Tolstói y los periodistas

Imagen tomada durante la presentación en Barcelona. De izquierda a derecha, Javier Jiménez (editor de Fórcola), Jorge Bustamante (editor y traductor del libro) y Marta Rebón (crítica literaria y traductora) Fuente: Natalia Bustamante.

Imagen tomada durante la presentación en Barcelona. De izquierda a derecha, Javier Jiménez (editor de Fórcola), Jorge Bustamante (editor y traductor del libro) y Marta Rebón (crítica literaria y traductora) Fuente: Natalia Bustamante.

Creíamos saberlo todo del autor de ‘Anna Karénina’. A sus textos literarios y ensayísticos, cuya edición completa alcanza los noventa tomos, se añadió, después de la muerte del escritor, la correspondencia, los diarios personales y los recuerdos de sus contemporáneos. El crítico e historiador Vladímir Lakshin, tras una exhaustiva investigación en bibliotecas y archivos, recuperó, en 1986, más de un centenar de entrevistas publicadas en distintos medios. En la época del florecimiento de la prensa, y cuando el género de la entrevista era relativamente nuevo, las opiniones de Tolstói sobre los más variados temas eran un preciado material para periodistas y lectores. El rusista colombiano Jorge Bustamante, que ha traducido una selección de estas entrevistas, habla para Rusia Hoy sobre esta novedad editorial presentada recientemente en Barcelona.

¿Cuál ha sido el criterio de su selección, los aspectos que ha querido destacar en ella?

 

Fue un proceso largo y difícil elegir las entrevistas que quería traducir. Inicialmente seleccioné 38, que fui reduciendo paulatinamente a 24. Me interesaba que tocaran aspectos novedosos, pero también que mostraran a Tolstói como un ser de carne y hueso, con sus virtudes y sus defectos.

 

Hubo conversaciones que empecé a traducir, pero que luego dejé, porque me parecían que se alejaban de ese propósito. Y así fue como fui encontrando una cierta y rara unidad que fue configurando el espíritu del libro. Desde la pianista polaca que va a visitarlo a su hacienda y le toca en las mañanas y en las tardes piezas de sus músicos favoritos, hasta aquella otra mujer que lo acusa ante la prensa de haberla plagiado.

 

Hay también ahí una joya, la de un periodista que quiere entrevistarlo durante una visita de Tolstói a Petersburgo, pero no logra hacerlo, y lo único que le queda es realizar una magistral crónica de la visita del ilustre visitante a esa ciudad. Después lo envié a Javier Jiménez de Fórcola Ediciones, quien de inmediato lo aprecio de manera generosa y realizó una edición muy pulcra y bella.

 

Imagino que en los años en los que están comprendidas estas entrevistas, la conversación era un elemento imprescindible para informarse de lo que sucedía en el país y en el mundo. Ahora disponemos de otros canales muy inmediatos, pero más pasivos. ¿El libro funciona también como un elogio a la conversación?

 

Pienso que sí, estas entrevistas muestran a un Tolstói al que le gusta conversar y hace de la conversación con el otro, con los otros, una celebración, una manera de estar con los otros, de intentar entenderlos y entenderse a sí mismo, de comprender el mundo y la época que le correspondió vivir. Uno siente que a Tolstói le gustaba pasear por su finca mientras conversaba con alguien venido de la ciudad y hablaba con él de todos los temas que iban surgiendo en esas caminatas.

 

En el libro se alude varias veces al tema de la traducción. Unas veces critica algunas versiones de obras suyas, otras se pregunta si la traducción es la responsable de que un autor como Ibsen se lea con demasiadas ambigüedades. Pero luego afirma que la traducción es la prueba de fuego de la buena literatura. “Yo tengo, mire usted, una regla netamente mecánica, un método para definir si un escritor, conocido o no, es realmente grande: la traducción”, explica Tolstói. A usted, como poeta, pero también como traductor (no sólo de este libro), ¿qué opinión le merecen estos comentarios en el debate eterno sobre la posibilidad de traducir? ¿Se decanta más por lo que nos dice Tolstói o por lo que piensa, pero no dice en voz alta, Fiódor Muskatblit, de que sí hay cosas que no se pueden transmitir?

 

Por lo que sugieren estas entrevistas Tolstói no estaba exento de contradicciones. Me parece justa esa primera apreciación suya que la mala traducción pueda ser el motivo de que el lector no tenga una experiencia plena con el texto. Sucede más frecuentemente con la traducción de poesía. Mandelstam y Brodski, ubicándose en el extremo, afirmaban que la traducción de poesía no era sólo imposible, sino también un crimen. Es por supuesto una afirmación a todas luces exagerada, pero no deja de tener al mismo tiempo un ápice de verdad.

 

Fuente: Fórcola Ediciones

Esa es tal vez la razón por la que la poesía traducida al castellano que existe de Pushkin no nos toca de la misma manera profunda y sensible a como toca a un lector ruso. Por otra parte, la segunda afirmación de Tolstói de que la traducción es la prueba de fuego de la buena literatura, aunque suene sugerente, no me parece verdadera. Hay magnífica literatura que es prácticamente intraducible, aunque se ponga el mejor empeño, y sólo se queda en el ámbito de la propia lengua. Aquí Pushkin es también otro ejemplo y en cada lengua suceden casos parecidos.  

 

Hay un comentario muy curioso de Sofia Tolstaya, al final de una de las conversaciones con un periodista: "Acaban de enterrar a Chéjov, usted logró hablar con Tolstói; es un gran material…", que da cuenta de cierta conciencia mediática. En nuestros tiempos, esta conciencia está absolutamente desarrollada. ¿Cree que los Tolstói se “aprovechaban” de la prensa?

 

Creo que sí hubo un cierto tipo de “utilización” de la prensa por parte de los Tolstói, en especial en los últimos diez años de vida del escritor. Se siente a través de algunas de las entrevistas la necesidad del escritor de comunicar al público inquietudes o pensamientos sobre la realidad social y política de su época, reflexiones que lo asediaban desde hacía años, asuntos no tanto de índole moral, que se aprecian mejor en sus novelas y relatos. La prensa escrita de esos años en Rusia iba en permanente crecimiento y su influencia en la sociedad era cada vez mayor y, por supuesto, que los Tolstói tenían plena conciencia de ello. Chéjov también fue asediado por los periodistas en los últimos años de su vida. Todos querían saber lo que pensaban esos escritores sobre lo que sucedía en Rusia y en el mundo en esa época. Los escritores en Rusia siempre jugaron un papel muy especial, la gente volteaba a mirar a ellos, a lo que escribían y decían, para intentar orientarse un poco. En Occidente ese papel lo jugaron más los intelectuales, los analistas, los especialistas de todo signo.

 

La curiosidad insaciable de Tolstói también se hace manifiesta con el cine. En un artículo se percibe cierta desgana sobre el nuevo invento, pero más adelante habla incluso de escribir un guión. ¿Cree que, de haber estado este medio más desarrollado, habría hecho uso de él para su actividad creadora?

 

No lo podemos saber, tal vez sí. Quizás tenía una imaginación cinematográfica, sin saberlo. Quizá fue una especie de guionista que desarrollaba la trama y los tiempos a la perfección, en un género que todavía estaba por llegar. Sus grandes novelas parecen corroborarlo. Tal vez por ello se han adaptado tan bien al cine.

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En algunos pasajes habla sobre los peligros de la fama en el escritor. Explica que la fama puede arrastrarlo a escribir para recibir el aplauso. Incluso afirma que sería mucho mejor publicar una vez muerto. Lo dice alguien al que, precisamente, no le faltaba la notoriedad. ¿Cómo sobrellevaba precisamente esos "peligros" derivados de la fama?

 

Tolstói creía en el trabajo creador en completa libertad. Le aterrorizaba sentarse en sus laureles y por eso prevenía de los peligros de la fama, que puede conducir al sedentarismo creativo. Él sobrellevaba esos “peligros” trabajando en su escritura. Nunca paraba de escribir, aunque no publicara. Sus cartas y sus diarios dan testimonio de ello.

 

En el texto también reniega de las autobiografías. Nos han llegado, sin embargo sus diarios. ¿Encontramos la misma voz de puertas afuera que de puertas adentro?

 

Creo que esos personajes son un tanto distintos, siempre sucede. Una cosa es lo que se dice en la intimidad, otra tal vez la que se dice públicamente. En alguna de las entrevistas traducidas hay una al novelista Leonid Andréiev, que le hace un corresponsal de un periódico al conocerse que Andréiev había visitado a Tolstói en Yásnaia Poliana, la única vez que se vieron.

 

Andréiev, que ya era un novelista muy reconocido en Rusia por entonces, da su versión de su encuentro con el autor de Anna Karénina y lo hace de una manera muy sugestiva e interesante, propia de un novelista de su talla. Da la impresión, por lo que dice Andréiev, que Tolstói quedó contento con su visita. Sin embargo, el conde escribió por esas fechas en su diario: “Después vino Andréiev. Poco interesante, pero agradable… Poco serio”.

 

Compagina la labor como poeta y traductor con el interés por la geología, que estudió en Moscú. Cómo se ha ido imbricando una cosa con la otra. ¿Fue primero la poesía o la rocas? ¿Fue la poesía lo que más le apasionó de la literatura rusa?

 

La geología ha sido una experiencia vital en mi vida, su práctica diaria, la cercanía con lo que significan las rocas y minerales y lo que se puede leer en ellos, ha sido para mí algo que tiene que ver con las preguntas originales, iniciáticas, como sucede también con la poesía. Recuerdo que en mis años juveniles en Moscú, junto con algunos amigos, combinábamos la lectura de poesía y novelas, con la de manuales y libros de geología, y luego discutíamos y conversábamos de todo ello en un círculo que formamos por entonces. Creo que para mí fue primero la prosa rusa: Turguéniev (Relatos de un cazador, El primer amor, Aguas primaverales, Padres e hijos, etc.), Chéjov, Gógol… y después dos poetas tutelares en ese momento: Esenin y Blok.

 

Hace unos años en la revista Alforja de México hicimos un número de poesía rusa con Ludmila Biriukova, poeta que vive en Puebla, y ahí incluimos poetas nacidos entre 1950 y 1980.

 

Si algo queda claro de este libro es la gran admiración que despertaba Tolstói. Ese papel del escritor, ¿es algo del pasado?

 

En la actualidad algunos escritores vivos también despiertan gran admiración y tienen muchos seguidores. Creo que a pesar de lo que piensan muchos, la literatura sigue muy viva y coleando. Y por supuesto habrá más sorpresas en el futuro. Aquellos escritores que exploran en el alma humana, que no tiene final, siempre realizan nuevos descubrimientos. La escritura, la literatura, es una indagación de cosas aparentemente intangibles y en ello radica, para mí, el secreto de su supervivencia.

 

¿Cuál ha sido su experiencia personal con la obra de Tolstói?

 

Tendría yo unos 12 años, allá en Zipaquirá, Colombia, cuando mi padre le regaló a un hermano mío, mayor, un libro muy voluminoso que llevaba el título de Guerra y paz.

 

Siempre me intrigó ese libro, que mi hermano hojeaba y acariciaba como un bien especial. Luego mi amigo de juventud, Álvaro Rodríguez Torres, quien hoy es un reconocido poeta colombiano, se enfrascó durante una larga temporada en la lectura de esa novela y de otra de Tolstói, Anna Karénina.

 

Ese hecho avivó aún más el misterio que deparaban para mí esos gruesos volúmenes, que leería con mucho esfuerzo muchos años después, viviendo ya en México y cuando ya sobrepasaba los 40 años de edad. De Tolstói siempre me han gustado sus obras menores, por fortuna nada voluminosas. De muy joven leí La muerte de Iván Ilich y me sorprendió. La he releído después varias veces y me sigue sorprendiendo.

 

Luego durante mis largos años como estudiante en Moscú leí y releí con deleite Infancia, Adolescencia, Juventud, que conseguí reunidas en un bello volumen, me parece que en las clásicas ediciones de la editorial Mir, o Progreso, no recuerdo bien. También los Relatos de Sebastópol, Los cosacos y un librito en edición cubana, La Sonata a Kreutzer, que me cautivó y me marcó para siempre.

 

Mi relación con los libros de Tolstói no ha sido permanente. A veces han pasado años sin que me los encuentre, pero después suceden de pronto reencuentros inesperados y me enfrasco en su lectura. No soy un especialista en Tolstói, ni presumo serlo. Lo he leído con las mismas ausencias y frecuencias como he leído a otros rusos, a Gógol, a Pushkin, a Tiútchev, a Turguéniev, a Goncharov, pero sobre todo a Chéjov.

 

¿Cuál es su relación actual con Rusia? ¿Aún viaja a Moscú? ¿Ha estado en Yásnaia Poliana? Si así fuera, ¿cómo la describiría?

 

Todo lo que tenga que ver con Rusia me interesa, desde la música y la literatura hasta el desastre que hacen los políticos. Conocí la Rusia soviética, viajé mucho por lugares extraños en nuestras prácticas geológicas: por el Cáucaso, los Urales, Chechenia, Daguestán, Osetia del Norte y otros lugares que ahora son otros países: Ucrania, Crimea, Tadzhikistán, Moldavia, los países bálticos…

He regresado a Rusia varias veces después de 1990. En 1995-1996 realicé in situ una investigación sobre la literatura rusa de esos años, con entrevistas a escritores, ese libro apareció luego en México en Ediciones sin Nombre bajo el título La literatura rusa de fin de milenio. He estado cuatro veces en Yásnaia Poliana, la última en 2008, en un encuentro internacional de traductores. En esa ocasión convivimos traductores de diversos países durante casi una semana en la finca de Tolstói. Yo me salía a hurtadillas en las noches a pasear un poco por las alamedas que recorría el viejo Tolstói en sus acostumbrados paseos, con la esperanza de imaginar al escritor metido en sus pensamientos dentro de esos paisajes…

 

“Lev Tolstói. Conversaciones y entrevistas. Encuentros en Yásnaia Poliana”

 

Edición y traducción de Jorge Bustamante

 

Fórcola Ediciones. Madrid, 2012

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