La calle ha dado un giro a la izquierda

Dibujo de Serguéi Yolkin

Dibujo de Serguéi Yolkin

¿Cómo será el desarrollo de las protestas, después de lo sucedido estas semanas?

Los vectores de las expectativas sociales y de las buenas intenciones del gobierno se han separado. Esta ruptura se aprecia hasta en el nivel más bajo. Los que salen a los mítines, saben perfectamente que no se trata del aumento de la edad de jubilación o el sobresueldo de los funcionarios. Los que no van a los mítines y los juzgan, sinceramente no entienden ¿qué es lo que quieren?


Moscú está de revuelta, aunque está claro que las condiciones de vida en las capitales son claramente diferentes de las de las provincias y no precisamente para peor. Parece que el problema no está en la renta per cápita, sino en el grado de transparencia informativa, de movilidad social, de urbanización y de educación. Cuanto mejor es peor (para el poder). Por mucho que se mientan a sí mismos o a los que les rodean, la gente, independientemente de sus preferencias ideológicas, se apelotona en las zonas de crecimiento, de diversidad y de liberalización. La realidad impone su pregunta de forma directa: ¿a la izquierda a la derecha? ¿Hacia oriente u occidente? ¿Hacia la zona de turbulencias o la de estabilidad?


Dado que la ciudad es un territorio de uso público y contiene, prácticamente, una infinita diversidad de grupos e intereses, tan solo se consigue unir a la masa cuando hay una situación extraordinaria. Cuando se menoscaban los intereses o se ofenden los sentimientos de grupos de población divergentes, que en la vida cotidiana no se fijan los unos en los otros, o que quizás ni siquiera se gustan. Para que en una manifestación vayan juntos, hombro con hombro, hinchas del CSKA y del Spartak (los dos equipos van con Moscú y a menudo tienen enfrentamientos), tiene que suceder algo fuera de lo común.


Sin embargo algunos hinchas sienten ese menoscabo a través de otros de sus roles sociales. Cuanto más compleja es una realidad social, más roles interpreta una persona y tiene más facetas potencialmente sensibles a las acciones del gobierno. Un hooligan puede ser al mismo tiempo un programador, un empresario de internet, un padre que educa a dos hijos, un músico de rock... Algunas de estas facetas casi con toda seguridad están abocadas a reaccionar negativamente ante las acciones del poder. Y de ahí su reacción: van a los mítines.


De hecho, a juzgar por las observaciones del 6 de mayo, la composición de las protestas ha empezado a cambiar. Y por cierto, no a mejor. Entre los participantes de la protesta, como anteriormente, predominaban los ciudadanos pacíficos, respetuosos con las leyes, con una formación por encima de la media. Pero a pesar de todo hubo dos novedades en cuanto a la composición: la mayoría de los participantes (Petersburgo, Voronezh, Ekaterimburgo e incluso Minsk), eran jóvenes y activistas convencidos. Puede ser que esto esté relacionado con cierto rejuvenecimiento y con una menor participación de los moscovitas.


Muchos representantes de la élite cultural rusa se fueron del mitin, sintiendo que no tenía sentido esa forma de diálogo con el poder: escritores (B. Akunin, L. Ulítskaya), periodistas (el famoso presentador y periodista L. Parfenov) y otros. Ciertamente esto sí que fue un logro del gobierno. Pero no tuvo el resultado que esperaban. En lugar de extinguirse, la protesta se radicalizó. Los convocantes se fueron pero la calle no se quedó vacía. Aumentó la participación del joven activista político de izquierda radical Udaltsóv, que en los últimos meses había alcanzado gran popularidad. El estado de ánimo del mitin cambió de forma bastante ostensible. Darle la vuelta a este proceso será bastante difícil.


Los que no quieran ir a la izquierda tendrán que buscarse un nuevo nicho en la protesta. Miren con atención: la protesta, como la televisión moderna, adquiere de hecho carácter de nicho. Cada uno se indigna cómo y dónde más le gusta.
Estamos observando cómo los diferentes grupos se consolidan en posiciones cada vez más primitivas y radicales. No es difícil prever que en la próxima acción masiva haya menos intelectuales respetuosos con la ley y ciudadanos bienintencionados que chavales y barriobajeros. A los intelectuales y a los ciudadanos no les interesa demasiado escuchar lo que dice el señor Udaltsóv. Y en realidad tampoco lo que dicen los señores Nemtsóv y Navalni (líderes de la oposición antisistema): ya está todo dicho. Pero no escuchado. ¿Y ahora qué? Ocupar calles, luchas con los antidisturbios, barricadas, botellas y todo lo demás. Precisamente las dos partes hicieron sus cálculos para el 6 de mayo sobre esta variante, cuando pasaba por el centro de Moscú la marcha 'de la oposición' que terminaba en la plaza Bolótnaya, conocida por los mítines de diciembre, se  prohibió el paso a la tribuna de los organizadores, hubo peleas, piedras en la cabeza de los policías...


En resumen, que nuestra calle se hace más de izquierdas y saca a sus cuadros de los barrios y las provincias. El público propiamente urbanita todavía está perplejo: no le interesa pelear hombro a hombro con Udaltsov, pero no ve alternativas. El malestar social, en contra de lo esperado, no disminuye. Había pocos que pensaran que en Bolótnaya se juntaría tanta gente como en diciembre.


Bolótnaya, a pesar del riesgo de llevarse una ostia, resultó más atractiva que la huerta. Es decir, los mejores sectores de la población urbana están muy ofendidos. Lo más probable es que la protesta pierda solidez, pero que se extienda a nuevos espacios: que alcance estratos verticales y que avance también horizontalmente por otros territorios. Para el público más intelectual, en la "marcha de escritores"  la juventud "paseó" con cintas blancas varios días seguidos. Los que fueron al mitin en Moscú volvieron a casa inspirados, ya tienen bastante claro qué hacer. La pena es que el poder es propenso a encerrarse en sí mismo; por eso se ha puesto de moda meterse con él, importunarlo. Y hasta compadecerse de aquellos que no pudieron escaparse de ese 'encierro de San Fermín' que fueron las manifestaciones. Y esta es una señal muy, muy mala.


La opinión del artículo no refleja necesariamente la opinión de la redacción.

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