"La imagen de un país tiene un coste
económico. No hay que simplificar estos problemas. Existen, y hay que
reconocer que parte de esos problemas tienen su origen en nosotros
mismos", admitió esta misma semana Dmitri Medvédev, el primer ministro
ruso.
Rusia ha dedicado miles de millones de dólares para
mejorar sin mucho éxito su imagen simplista que ha cuajado en Occidente:
un país sin ley dirigido con mano férrea por un ex subcoronel del KGB,
Vladímir Putin.
El último salpicón fue el caso Pussy Riot,
cuando tres integrantes del grupo punk fueron condenadas a dos años de
cárcel por algo que Occidente considera una gamberrada: cantar contra
Putin ante el altar de una catedral.
Los acontecimientos del
último año han diluido la ardua labor de relaciones públicas y Rusia
volvió a ser un país intolerante con los inconformes.
Según
Medvédev, precisamente estos problemas de imagen conllevan que cada año
decenas de miles de millones de dólares abandonen Rusia con rumbo a
economías más fiables.
De cara a la cumbre del Foro de
Cooperación Económica Asia-Pacífico, Rusia no escatimó medios para
acondicionar la remota isla Russki, situada frente a Vladivostok y
bañada por las aguas del océano Pacífico.
Más de 20.000
millones de dólares ha costado la flamante sede de la cumbre, en la que
participan países como EEUU, China, Japón o México.
Dos
espectaculares puentes, un nuevo aeropuerto, una línea férrea, una
autopista y un gasoducto, entre otras obras, son parte de los
preparativos que Rusia llevó a cabo de cara al evento.
Los dos
puentes son modernos pero equiparados al Golden Gate de San Francisco,
ciudad con la que también Vladivostok fue comparada en la década de 1950
por el dirigente soviético, Nikita Jruschov.
Aunque más
cortos que el Golden Gate, tanto el puente Russki (1.104 metros), con
sus impresionantes pilones, los más altos del mundo (324 metros), como
el Zolotói (737 metros), que en ruso significa "de oro", hacen aún más
espectacular la indómita bahía que separa la isla del resto de la
ciudad.
Mientras, el nuevo aeropuerto de Vladivostok, ciudad
con poco más de 600.000 habitantes y situada a seis días de viaje de
Moscú en el Transiberiano, tiene capacidad para 3,5 millones de
pasajeros.
En la isla Russki, territorio militar cerrado que
en tiempos soviéticos acogía una base de la Armada, los edificios
construidos para la cumbre serán cedidos a la Universidad Federal del
Lejano Oriente.
Rusia, donde la mayoría de la población vive
en la parte europea del país, trata de detener la fuga de los habitantes
del Lejano Oriente ruso, cuya población no ha dejado de menguar desde
la caída de la Unión Soviética.
Tras el éxodo de más de 20.000
habitantes en las últimas dos décadas, la isla Russki, cuyo inhóspito
territorio no llega a los 100 kilómetros cuadrados, es hogar de unas
5.000 personas, en su mayoría militares retirados.
Como
resultado, el Lejano Oriente ruso, que incluye las penínsulas de
Kamchatka y Chukotka, la isla de Sajalín, Magadán y el archipiélago de
las Kuriles, se asemeja por superficie a la India pero tiene una
población de menos de siete millones.
Mientras, la vecina
región nororiental china cuenta con más de 100 millones de almas,
contraste que se convierte en la pesadilla del nacionalista ruso, que ya
ve como tras oleadas de emigrantes chinos Pekín reclama la soberanía de
esas tierras que antaño fueron suyas.
Este u Oeste, Europa o
China, el dólar, el euro o el yuan, Rusia se debate entre las dos caras
de su moneda, sin que aún se haya decidido a apostar definitivamente por
una de ellas.
Y mientras el Kremlin sueña con convertirla en
puente entre Europa y Asia, Rusia, al igual que su escudo- el águila
bicéfala heredada de Bizancio cuyas cabezas miran a Este y Oeste-, sigue
sumida en un dualismo que se confunde con el letargo.
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