Los movimientos supuestamente reformistas de Georgia, Ucrania y Kirguistán han resultado ser un fracaso. Fuente: flickr / Carpetblogger
El pasado 28 de octubre se celebraron elecciones legislativas en Ucrania, en las que el Partido de las Regiones (PR) del presidente Yanukóvich ha resultado vencedor con un 32% de los votos, mientras que sus aliados del Partido Comunista han alcanzado un 14%.
En la oposición queda Batkívshina, liderada por la encarcelada exprimera ministra Timoshenko, con un 24% de los sufragios, a la que se suma el 13% de UDAR y el 10% de los ultranacionalistas de Svoboda (Libertad).
Con estos comicios se consuma el giro que comenzó con la victoria de Yanukóvich en las presidenciales de febrero de 2010, y que supone la desaparición de los últimos vestigios de la Revolución Naranja de 2004.
Algo similar ha ocurrido en Georgia, donde el 'Movimiento Nacional Popular' del presidente Saakashvili, líder en 2003 de la Revolución de las Rosas, fue derrotado en las legislativas del 1 de octubre por el 'Sueño Georgiano' del millonario Ivanishvili, o en Kirguistán, donde el cabecilla de la Revolución de los Tulipanes de 2005, el presidente Bakiyev, se vio forzado a abandonar el país en abril de 2010.
Por tanto, en la actualidad todos los dirigentes surgidos de las conocidas como Revoluciones de Colores han desaparecido del mapa, y el balance de su etapa de poder arroja muchas más sombras que luces.
El conjunto de revueltas producidas en el espacio postsoviético en el periodo 2003-2005 suscitó una gran atención de la comunidad internacional.
En general, se presentó una imagen muy idealizada de este fenómeno, al etiquetar a los revolucionarios como jóvenes reformistas y democráticos, que se rebelaban contra los regímenes autoritarios herederos de la Unión Soviética, y que buscaban zafarse de la influencia de Moscú y abrirse a Occidente.
Sin embargo, y como siempre suele ocurrir, ese trazo grueso ocultaba una realidad mucho más compleja.
En Georgia, Shevardnadze era Presidente desde 1992. La falta de progreso económico y la corrupción le pusieron en una difícil situación, que estalló con el fraude en las elecciones legislativas del 2 de noviembre de 2003.
La denominada 'Revolución de las Rosas' fue financiada desde Occidente, y Shevardnadze acabó por dimitir el día 23 de noviembre. El joven opositor Saakashvili asumió la Presidencia en enero de 2004, y sus inmediatos intentos de recuperar la soberanía de Osetia del Sur y Abjazia, así como su intención de solicitar el ingreso en la OTAN, hicieron que el Kremlin percibiera ese cambio político como una interferencia exterior en su espacio de especial interés.
En Ucrania, país con el que Rusia tiene más vínculos históricos y mayores intereses, se reprodujo la situación. Siguiendo el patrón de Georgia, la oposición ucraniana protestó masivamente en las calles contra el fraude en las elecciones presidenciales de noviembre de 2004, en las que resultó vencedor Yanukóvich, el candidato favorito de Moscú.
La Revolución Naranja, también apoyada desde el exterior, consiguió la repetición de los comicios en diciembre, con el triunfo del opositor Yúschenko. El nuevo presidente no tardó en adoptar una posición de firmeza frente a Rusia y de acercamiento incondicional a Occidente.
Por último, en Kirguistán se produjo el tercer y último de estos movimientos populares, la 'Revolución de los Tulipanes'. Allí, el Presidente Akayev, que dirigía el país desde la época soviética, se había perpetuado en el poder usando la violencia para reprimir a la oposición.
Sin embargo, las protestas populares en Bishkek tras las elecciones legislativas del 25 de marzo de 2005 hicieron que Akayev huyera ese mismo día del país. La presidencia pasó a manos de Bakiyev, líder del Movimiento Popular de Kirguistán.
La situación de seguridad del espacio postsoviético era relativamente estable hasta el año 2003, ya que aunque ninguno de los conflictos surgidos al finalizar la Guerra Fría se había resuelto del todo, al menos se habían alcanzado soluciones de compromiso bajo mediación rusa que evitaron nuevos enfrentamientos.
Otras controversias, como las existentes entre Rusia y Ucrania respecto al estatus de Crimea, se habían resuelto con el 'Tratado de Paz y Amistad' de 1997. Sin embargo, ese status quo se modificó radicalmente con las 'Revoluciones de Colores', dando lugar a una etapa de inestabilidad en la región.
En el caso de Georgia, el Presidente Saakashvili envió sus tropas a Afganistán e Irak, y a cambio Estados Unidos las equipó y adiestró.
El problema era que esas capacidades que Washington creía que se destinarían sólo a operaciones en el exterior, Saakashvili planeaba usarlas para recuperar por la fuerza sus territorios perdidos. Así, el 7 de agosto de 2008 atacó Osetia del Sur por sorpresa, matando a varios militares rusos de la fuerza de interposición. Tras el victorioso contraataque ruso, el resultado de esa aventura para Georgia fue la ruptura de toda relación con Moscú, la declaración de independencia de las regiones separatistas, la destrucción de sus Fuerzas Armadas, y el aplazamiento sine die de su ingreso en la OTAN.
En el caso de Ucrania, en 2010 y tras el periodo naranja el balance incluía el fracaso en el intento de entrar en la OTAN, la falta de avances en el camino hacia la UE, la degradación de las relaciones con Rusia, dos guerras del gas en 2006 y 2009, y el desplome de la economía un 15% del PIB tan sólo en 2009.
Otra importante consecuencia fue la división del país entre el sur y el este, más favorables a Rusia, y el centro y el oeste, más proclives a la integración con Occidente, lo que amenaza la propia existencia de Ucrania como país.
Por último, en Kirguistán el Presidente Bakiyev tejió un entramado de intereses económicos del que se beneficiaban sus allegados, en particular gracias a la presencia militar tanto de Rusia (en la Base de Kant) como de EE UU (en la Base de Manas), con los que negociaba a dos bandas para maximizar su propio beneficio.
La pésima situación económica motivó una protesta popular el 6 de abril de 2010, cuya represión causó 41 muertes, y al día siguiente Bakiyev abandonó Biskek con rumbo al Sur del país, desde dónde se exilió el 15 de abril dejando en el poder a Rosa Otumbayeva.
En conclusión, y en este momento en el que las 'Revoluciones de Colores' ya parecen algo del pasado, se puede afirmar que para la oposición política de esos países esos movimientos fueron una forma de desafiar al poder establecido y lograr gobernar.
Para ello supieron beneficiarse del entorno estratégico de la época, ya que en 2003-2005 Estados Unidos apoyaba abiertamente los movimientos supuestamente democratizadores, pero en realidad se trataba más de oportunismo de los líderes de las revueltas que de un propósito realmente reformista. Por ello, las medidas de estos dirigentes acabaron actuando en contra de los propios intereses de sus naciones, y sus conciudadanos se lo han pagado arrojándolos al rincón de la Historia.
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