
La experiencia del mundo desarrollado dice que el país debe, en primer lugar, expresar claramente sus necesidades en un periodo a corto plazo: cuándo, cuántos y qué inmigrantes se precisan.
En segundo lugar, hay que organizar el traslado de la mano de obra en el país de origen. Los norteamericanos, por ejemplo, cuentan con una red mundial de centros donde se puede realizar el examen de inglés, obtener información sobre el país y solicitar la Green Card.
En cuanto una persona pisa EE UU, se activa una enorme maquinaria de naturalización. Le enseñan las normas de la cultura local, le instruyen en la historia del país, además del idioma, y si es necesario la ayudan a encontrar empleo. En Estados Unidos, millones de personas están involucradas en el trabajo con inmigrantes. ¿Y en Rusia? Si seguimos dejando este proceso en manos exclusivamente de la policía, la situación en este sentido no mejorará.
Para administrar como es debido el flujo migratorio, es imprescindible construir una infraestructura de acogida, ocuparse de su integración y de su adaptación, incluso cultural: enseñar la lengua y promover normas sociales y culturales. La función de cualquier capital o simplemente de una gran ciudad es la transformación sociocultural de la población a gran escala.
Una gran ciudad siempre ofrece oportunidades. Hace que las personas se adapten a un nuevo entorno y las impulsa hacia delante, a otros lugares. Así funciona la vida.
Por eso, se debe entender que la ciudad es de uso general y el orden en ella es una cuestión de acuerdos. Si no queremos que los inmigrantes se agolpen y bailen en las plazas, hay que crear para ellos centros culturales. Para los judíos, construir sinagogas. Para los musulmanes, mezquitas.
Moscú tiene una larga experiencia como ciudad que ha atraído recursos laborales. Desempeñó ese papel durante todo el periodo soviético. En la actualidad, la migración de personas que van de una región a otra a menudo pasa por la capital. Hoy, cuando la movilidad de la población en nuestro país no ha crecido significativamente, pero la mano de obra escasea en muchos sectores y en muchas regiones, resulta claro que parte del flujo de los países de la CEI, por ejemplo, ha tomado otro camino.
En cuanto a la percepción que tiene la población autóctona de los inmigrantes, no es algo nuevo para Moscú. Lo mismo que hoy dicen de los inmigrantes, lo decían de las personas que llegaban de otras regiones de Rusia. Gran parte del problema radica en nosotros mismos: somos agresivos con todo lo ajeno.
Piotr Schedrovitski, consejero del director general de la empresa “Rosatom”, director adjunto del Instituto de Filosofía de la Academia de las Ciencias.
Texto abreviado. El original apareció publicado en ruso en Vzgliad.
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