Talant Duishebáev anima a su equipo. Fuente: Legion Media.
¿Cómo empieza tu relación con el balonmano?
A los 11 años mis padres se mudaron a una nueva zona residencial y justo detrás de mi casa se construyó un campo de fútbol y un pabellón cerrado para, entre otros deportes, el balonmano. En invierno, por el frío, mis amigos se pasaron al balonmano… y yo con ellos.
Tu formación deportiva fue todavía en
tiempos de la Unión Soviética. ¿Cómo era el deporte base durante los años 70 y
80?
Afortunadamente, en la URSS todos los deportes estaban protegidos y subvencionados por el Estado, lo que daba la posibilidad de desarrollarlos a un nivel parecido. Naturalmente, el fútbol y el hockey sobre hielo tenían más tirón, pero todos estaban muy bien vistos.
Y en 1976 te mudaste a Moscú…
Sí, empecé a jugar en equipos con 16 años y a los 18 me llegó la edad de ‘la mili’. Como el CSKA era el club militar que mandaba en toda la URSS, me llevaron a Moscú. Allí se compaginaba el servicio militar con el deporte. Los jugadores más consagrados apenas tenían obligaciones militares. Pero los ‘cachorros’ recién llegados pasábamos mes y medio bajo un régimen militar absoluto, para que aprendiésemos sobre la vida. Después nos dejaban salir para entrenar. Si destacábamos y nos portábamos bien, podíamos continuar con el deporte y competir. Si había algo que no les gustaba, nos mandaban otra vez al cuartel. Durante mi primer año, pasé la mitad del tiempo en cuartel y la otra mitad jugando. A partir del segundo me pude dedicar exclusivamente al balonmano.
¿Es verdad que en cierta ocasión os
mandaron a Siberia?
Sí. Hubo un accidente disciplinario y como castigo nos enviaron a Siberia en pleno invierno, a finales de febrero. Tres días de tren sólo de ida, durmiendo de pie. Cuando llegamos había como tres o cuatro metros de nieve. Pasamos sólo dos noches, pero fueron suficientes. A nuestro regreso a Moscú, el coronel nos preguntó: '¿Y ahora qué elegís, volver a Siberia o entrenar?
El pasado febrero, Real Madrid y CSKA se
enfrentaron en octavos de final de la Champions League de fútbol. Eres un
hincha confeso del Madrid, pero tu pasado es del CSKA. ¿A quién animaste?
Tuve el corazón dividido. En todos los deportes lo tengo claro, yo soy del CSKA. Es mi club, donde nací y me formé, el que más me ha dado y apostó por mí, así que al que más agradecido estoy. Me transformaron, pasé de ser un niño a un jugador hecho y derecho.
Se suele recordar a la Rusia de
comienzos de los 90 como una de las mejores selecciones de de todos los
tiempos. ¿Cómo recuerdas aquella época?
Decir 'el mejor de la historia', es siempre relativo. Fue por supuesto la mejor selección de aquella época y tuve suerte de poder jugar en ella. Pero en otros momentos de la historia ha habido otras, como la Rumanía de los 70 o la Francia actual.
¿Cómo afecto la caída de la URSS al
balonmano?
Fue el comienzo de los problemas.En la URSS siempre hubo una buena escuela de balonmano y la selección tenía tres o cuatro jugadores por puesto. Pero en los 90, con la masiva salida de jugadores de Rusia con permiso a ir al extranjero, la liga se debilitó.
Talant Dujshebaev nació en 1968 Frunze, entonces territorio de la URSS, actual Kirguistán. Jugó 16 temporadas para el CSKA de Moscú, entre 1976 y 1992. Campeón olímpico en Barcelona 92 con el Equipo Unificado (que representaba a los países de la CEI) y del Mundo en 1993 con Rusia, una de las mejores selecciones que haya dado nunca el balonmano. Jugador IHF del Año en 1994 y 1996, y segundo mejor jugador del siglo XX, por detrás del sueco Wilander. En 1992 fichó por el TEKA Santander y en 1995 adquirió la nacionalidad española. Con la selección española ganó dos bronces olímpicos (Atlanta 96 y Syndey 2000). Anunció su retirada en 2005, tras los JJOO de Atenas. Hoy entrena al Atlético de Madrid, toda una paradoja, pues es seguidor confeso del Real Madrid. Su hijo, Álex, jugador en la liga española en el Naturhouse La Rioja.
La selección siguió ganando medallas gracias a la base heredada de la URSS, pero era duro ver cómo estaba el país, con niños trabajando en la calle. Aquello nunca sucedió en la URSS en la que yo crecí.
Los resultados de Rusia en balonmano
sufren una silenciosa decadencia en los últimos 10 años. ¿Por qué?
Tras la caída de la URSS, la gente en Rusia estaba más preocupada por poder comer que por el deporte. La generación de jugadores nacidos entre el año 76 y el 83 se vio condicionada por culpa de la crisis de la transición. Y es precisamente esa generación la que ha representado a Rusia en la última década, cuando los resultados han bajado.
¿Qué papel ha jugado Vladímir Maximov,
el seleccionador ruso desde 1992?
Siempre he dicho que Maximov ha hecho muchísimo por el balonmano ruso, pero es
también el que lo ha matado en los años 2000. Un entrenador no puede ser
seleccionador, entrenador de club, secretario técnico…
Naciste en la URSS, actual Kirguistán,
viviste 16 años en Moscú y ahora tienes nacionalidad española. ¿De qué país te
sientes?
Yo no sé ni qué me siento: kirguís, ruso, español o alemán. Yo nací en Kirguistán, mi mujer es rusa y mis hijos españoles. Se supone que yo debería ser musulmán, mi mujer ortodoxa y mis hijos católicos. Soy un cosmopolita. Mi sangre es kirguís, pero quiero a Rusia como a mi casa.
La situación del política y social de
Kirguistán es difícil. ¿Hablas a menudo con tu gente?
Intento ir todos los veranos, allí está la mayoría de mi familia. La situación es inestable. No es fácil cambiar la mentalidad tras más de 70 años de un tipo de poder. Siempre ha habido corrupción. Por su naturaleza, un kirguís es un nómada, pero también una persona de mucho corazón.
Con Rusia lo ganaste todo. Con España
estuviste cerca del oro varias veces, pero este llegó, paradójicamente, en
2005, en el primer gran campeonato para la España post Duishebáiev. ¿Te queda
una espina clavada?
No, nunca. Estoy orgulloso de lo que conseguí durante los diez años que jugué para España. Soy partidario de pensar en ciclos olímpicos. Tras los JJOO de Atenas 2004 yo tenía ya 36 años y veía muy difícil poder llegar a Pekín. Después de unos JJOO, deberíamos dar tranquilidad a los seleccionadores para formar un buen equipo con sangre nueva. Es justo lo que le dije al seleccionador.
Jugaste cuatro años en Alemania, aunque
sin demasiada suerte. ¿Te arrepientes de tu paso por la Bundesliga?
No, y menos con el paso del tiempo. En el plano deportivo no fue bien. Pero en líneas generales fui un afortunado por poderlo conocer. Aprendí un idioma complicado y una mentalidad diferente que ahora me enriquece como entrenador.
En su día hubo en España críticas por tu
nacionalización. ¿Qué les contestabas a los escépticos?
Un húngaro quiere ser un alemán y un yugoslavo quiere ser un americano. A día de hoy, con la globalización, es ridículo hablar de esto. Si entonces a alguien le sentó mal, lo siento. Pero uno debe elegir lo mejor para él, no somos quién para juzgar. Recuerdo que Maximov hizo que sus jugadores dejaran de saludarme y hablarme… Pero cuando él no estaba delante seguíamos y seguimos siendo buenos amigos.
La salud del balonmano ruso
Tras dominar en los años 90 con una generación irrepetible heredada de la URSS
(oros olímpico, mundial y europeo), el balonmano ruso ha sufrido una silenciosa
decadencia en la última década. De estar con los mejores, a luchar por
clasificarse. La última medalla en cualquier campeonato se remonta ocho años
atrás, el bronce olímpico en Atenas 2004. En los Mundiales de 2009 terminó 16ª
y para los de 2011 ni siquiera obtuvo plaza. En los Europeos de 2008 quedó 14º
y en los de 2010 sólo consiguió ser 12º. El seleccionador ruso lleva siendo el
mismo los últimos 20 años, Vladímir Maximov, hombre de hierro que también ocupa
el cargo de secretario técnico de la federación y entrena al potente
Chekhovskie Medvedi, heredero del CSKA desde 2001, donde juega media selección
nacional.
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