El idioma de los judíos del Este de Europa se mantiene en Birobidzhán, ciudad situada en el Extremo Oriente de Rusia. Fuente: ogoniok.
Para la mayoría de los judíos actuales el yiddish es como un rompecabezas chino. En cambio, para algunos chinos no lo es en absoluto. Al menos para los hijos de los chinos que emigraron al Extremo Oriente de Rusia y que estudian este idioma en las escuelas de la Provincia Autónoma Judía (“EAO”, según sus siglas en ruso). Este hecho fue una de las grandes sorpresas que se llevó el escritor francés Marek Halter durante el rodaje de su película documental “¡Birobidzhán, Birobidzhán!”.
Birobidzhán, que recientemente celebró su 75º aniversario, comenzó como una localidad de servicios para la estación de trenes Tíjonkaia, en función de la decisión tomada por el Partido Comunista de la URSS.
Birobidzhán fue construida por judíos, que llegaban de todos los rincones del país e, incluso, del extranjero. Pero el impulsor del proyecto fue un ruso, el “síndico de toda Rusia”, Mijaíl Kalinin, presidente del Presidium del Soviet Supremo de la Unión Soviética, una figura clave en el gobierno de Stalin y el número uno de éste.
Kalinin incluso sopesaba la posibilidad de que la Provincia Autónoma Judía se consolidara como el futuro Estado Hebreo. Todo aquello tuvo lugar 15 años antes de la declaración del Estado de Israel por las Naciones Unidas.
Stalin declaró el yiddish como “la lengua del proletariado y el idioma oficial de Birobidzhán”. Hoy en día Birobidzhán es una de las últimas ciudades del mundo donde todavía se pueden encontrar carteles y rótulos en yiddish, y donde los alumnos todavía estudian en la escuela este idioma que antaño hablaban las localidades judías de Europa del Este y que hoy se suele considerar como un idioma en vías de extinción. Y eso que la mayoría de los judíos hace mucho tiempo que se fue de Birobidzhán.
Marek Halter nunca había vivido en EAO. Antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial, Marek se trasladó de Polonia a la Unión Soviética junto con su padre, que era librero, y su madre, que era poeta y escribía en yiddish. Bajo el régimen estalinista, la familia fue deportada a Uzbekistán. Al poco tiempo de terminar la guerra, los Halter lograron volver a Polonia y desde allí emigraron a Francia.
Durante la tertulia en la Casa Central del Actor sobre el documental de Halter, se hizo patente que un judío polaco afincado en Francia sabía mucho más sobre la ciudad rusa de Birobidzhán que los propios moscovitas. Marek Halter respondió a las preguntas del público y de los periodistas.
¿Para qué se estudia el yiddish en Birobidzhán? ¿Con quién lo va a hablar esta gente?
Lo hablarán entre sí. He estado en un colegio en Birobidzhán, donde hay alumnos chinos y coreanos, entre otros, y me puse a hablar con una señora china que estaba esperando a su hijo en el patio del colegio. Le pregunté, “¿de qué le servirá el yiddish a su hijo?” Me respondió, “nadie sabe lo que nos puede ser útil en esta vida”.
Yo pensé: “hay 1.400 millones de chinos en el mundo y apenas 14 millones de judíos, de los cuales tal vez unos 150.000 hablen yiddish. Y esta mujer china cree que en unos 20 ó 30 años el yiddish puede serle útil a su hijo. ¡Es una mujer sabia!
Las lenguas no mueren. En Francia ya no hay judíos que hablen yiddish, pero los chistes franceses incorporan palabras procedentes de este idioma. Al igual que en las películas de Woody Allen, donde siempre se oyen algunas palabras en esta lengua y todos las entienden.
¿Usted mismo cree que el hijo de esta señora china usará alguna vez en su vida el yiddish? ¿No será, más bien, que los judíos que aún viven en Birobidzhán se verán obligados a aprender el chino?
Es posible. Ahora muchos chinos llegan a Birobidzhán. Allí se dedican a la agricultura. Y saben que es la Provincia Judía. En China hubo judíos. Yo he hablado con varios autores y escritores chinos. Ellos consideran que hay sólo dos naciones en todo el mundo que a lo largo de la historia no han alterado ni sus tradiciones, ni sus sistemas de escritura, ni sus idiomas respectivos: los chinos y los judíos. Y ellos respetan a este pequeño pueblo.
Trascripción de un fragmento del documental de Halter. Habla Liudmila Ulítskaya, escritora, autora de varios ‘bestsellers’: “Este fue el primer abecedario que me enseñaron. Mi tatarabuelo, que era relojero, me enseñaba las letras. Yo he estudiado el alefato hebreo como mínimo cuatro veces. Y como mínimo cuatro veces lo he olvidado. Se me quedaba atravesado en el cerebro. Los amigos de mi tatarabuelo, que venían a visitarlo y que hablaban con él en yiddish, un idioma que yo desconocía, eran judíos viejitos que vestían chaquetillas desgastadas y todos, uno a uno, eran pobres y menesterosos y por aquel entonces no despertaban en mí interés alguno. Mi aceptación de mi judaísmo sucedió mucho más tarde”.
Durante todos estos años el yiddish se mantuvo como idioma de la Provincia Judía Autónoma artificialmente, por imperativo del Estado. Puede parecer que es una actitud incorrecta, pero gracias a ella la lengua ha sobrevivido en esta provincia.
Tiene usted razón. Tal vez esto no sea lo normal. En la versión rusa de mi película no aparece un fragmento que era muy importante para mí: el teatro judío. En Europa primero se solía erigir una iglesia y luego, a su alrededor, se construía la ciudad. Sólo hay dos ciudades en el mundo cuya construcción comenzó con la de un teatro: Manaus, en Brasil, y Birobidzhán.
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En Birobidzhán sólo había chozas. El primer edificio público fue el Teatro Judío Nacional. Lázar Kaganóvich, el comisario del pueblo [es decir, el ministro] de transporte en el gobierno de Stalin, que era el judío más importante en la dirección política de la URSS, llegó a Birobidzhán en 1936 para inaugurar el teatro y habló en yiddish en aquella ocasión. El teatro sigue en pie y funciona como tal hasta el día de hoy. Los actores siguen representando obras de teatro de autores judíos, pero ahora ya lo hacen en ruso.
Judíos de Polonia, Argentina, Francia vinieron para construir Birobidzhán. En su película lo relata el psicoanalista francés Charles Melman.
Charles Melman tenía siete años cuando su padre, que era comunista, invitó a familias judías de Francia a construir 'Israel en Siberia'. Más tarde, su padre volvió junto con su familia a París para trabajar en el Partido Comunista de Francia. Durante la guerra asesinaron a la madre de Charles Melman y su padre murió en Auschwitz. Charles recuerda Birobidzhán. Recuerda la choza en la que vivieron dos familias judías. En medio de la choza había una estufa que además servía de línea divisoria.
Trascripción de un fragmento del documental de Halter. Habla Charles Melman: “Mi padre se llamaba Max. Aquellos que le siguieron a Birobidzhán le llamaban Moisés. Era un comunista convencido, así que se encandiló con la idea de construir Birobidzhán y viajó allí junto con muchos otros judíos que buscaban la oportunidad de crear su propio Estado. Aquel era a la vez un proyecto judío y comunista. Cuando mi padre llegó a Siberia y vio aquella tierra, y se percató de lo difícil que sería construir algo allí, no se rindió. Comenzó a escribir al camarada Stalin. Le escribía cada día. Y le escribía en yiddish: “Sus ideas, camarada Stalin, son maravillosas. Las entiendo y las apoyo, pero hay una serie de deficiencias que deben corregirse.” Él estaba convencido de que Stalin se enteraría y prestaría atención. Y por supuesto, mi padre no tenía ninguna duda de que Stalin sabía leer en yiddish. Él enviaba estas cartas todos los días. Una vez le llamaron del Comité Local del Partido, y el Primer Secretario le enseñó un montón de cartas – sus cartas – que nunca fueron enviadas a ninguna parte.”
En su película, el rabino mayor de Rusia, Berl Lazar, expresa la opinión de que el proyecto de construcción de Birobidzhán fue un error: todo hombre ha de vivir allí donde mejor le convenga. Según su opinión, Marek, ¿la creación de la Provincia Autónoma Judía tan lejos de Moscú y en una región caracterizada por condiciones tan adversas, podría haber sido una manifestación de antisemitismo?
Tiene usted razón. Los judíos deseaban tener una Autonomía allí donde ellos ya estaban viviendo. Stalin los mandó lo más lejos posible. Más lejos no podía ser. Y sin embargo, para mí Stalin y Hitler no son lo mismo.
Yo nací en Varsovia. Lo primero que recuerdo es el ghetto de Varsovia. Nosotros logramos escapar del ghetto y llegar a aquella parte de Polonia que estaba bajo el control del Ejército Rojo.
Si yo estoy vivo hoy es gracias a que nos ayudara la Unión Soviética. En cambio, Hitler quería que yo fuera reducido a un trozo de jabón. Yo no quise hacer una película política. Sólo quería compartir una parte de mis recuerdos. Cuando yo nací, había 11 millones de personas que hablaban en yiddish, en mí idioma.
Y de repente yo llego a Siberia y descubro un lugar donde todos los carteles están en dos idiomas, el yiddish y el ruso, y los niños estudian yiddish en el colegio. Me he vuelto a encontrar con judíos como los de entonces, como hacía 50 años que no los había visto. Con la misma entonación. Entonando las mismas canciones.
Publicado originalmente en ruso en Ogoniok.
Enlace para ver “¡Birobidzhán, Birobidzhán!”, en ruso.
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