Fuente: Flickr/xornalcelto
“No entiendo la ópera, pero el jazz me gusta,” dice Mijaíl mientras camina con dificultad hacia el autobús. “El jazz barroco y el jazz cósmico, ¿sabes? Con sintetizadores y todo eso.”
No tomaríais a Mijaíl por un aficionado al jazz, si os encontrarais con él en la estación de tren de Paveletski, en Moscú, haciendo cola para comida gratis en una de esas chaquetas negras gastadas que tanto se usan entre los hombres sin hogar.
Mijaíl, un hombre de unos cincuenta años y con estudios superiores, viajó de pueblo en pueblo por toda la Rusia central hasta Moscú buscando trabajo, pero fracasó en su intento y le robaron todos los papeles, quedando extraviado y haciendo de su historia un caso de estudio entre las personas sin hogar de la ciudad.
Los problemas de desempleo proporcionan un chorro constante de nuevos alistamientos al ejército de personas sin hogar de Moscú, aunque también contribuyen a ello la desintegración de la familia, la inmigración ilegal y el abuso de las autoridades (o el fraude), que acechan a los vulnerables propietarios de apartamentos, según los voluntarios de las asociacionesk benéficas.
En los últimos años, gracias al esfuerzo de algunas organizaciones, así como instancias oficiales, se han puesto a disposición de los que lo necesitan, comida, ropa y primeros auxilios.
Pero la rehabilitación a largo plazo de las víctimas de exclusión social, un proceso psicológico delicado, sigue estando a menudo fuera del alcance de unos servicios sociales sin experiencia y de unas entidades caritativas de pocos recursos, apuntó Eleonore Senlis, vicepresidenta de la fundación benéfica SAMU Social Moskvá.
Además, la sociedad en general no está preparada para aceptar a las personas
sin hogar ya que, inconscientemente, muchos rusos temen acabar en el mismo
lugar y proyectan sus miedos en la gente de la calle, dijo Anna Fedotova,
voluntaria de la caridad Cristiano-ortodoxa.
Trabajo, familia y otros desastres
El perfil de la persona sin hogar de Moscú responde a un hombre de unos
cuarenta años, nativo de provincias, sin formación universitaria, con
antecedentes penales y problemas de alcoholismo, según explicó en una
conferencia Andréi Pentiujóv, que supervisa el apoyo a los indigentes des del
ayuntamiento.
Se calcula que entre 10.000 y 12.000 personas viven en la calle en una ciudad
de 11,5 millones de habitantes, según recuentos oficiales. Un sondeo
improvisado por RIA Novosti entre los moscovitas mostró que éstos creían que la
cifra era superior; incluso uno de los encuestados los cifró, cautelosamente,
en un millón. Por contra, en octubre de
2011, según la Coalición para las personas sin hogar, en Nueva York había unas
41.000 personas sin hogar entre una población de 8,1 millones.
Muchos futuros indigentes vienen a Moscú en busca de trabajo, pero fracasan en el intento, a menudo por culpa de empresarios fraudulentos, dijo Fedotova, que trabaja en una organización benéfica llamada 'Estación Kursk. Los niños sin hogar'.
Hay quienes no tienen modo alguno de volver a casa, pero muchos otros no quieren volver, pues no les espera más que el ridículo entre los suyos y la misma situación desempleo, explican los voluntarios de beneficencia.
“Hay un influjo de inmigrantes, además. Nos estamos volviendo muy internacionales”, dijo Fedotova. “Hemos atendido a gente de toda la CEI, un alemán e incluso un cubano.”
Exclusión social
Vivir en la calle puede marcar a una persona tan profundamente como los
horrores de la guerra o la adicción a las drogas, señaló Fedotova.
“Una vez tuvimos a un coronel retirado de la KGB de Mordovia,” dijo, en
referencia a una región empobrecida del Distrito Federal del Volga. “Necesitaba
un billete de regreso a casa. Había luchado en África y Afganistán, tenía el
pelo canoso y todo, pero se quedó allí parado, gritando que quería ir con su
mamá.”
Según explica el doctor francés y activista para los derechos de los sin hogar,
Xavier Emmanuelli, hay cuatro fases hacia la exclusión social. Empiezas por
rebelarte en contra de una sociedad que te desecha; después vienen la depresión
y el auto odio; después, el auto engaño por el que te aseguras que vivir en la
calle es una elección libre. En la última fase, simplemente te abandonas.
“Es una epidemia que ha ido al alza desde los años 70,” apuntaba Emmaunelli,
cofundador de Médicos Sin Fronteras y SAMU Social, originariamente una
organización benéfica francesa, en la conferencia sobre la indigencia en Moscú.
“Está presente en las grandes ciudades de todo el mundo.”
La organización
benéfica 'Estación Kursk' afirmó que sirve unas 1.000 raciones de comida cada
semana, durante sus rutas regulares por las estaciones de tren de Moscú.
“Los oficiales dudaban al principio de su necesidad, pero después han visto que teníamos razón,” asegura Fedotova. Su organización es la más importante entre varios grupos cristianos que se encargan proveer la comida básica de las personas sin hogar de Moscú.
Un lugar donde descansar
La ciudad tampoco se queda sin hacer nada. Actualmente hay ocho albergues
gestionados por el gobierno, con capacidad para acoger a casi 1.500 personas.
Disponen de comida, asistencia sanitaria y legal y, lo más importante, una cama donde dormir.
“Esa primera noche dormí en la parada de bus de la estación de tren de Kursk,” recuerda la indigente Maral. “La gente no dejaba de pasar por delante pidiéndome que les hiciera una mamada. Se ve que era un punto habitual de las prostitutas. Un putero me agarró por los faldones. Le dije, ¡si podría ser tu abuela!”
Desde 2009, en la ciudad también funciona una Brigada Social: un incipiente servicio que actualmente se compone de 15 equipos motorizados de médicos y psicólogos, que llegan hasta las personas que habitan las calles de la ciudad en vez de esperar a que ellos se dirijan a los albergues.
“Reconocen nuestras furgonetas y se abalanzan sobre ellas cual rebaños… con lo
difícil que es ganarse la confianza de un indigente,” explicaba en tono
orgulloso el jefe de la Brigada Social, Andréi Mudritski.
Los moscovitas pueden quedarse en un albergue durante un año y conseguir ayuda
a largo plazo para sus problemas psicológicos y de desempleo, dijo Sergéi
Logunov, el jefe del Departamento de bienestar social del ayuntamiento, en los
comentarios que nos mandó por coreo electrónico.
La gente de las provincias solo se puede quedar un mes, aunque pueden buscar
ayuda para obtener billetes de vuelta a casa o los papeles que a menudo les
faltan. Pero nadie les ayuda a buscar trabajo.
La ayuda disponible en Moscú no es lo suficientemente diversa, afirma
Ovchinnikova de SAMU Social. Por ejemplo, no hay consejeros para personas con
problemas de alcoholismo, ni centros de día para que puedan pasar un rato en
compañía de otros y sin preocupaciones; un factor crucial en las etapas
tempranas de la rehabilitación.
Muchos empleados de los albergues para indigentes son soldados retirados que,
por decirlo suavemente, ejercen de malos consejeros psicológicos, dijo Senlis.
En una elocuente analogía: la vida en los albergues está sujeta a multitud de
normas, al estilo del ejército, que desaniman a muchos indigentes que han
tenido malas experiencias a la hora de lidiar con reglas y autoridades.
“El sistema está enfocado al indigente perfecto, que no bebe, sigue las normas y se ha auto motivado,” explicó Fedotova, de Estación Kursk. “Nadie les pide qué es lo que realmente pueden o quieren hacer.”
No contéis con el cepillo
En 2008, un sondeo llevado a cabo por el Centro Levada (el más reciente) mostró
que el 59% de la población piensa que ayudar a los indigentes es tarea del
gobierno, el 13% cree que la culpa es de los propios desamparados, y el 9%
quería que la policía “limpiara las ciudades” de mendigos. Sólo un 13% dijo que
ayudar a los desafortunados era una obligación moral.
“La gente descarga sus propios miedos y frustraciones respecto a sus superiores
sobre aquellos a quienes tienen a su alcance,” dijo.
“Las personas [normales] no quieren ver aquello en que ellos mismos podrían
haberse convertido,”.
SAMU Social trabaja para cambiar esto: el grupo organiza seminarios con el personal del servicio de la Brigada Social y tiene previsto impartir cursos acerca de la exclusión social en las principales universidades de Moscú, para llegar a los futuros emprendedores y responsables de la toma de decisiones del país.
“La gente tiene que entender la exclusión social por lo que es,” explicó
Senlis. “No es nada de lo que haya que avergonzarse; está en todos los países.”
Pero la sociedad es lenta para el cambio, y dar a conocer ampliamente la
situación apremiante de las personas sin hogar no cambia los problemas
económicos que los arrastran a las profundidades de la miseria,” dijo Fedotova.
“Hay un montón de muchachas con los ojos bien abiertos que han venido hasta nosotros solo para ayudar a las personas sin hogar. Al cabo de un año, todas ellas se convierten en activistas de los derechos humanos. Es inevitable,” concluye.
Artículo publicado en versión abreviada. Publicado originalmente en Russia Profile
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