Cuando Rusia no era Rusia

Borís Yeltsin, primer presidente de Rusia tras la Guerra Fria.  Fuente: Itar Tass.

Borís Yeltsin, primer presidente de Rusia tras la Guerra Fria. Fuente: Itar Tass.

Acostumbrada a dominar la mitad del tablero de ajedrez, Rusia tuvo que reinventarse después de la desintegración de la Unión Soviética. Las dificultades no eran pocas: una economía arrasada, una sociedad desorientada y un adversario dispuesto a ocupar los espacios que habían quedado libres. Mucho han cambiado las reglas de las relaciones internacionales en los últimos treinta años. ¿En qué medida se ha adaptado la política exterior rusa a los nuevos retos? ¿Ha recuperado su protagonismo en la escena internacional? Conversamos con Alberto Hutschenreuter, doctor en Relaciones Internacionales y director de la Cátedra Eurasia en la Universidad Abierta Interamericana a raíz de la publicación de su ensayo ‘La Política exterior rusa después de la Guerra Fría. Humillación y reparación’.

Ferran Mateo.- ¿Cómo resumiría la tesis de su libro? 

 
Alberto Hutschenreuter.- La tesis se apoya sobre una pregunta central: cuando en 1991 acaba la Guerra Fría, ¿Estados Unidos dejó de considerar a la Federación Rusa, el "Estado continuador" de la Unión Soviética, como un posible nuevo desafío? La respuesta es no. A juzgar por los pasos dados por el "ganador" del conflicto bipolar -por ejemplo, el fomento de la adopción de una economía de mercado en un país sin tradición o la iniciativa de extender la OTAN a los países del Este europeo incumpliendo promesas pactadas-, lo que podemos observar, y así lo reconoció la misma dirigencia rusa años después, es que Estados Unidos buscó evitar que surgiera un nuevo desafío a su supremacía manteniendo a Rusia debilitada e impotente. En resumen, la tesis del libro es un ejercicio sobre el poder en las relaciones internacionales y sobre cómo impactó este poder en la política exterior rusa.

FM.- En su introducción recoge unas palabras pronunciadas por Putin en 2005: "El final de la URSS fue una catástrofe geopolítica, pues no solamente había perdido la Guerra Fría sino que su legataria, Rusia, corrió el peligro de perder, además, lo que se había conseguido en la Gran Guerra Patriótica". ¿Sigue estando presente ese listón en el ideario ruso, teniendo en cuenta que el tablero de juego ya no es el que era y que no se puede  basar una política exterior a largo plazo en dependencia de la cotización del crudo? Además, nos encontramos con otra ironía de la historia y es que Alemania vuelve a ser el motor de la locomotora europea y quien lidera la política económica. 

AH.- Efectivamente, Putin pronuncia esa frase cuando Rusia ya hacía tiempo que había entendido que Estados Unidos no basaba las relaciones mutuas en la cooperación y el reconocimiento, sino según un patrón que buscaba rentabilizar su victoria tras la contienda bipolar. 

Lo que Rusia había conseguido en la Gran Guerra Patriótica –junto con el conflicto contra Japón meses antes de la guerra mundial, las dos únicas victorias bélicas de la URSS en el siglo XX- eran dos condiciones capitales para ser un actor preeminente en el orden interestatal, a saber, poder y prestigio, más allá de que después de la guerra la URSS se encontraba debilitada. Si la Rusia postsoviética no lograba construir poder como Estado, corría el serio riesgo de encontrarse en la peor de las situaciones: aislada y relegada a proveedora de materias primas del Occidente industrializado, como muy bien advirtió el especialista ruso Georgi Arbatov.

Pero el repunte desde finales de los años noventa de los precios de las materias primas, sobre todo el petróleo, fue decisivo para que la declinante economía rusa modificara su rumbo. Desde entonces, el crecimiento anual casi no descendió del 6%, situación que sumada a otras medidas resultó trascendente para que Rusia saliera del estado de ‘potencia retórica’ y asumiera una condición internacional más proactiva.  En relación a lo que planteas sobre Alemania, se trata del actor más importante para Rusia, no solamente en relación con el abastecimiento de petróleo y gas (directamente de territorio ruso a territorio alemán), sino para el imperativo ruso de modernización, la gran asignatura pendiente de este país para los próximos años.   

FM.- Rusia, una vez se recuperó de la desintegración de la URSS, intentó rápidamente mostrar músculo militar en las intervenciones en la región del Cáucaso y controlando también los movimientos de una OTAN que intentaba avanzar terreno en los antiguos países satélites. En la carrera espacial, no obstante, se encadenan graves errores que ponen en la cuerda floja a Rusia en la carrera espacial. ¿La fortaleza o potencial ruso es aún relativo o se puede considerar, no tanto en cifras, que todavía es un gigante con pies de barro? ¿Se ha llevado a cabo definitivamente una modernización? 


AH.- Es cierto, en agosto de 2008 Rusia movilizó su instrumento militar frente al acto de fuerza de Georgia e impuso su tradicional ascendente en el Cáucaso. Quedó suficientemente claro que el denominado ‘extranjero cercano’, es decir, el espacio que formaba la URSS, era un espacio de intereses vitales rusos, como efectivamente advertían las doctrinas de seguridad rusa. Desde entonces, no se habló más de ampliación de la OTAN al ‘Este del Este’. Fue un acontecimiento que mostró que, en efecto, Rusia había dejado atrás la etapa de la impotencia (1991-1999). El recurso de la guerra, el más arriesgado pero el que más beneficios puede proporcionar, dio resultados. En cuanto a otros segmentos de poder, efectivamente, se constatan continuidades, puesto que el país sigue siendo un actor cuyo principal activo de poder es su factor militar; no obstante, es importante tener presente que Rusia es uno de los tres ‘países espaciales’, es decir, uno de los tres únicos países que, per se, colocó hombres en el espacio, y no en tiempos recientes. Hay planes ambiciosos para los próximos años, no solamente en el segmento espacial sino en el económico, el tecnológico, el energético, etc., lo que hará necesario que se deriven recursos hacia esas áreas. En los próximos años el desafío de Rusia será el de alcanzar o aproximarse a una escala de potencia más completa o, más apropiadamente, menos incompleta.

FM.- La idea del expansionismo duro, ¿ha dejado paso definitivamente a unas prácticas más invisibles como puede ser el expansionismo de tipo económico tan llevado a la práctica, por ejemplo, por China? 


AH.- El expansionismo ha sido un rasgo del país antes y después de 1917, es decir, en tiempos del zar y en tiempos soviéticos. Afganistán, en 1979, fue el último intento expansionista. Luego se pronunció el declive y, finalmente, la URSS se desplomó. Una de las razones de la caída fue el enorme coste que supone un imperio, puesto que la expansión soviética encontraba resistencia, sobre todo en aquellos países en los que solo fue posible manu militari. Salvo algunas capillas de geopolíticos rusos extremistas, nadie considera ya la expansión dura. Las cuestiones relativas al fortalecimiento del Estado son las que han ocupado a la dirigencia rusa que asumió el comando político del país hace más de una década. Una de las principales medidas fue poner a la sombra a los empresarios rusos que durante los años previos habían mantenido una enorme influencia política. Aún es prematuro considerar grandes negocios a escala posnacional por parte del segmento empresarial ruso. Que el ‘consenso Putin’ haya logrado disciplinar a los grandes hombres de negocios no significa que se haya avanzado demasiado en otra de las asignaturas pendientes: la corrupción.  

FM ¿Qué papel tiene la CE en los balances de poder entre Rusia y Estados Unidos? ¿Depende, en todo caso, de los mandatarios europeos de turno o existe una línea clara  en la última década? 

 
AH.- Europa es Occidente y Occidente, en buena medida, es Estados Unidos. Hace décadas, un secretario general de la OTAN sostuvo que el propósito de la organización era “mantener a Estados Unidos dentro, Alemania abajo y a la Unión Soviética fuera”. En 2012 la Guerra Fría ha quedado atrás, aunque la ecuación estratégica no ha variado demasiado: la OTAN implica Estados Unidos dentro, Europa abajo, Rusia arrinconada y desconsiderada. No existen dudas respecto al lugar de Europa: Occidente. No obstante, es posible que Rusia obtenga algunas ganancias relativas en relación con el enfoque estadounidense sobre la pérdida de relevancia estratégica europea y la emergencia de nuevos espacios de poder en el escenario internacional de las próximas décadas. Me refiero a que no se debe descartar que mientras la atención se dirige al espacio Asia-Pacífico, la diplomacia de Moscú procure profundizar en el acercamiento con algunos de los países europeos, particularmente con Alemania -repito, sin que se ponga en duda el sitio atlántico de ésta-, país con el que tradicionalmente siempre hubo una buena relación (la guerra de exterminio 1941-1945 entre estos dos países debe ser vista como una ruptura excepcional en esa relación). También debe considerarse lo que muy bien señalas: los liderazgos serán clave, puesto que, por caso, durante la época de Schroeder como canciller alemán, la relación estuvo en alza. En breve, es posible una mayor interdependencia entre ambos espacios, pero no debemos creer que Rusia, como decía Dostoievski, salvará Europa.

FM.- En el marco de la acción cultural exterior, con la irrupción de las nuevas tecnologías y formas de consumo de la información, el mundo anglosajón sigue a la cabeza. Cabe preguntarse en qué medida la barrera lingüística sigue siendo una membrana que sólo permite los flujos de información en una sola dirección. De alguna manera, a pesar de la posición crítica que se puede tener ante Estados Unidos, no dejamos de sentirlo un país más cercano, empezando por la cantidad de productos culturales que nos llegan, que se posicionan como cánon, como lo habían sido las vanguardias artísticas neoyorquinas, Hollywood o, más recientemente, el mercado televisivo. Creo que es reciente esta preocupación por parte de Rusia y que se refleja en unas declaraciones recientes de Putin cuando dice que “el espacio rusoparlante engloba prácticamente a todos los países de la ex URSS y una parte significativa de Europa Oriental. No se trata de un imperio sino de una expansión cultural. No se trata de cañones ni de la importación de regímenes políticos sino de la exportación de la enseñanza y de la cultura que contribuirán a la creación de un marco favorable a los productos, servicios e ideas rusos”.

AH.- Comparto lo que señalas. Considero que si bien actualmente no hay una predominancia tan absoluta de Estados Unidos como la hubo durante los años que siguieron a la victoria en la Guerra Fría, este país no sólo es el único país grande y rico del mundo, sino que continúa siendo el único que cumple un papel relevante en los principales segmentos de poder mundial: el económico, el tecnológico, el militar y el cultural, segmento este último en el que se ubica el idioma. Poder implica capacidad de ser seguido por otros y capacidad de formar alianzas. El espacio exsoviético -no todo, claro- es reluctante a ‘seguir’ a Rusia. Los intentos de crear un mecanismo parecido a la OTAN no han tenido éxito más allá de la retórica, y el intento de repensar el eurasianismo, es decir, un espacio de complementariedad cultural eslava, musulmana, etc., libre de influencia occidental, prácticamente no prosperó. En buena medida es debido a la tendencia dominante de Rusia.

 

FM.- ¿Cómo valora la relación actual con Cuba? ¿Es sólo un intento de recuperación de alianzas perdidas en décadas anteriores? 


AH.- En el caso de Cuba, la economía de la isla se vio afectada como consecuencia de la suspensión de las entregas de petróleo ruso que, otrora, le permitía a La Habana vender petróleo. Sí veo mantenimiento de ciertos vínculos que, a mi juicio, están más relacionados con cierta política de contrabalanceo que practica Moscú con respecto a políticas de Washington a las que considera unilaterales o prepotentes. Rusia ha incrementado su presencia en América Latina en general, aunque no hay aquí cuestiones de cuño ideológico, sino de búsqueda de mercados, de relaciones comerciales. Hoy, el grueso del comercio ruso en la región es con Brasil.

FM.- Recuerda en su libro algunos de los escollos de la antigua URSS, entre otros, la supremacía del modelo partido-Estado, muy lejos de aquella frase de Lenin en que decía que el poder lo ejercería hasta una simple cocinera. A la vista del modelo ‘tanto monta, monta tanto’ de Putin y Medvédev, ¿en qué situación está la cocinera? 

AH.- La ‘cocinera’ continúa en su sitio, la cocina, como en tiempos de Lenin. Y en la cocina del poder se mantienen aquellos que han recobrado el tradicional patrón político ruso: la centralización del poder. Putin no es un líder transformacional, es decir, un líder que impulsó cambios mayores como lo hicieron Gorbachov y Yeltsin. Putin es un líder tradicional. Desde que ascendió al poder, en 2000, ha trabajado para que el poder en Rusia quede concentrado en el presidente. Se constata una notable continuidad entre el sistema político de tiempos de la URSS y el actual. Un gran experto, Merle Fainsod, decía que “el verdadero Parlamento de la URSS es el Comité Central; el verdadero gobierno es el Politburó; y el verdadero primer ministro es el Secretario General”. En la Rusia de 2012 esto no se ha modificado demasiado: ya no está el PCUS, pero en buena medida su lugar en términos de poder efectivo es ocupado por la granítica estructura presidencial. Más aún, como en tiempos soviéticos, el sistema político ruso actual se apoya en la estructura del Servicio Federal de Seguridad, exKGB, omnímodo poder del que Putin fue agente y director antes de su encumbramiento.

FM.- Aprovecho una de las citas de su libro: "Pasternak hablaba del ferviente y generalizado deseo de que el Estado dejara respirar a los ciudadanos después de treinta años de guerra mundial, revolución, guerra civil, hambre, colectivización forzada, más hambre, terror y otra guerra mundial". A tenor de las últimas manifestaciones ¿se le ha dado ya ese respiro? 

AH.- Señalas una secuencia de hechos tremendos. Pocos países, si es que hay alguno, sufrieron ese tránsito. Entre esas tragedias hubo momentos en que el régimen permitía respirar a la sociedad, puesto que de no hacerlo la sociedad desaparecería y con ella el régimen. Es decir, era una medida estratégica. Alain Besancon ha estudiado los ciclos de “comunismo de guerra” (opresión) y “nueva economía política” (respiro) entre 1917 y 1953. Pero después de la muerte de Stalin ya no hubo comunismo de guerra, incluso, seguramente recuerdas, se permitieron obras como ‘Un día en la vida de Iván Denísovich’, de Alexandr Solzhenitsyn. El autoritarismo, a diferencia del totalitarismo, permite ciertos respiros.

FM.- Trotski formuló en 1936 que los burócratas acabarían por transformarse en la clase propietaria. Un proceso que, por otra parte, es muy difícil de revertir por parte de la sociedad civil. ¿Se puede considerar democrático un país con ese mal endémico?

AH.- Durante los años noventa esa situación que señalas fue notable, dato que demostró lo que era una realidad a todas voces en tiempos de la URSS: en los años setenta se decía que ser marxista en la Unión Soviética era ser un revolucionario. De allí que Adam Ulam utilizara el concepto de “marxismo de vitrina” cuando se refirió al estado real de esa ideología en la URSS. Si el régimen político ruso no evoluciona hacia una mayor apertura y descomprime el granítico sistema presidencialista autoritario que existe, es posible que se multipliquen los reclamos de una cada vez mayor clase media.

FM.- ¿Cómo analizas las posturas de la política exterior rusa en casos como el de Siria o Irán, no siempre entendidas en Occidente? 

AH.- Rusia ha evitado que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara una resolución relativa al desplazamiento de Bachar el Asad en Siria. Visto así, Rusia (y China) son responsables de la continuidad de la masacre en Siria. Pero es necesaria una estimación más precisa en relación con la posición rusa respecto al conflicto en Siria. La misma se relaciona con aquella frase de Putin de 2005. Para Rusia, en Siria no se debe reproducir el “libreto libio”, es decir, una resolución que habilitó la intervención para salvaguardar los derechos humanos de los libios, pero que acabó “habilitando” la ayuda a los rebeldes y el final del régimen. Respecto a Irán, Moscú considera que la presión forma parte de una estrategia destinada a debilitar el régimen, y lograr, si es posible, un “cambio de régimen”. En ambos casos, Rusia considera que, aparte de la predominancia y la prepotencia de Occidente, hay una política de prescindencia de los intereses rusos. El experto Sergei Karaganov bien se refirió a una nueva división: “Estados Unidos no salió de los patrones propios de la Guerra Fría, continúa en una suerte de punto muerto. Rusia por un lado, Estados Unidos por otro”.

FM.- En su libro se lee que “ordenándose hacia adentro, Rusia dispondría de posibilidades efectivas de hacerse escuchar hacia fuera". ¿Qué se se entiende por autoritarismo en el contexto ruso moderno? Putin ha declarado que “a Rusia sólo se la respeta y se la toma en serio cuando es fuerte y cuando defiende sus posiciones con firmeza” y que “ha tenido prácticamente siempre el privilegio de poder aplicar una política exterior independiente”. 

AH.- Desde el ascenso de Putin, Rusia ha logrado cierto orden hacia dentro. Esto es innegable, sobre todo si comparamos los últimos diez años con el “período de desórdenes” de la era Yeltsin. Este ordenamiento es capital para el planteamiento de una política exterior más proactiva y creíble. Como sostuve antes, durante los últimos años Rusia ha recurrido a lo que se denominan técnicas de balance de poder (la guerra fue una de ellas, pero también el chantaje, la división, etc.) en su espacio de interés vital: las ex repúblicas soviéticas. Rusia es considerablemente más fuerte que hace 15 ó 20 años, no sólo sicológicamente. Aparte, no hay que olvidar su condición “V3” en la ONU (voz, voto, veto) y su activo nuclear. Rusia es un actor que entiende lo que es la política de poder. Solamente careció de esa comprensión durante el período que yo he denominado “cuando Rusia no era Rusia”, entre 1991 y 1993, cuando extrañamente practicó una política exterior “sentimental” que, como muy bien advierten los realistas de la política internacional, “jamás reconocerá reciprocidad”.

FM.- En lo que algunos analistas han considerado un desplante de Putin al G8 parece verse también el interés por formar otros círculos estratégicos. Por ejemplo, en el reciente conflicto de Libia, Rusia perdió importantes contratos en ese país, incluido el desarrollo de varios yacimientos de gas por parte de la empresa Gazprom, la construcción de una línea de alta velocidad entre Trípoli y la oriental ciudad de Bengazi, así como contratos de cooperación militar. Este tipo de "detalles" son los que, al fin y al cabo, modelan la política internacional, aún?

AH.-Efectivamente, la presencia e influencia de Rusia en el Mediterráneo se contrajo sensiblemente desde el final de la URSS. Hoy solamente conserva una base en Siria. Pero, como hemos adelantado antes, la estrategia de “cambio de regímenes” en el norte de África implica una nueva situación con predominancia política, económica, tecnológica, etc., de los actores “interesados en los bienes mayores de los pueblos”, es decir, de los actores militarmente intervinientes.

FM.- ¿Cómo valora la entrada de Rusia en la OMC, uno de los hechos más destacables de la reciente etapa? 

AH.- Es un logro, sin duda.. Hacía mucho tiempo que Rusia buscaba el ingreso. Antes nos hemos referido a que Rusia busca ser una potencia menos incompleta, propósito que implica potenciar los múltiples segmentos que permiten alcanzar ese estatus. El comercio es uno de esos segmentos, y Rusia está empeñada en mayores resultados. En este sentido, el ingreso a la OMC es capital.

FM.- Putin ha declarado que, si bien Rusia está haciendo un esfuerzo para la entrada de inversores extranjeros, la situación no es recíproca, como si hubiera muchas reticencias. Y puso por ejemplo la compra fallida de Opel por parte de capital ruso. ¿Cuál es la verdadera raíz de estas suspicacias? 

AH.- Sí. Hay un esfuerzo por atraer inversiones al país. Putin ha prometido abrir sectores de la economía rusa por un valor estimado de más de 150.000 millones de dólares. Ello explica los numerosos encuentros sobre economía, negocios, etc., que se vienen realizando en Rusia. Es evidente que se busca crear un clima favorable a las inversiones, particularmente las inversiones europeas. El gobierno también aspira a que regrese algo del mucho capital que dejó el país en 2011. Quizá se superen reticencias con algunas de las medidas. Hay que considerar que el país tiene un balance comercial favorable, una buena cantidad de reservas en moneda y un promisorio crecimiento económico. No obstante, el estilo político autoritario, la corrupción, etc., son realidades que dificultan.

 

FM.-El actual modelo de las relaciones entre China y Rusia, a tenor de las declaraciones del presidente ruso, parece extremadamente prometedor. ¿Es ese el futuro gran eje mundial? 

AH.- No existe una asociación estratégica aún entre estos dos Estados continentales de Eurasia. Es verdad que hay coincidencias al momento de ser críticos con las tendencias unilaterales que se registran en el escenario internacional, lo que explica la posición de ambos actores en relación con conflictos actuales; y también es verdad que ambos países superaron cuestiones geopolíticas entre ellos. Pero eso no implica asociación. Más aún, hay segmentos, como venta de armas y equipos, en los que son competidores. Pero la evolución de la relación entre estos dos actores, en gran medida, dependerá del rumbo que tome la política internacional: si vuelve a concentrarse en un solo actor, pues entonces es posible estimar que esas relaciones se harán más fuertes.

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