Le corresponde al Estado calmar la situación en torno a Pussy Riot

Dibujado por Natalia Mikhaylenko

Dibujado por Natalia Mikhaylenko

La respuesta internacional que ha despertado el caso Pussy Riot, ha adquirido una dimensión que no es equiparable al suceso original. Este grupo de música punk ha despertado accidentalmente la sensibilidad del mundo al tocar un tema extremadamente delicado. Surge, por un lado, la pregunta, ¿cuáles son los límites de lo que está permitido moralmente?; y ¿Dónde se desdibujan los puntos de vista, normas y reglamentos tradicionales? Por otro, ¿dónde está el límite en el que el tradicionalismo se convierte en un fanatismo destructivo?

 

Lo que ha ocurrido es una consecuencia de los cambios de finales del siglo XX y principios del XXI. La Guerra Fría estructuró de manera clara la paleta ideológica. Había dos sistemas dominantes: el occidental liberal y el comunista soviético, ambos con su propia inspiración progresista. Después, la "alternativa socialista" se desplomó  y la opción liberal no llegó a ser “omnipotente, porque era fiel a sí misma”.

 

Desde ese momento, comenzaron a llenar el vacío los enfoques tradicionalistas e incluso los fundamentalistas, que por norma recurren a la religión. En el siglo XX esta postura tomó posiciones dentro de un contexto de avances sociales y científicos, pero ahora parece que se estuviera vengando.

 

Esto es comprensible. Los eventos a nivel internacional no ocurrieron exactamente como se supuso que iban a ser hace más de dos décadas. La globalización trae consigo nuevos problemas.

 

Al privar a los países y a los pueblos de apoyo anterior, desdibuja la identidad tradicional. Se trata de una consecuencia inevitable del desarrollo económico y tecnológico que no va acompañado de la formulación de políticas adecuadas. Ante tal situación se entiende el esfuerzo por aferrarse a algo sólido y perdurable. Y para muchos, la tradición se presenta como la única posibilidad de detener la decadencia del universo personal.

 

El espíritu conservador aumenta en todas partes. La aparición del partido político estadounidense Tea Party, movimiento de empuje social ultraconservador, tuvo gran influencia en el Partido Republicano y lo obligó a desplazarse a la derecha, cambiando todo el panorama político de Estados Unidos. Rick Santorum perdió las primarias frente a Mitt Romney, pero tuvo éxito en la primera etapa de la carrera presidencial. Asustó a muchos con sus puntos de vista reaccionarios sobre el matrimonio, la familia, la ciencia, por no hablar de las minorías sexuales.

 

Pero también inspiró a otros muchos. En Europa, los conservadores radicales se basan en el proteccionismo, en el sentido más amplio: desde la reacción contra la inmigración y las quejas sobre la decadencia de las culturas tradicionales, a la obligación de proteger la economía nacional frente a los factores transnacionales. Partidos 'antiinmigración' con una inclinación social (en el este de Europa, se añade un espíritu más chovinista) logran éxitos electorales en casi todos los países de la UE.

 

Por otro lado, en Oriente Próximo se desmoronan regímenes autoritarios laicos y no es evidente que se vaya a producir una moderación del islamismo. Los ciudadanos de los países árabes quieren un cambio, pero, paradójicamente, la revolución puede hacer que el desarrollo tome una dirección opuesta a la esperable y se dirija hacia aspectos más tradicionales. El apoyo de Occidente a esta "actualización hacia atrás", incluso mediante la intervención militar, complica sobremanera la situación.

La tendencia tradicionalista rechaza las ideas liberales, que apelan a ideales de libertad y a los derechos individuales. Sin embargo, la construcción de un dogma de libertad también conduce a resultados cuestionables, entre ellos,  un aumento de la intolerancia mutua y la polarización de una sociedad que, en su mayor parte, no quiere considerar como norma la ausencia completa de marcos.

 

La situación política, social y económica a nivel global es sumamente difícil y se requieren enfoques más flexibles. Sin embargo, la confrontación ideológica y moral dentro de los países empuja, por el contrario, a la simplificación, a la cristalización de una postura, a la fijación de una imagen en blanco y negro.

 

En este contexto, Rusia no es un caso tanto especial. La inercia del sistema soviético se agotó, junto con una colección de opiniones, simpatías y antipatías determinadas por la experiencia anterior. En la actualidad no existe un sistema estable de coordenadas políticas, pero comienzan a aparecer, como ante el proceso de revelado de una película, los contornos de lo que se representa. Y en primer lugar, por supuesto, aparecen las líneas de mayor contraste.

 

El problema de la identidad nacional pasa a primer plano. El choque de puntos de vista extremos y liberales es una forma de comprobar los límites, una forma de sondeo de los estados de ánimo. Comienza la dolorosa búsqueda de consenso, reconocido por la mayoría como la base sobre las que se puede desarrollar la sociedad rusa. El primer suceso que lo motivó fue precisamente una oración punk, con fuerte sabor político, pero lo más probable, es que haya más historias más de este tipo.

 

Ante una situación como esta, al Estado le corresponde actuar con gran responsabilidad. Debe tomar conciencia de la delicadeza del proceso y ser una fuerza apaciguadora, como un amortiguador, y en ningún caso debe mostrar una pasión desenfrenada, ni jugar con los extremos para lograr objetivos coyunturales para sus fines políticos. Esto es peligroso para el propio Estado y para la sociedad.

 

Fiódor Lukiánov es redactor jefe de la revista Rossiya v glovalnoi politike (Rusia en la política global).

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