Última estación: Vorkutá. Fuetne: Alberto Caspani.
Última estación: Vorkutá. Aún provoca escalofríos la voz que anuncia la llegada en el apéndice remoto de la República de Komi, después de 48 horas de tren desde Moscú. Exilio. Trabajo inhumano. Hielos polares. Un día en la vida de Iván Denísovich, de Alexánder Solzhenitisin. Imposible detener la tormenta de recuerdos que logra desencadenar el mero nombre de la antigua capital del gulag. Sin embargo, por todas partes se esbozan sonrisas inofensivas, como si la visita a la ciudad fuese un detalle amable y no una puñalada en el corazón.
La Rusia-Esfinge de siempre, sentenciaría Alexándr Blok. Pero no. Aunque los hielos aprisionan Vorkutá durante casi ocho meses al año, sus ciudadanos realmente se han liberado de los fantasmas del pasado y viven ahora en una ciudad que realmente quiere limpiarse la oscura neblina de sus minas de carbón. Se aprecia hasta en el entusiasmo de los trabajadores suspendidos sobre el tímpano del Palacio de la Cultura, en Plaza Lenin, donde a golpe de barniz y pincel está renaciendo el orgullo de lo que fue en tiempos la vanguardia soviética de la geología industrial.
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Entre los años 30 y 50 del siglo pasado, nació y creció al mismo ritmo que los prisioneros enviados a trabajar en sus enormes yacimientos minerales, pero sólo unas pocas decenas de residentes pueden afirmar hoy en día haber tenido familiares involucrados en las deportaciones masivas.
Los escasos supervivientes se marcharon sin excepción, algunos a las antípodas de Rusia en busca de sus parientes, algunos para olvidar, algunos simplemente para regalarse un futuro laboral distinto. Para velar sobre el monumento a las víctimas, un esbozo de roca, inacabado y atravesado por alambre de espino oxidado, solo quedan los ojos vacíos de las viviendas de Rudnik.
Desde este barrio fantasma de Vorkutá se ve cómo se destaca sobre la ribera del río Usa, no lejos del histórico hotel que lleva el nombre de la ciudad. Es aquí donde cada 31 de octubre se reúnen las almas silenciosas de la ciudad. Es aquí donde se mantienen vivos los recuerdos de quien ha visto y ha podido narrar, gracias al esfuerzo del grupo de voluntarios guiados por la familia Mamulaishvili.
Y es aquí, justo aquí, donde Georgui Cherkov montó en 1931 su tienda de campaña como geólogo de avanzadilla, dando origen al primer núcleo de la ciudad. Quizá la roca no sea más que un corazón abierto, símbolo de una Vorkutá irremediablemente herida y mutilada, pero capaz aún de palpitar.
“La llegada de los gaseoductos desde el norte ha permitido que la ciudad se transforme en una puerta de acceso a la nueva riqueza de Siberia”, reconoce Marat, ingeniero de Gazprom. “Desde que me establecí aquí por motivos de trabajo, hace ya cuatro años, la red local de transportes ha seguido creciendo: nuevas calles, más trenes, gente de todas partes que viene y que va, pero que a veces también decide quedarse. En el fondo, el precio de la vida es mucho más bajo aquí que en otras localidades de la Rusia ártica, donde quizá falta también ese fuerte sentimiento de identidad que se se respira en cada rincón de Vorkutá”.
Parte del mérito hay que atribuírselo al festival de folklore de Komi, que cada año, del 1 al 7 de noviembre, reúne en la ciudad a las numerosas minorías étnicas esparcidas por el territorio de la República. Carreras de trineos, bailes populares, mercadillos de artesanía: un apretado programa de eventos al que la administración local ha decidido dar un impulso más y más amplio, hasta el punto de que las últimas ediciones ha incluido contribuciones de Noruega, Suiza o Alemania.
“Lamentablemente, todavía somos pocos los que hablamos inglés, y las inversiones en publicidad no son el punto fuerte de la economía”, confiesa Ekaterina, empleada de la agencia turística Vorkutá Tour, “pero será necesario ponerse a ello, ya que ahora los turistas extranjeros suelen volver casi siempre en verano, deseosos de profundizar en la historia de la ciudad, de dedicarse a descubrir la naturaleza de los cercanos montes Urales y, sobre todo, los impresionantes ídolos de piedra de Manpupunyor. Trescientas visitas al año no son muchas, pero sin duda es un primer paso importante para empezar nuevos desafíos profesionales, visto que de temporada en temporada siguen creciendo las cifras”
También Europa está dispuesta a poner de su parte. Por tercera vez en pocos meses, el director del museo etnográfico de Turín ha vuelto a Vorkutá, con la intención de completar la redacción de un libro sobre la vida de las víctimas del gulag. Después de tanto sufrimiento, la historia está dispuesta a devolver lo que en otro tiempo arrancó ferozmente.
Alrededor de los lugares de la memoria está tomando forma un emotivo circuito de visita en el que cualquier escolar de Vorkutá podría hacer de guía: todos los años, la administración invita a los alumnos a recorrer de nuevo las calles de la ciudad, para que el recuerdo del pasado se enriquezca generación tras generación.
Y así, se descubre que lo que a primera vista parecería un decadente edificio clasicista fue el primer local con duchas públicas que se instaló en toda la República de Komi. Un frondoso sendero empedrado en los bordes y el centro son los restos del eje principal de Vorkutá en los años 40, la orgullosa Vía de la Victoria. Por su parte, el arquitecto prisionero Liuniov espera que los andamios para la restauración se trasladen a plaza Kirova, donde sus elegantes edificios estalinistas se alzan a pocos pasos del primer gran hotel de la región.
Paso a paso Vorkutá se ensancha, se alarga, se amplía hacia los eriales que circundan el poblado, hasta hallarse sobre las ruinas de la ciudadela de Jurshov, o encima de las chimeneas de ladrillo cocido de Serveni Paselok. Sigue los itinerarios tortuosos que dejaban exhaustos los cuerpos y los agotaban en los pozos, bajo montones de carbón, entre el humo.
Ir y volver. Ir y volver. Sin pausa. Sin esperanza. Exactamente igual que los camiones azules que hoy circulan entre campos de trabajo aún activos y carreteras destinadas a perderse en el horizonte. Hacen que la tierra de los arcenes tiemble con la misma violencia con la que los gritos de los verdugos doblegaban antaño la voluntad de los prisioneros. Hacen que se inclinen las decenas de cruces que, a la altura del cementerio de los alemanes, buscan desesperadamente reclamar un nombre que hallaron a duras penas. Envuelven en smog astas verticales, sin los brazos de la ortodoxia.
No importa. La madera está hecha para pudrirse. Las estatuas votivas nunca tendrán el don de la palabra. A todos los caídos de Vorkutá, a las víctimas de la locura del hombre, así como a los 53 mineros engullidos por una naturaleza violentada demasiadas veces, no les hacen falta nuevos monumentos en los campos de los suburbios: el compañero Iván Chai les dedicará un pensamiento a todos ellos. Cada primavera vuelve, para visitar a las almas sin tumba y a cada una de ellas, sin excepción, le regala el más dulce de los pensamientos: el escarlata violáceo de sus pétalos, en la tierra donde todo se ha vuelto negro. Hasta la nieve.
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