Olga y el movimiento estudiantil
Las protestas estudiantiles que sacudieron Chile el año pasado llamaron la atención de los medios en todo el mundo. Resurgió la imagen de antaño: un país que lucha por sus ideales, rostros inspirados, jóvenes que quieren algo más que un consumo banal. Mientras otros, no tan jóvenes, que tenían grandes esperanzas después del plebiscito del 1988, asociaban los avances democráticos en el país con la idea de desarrollo social.
“El año pasado sentí que rejuvenecía 20 años”, cuenta Olga Ulianova. “En 1992 llegamos acá con muchas expectativas relacionadas con el fin de la dictadura y también era un ambiente muy especial, la gente dejó de tener miedo y se respiraba entusiasmo.”
El marido de Olga es chileno, estudió en Moscú y ahora trabaja de profesor en un liceo municipal. Tienen una hija de 17 años, que comparte las inquietudes respecto al futuro del país y quiere ser periodista.
“En Chile, lo que mejora, mejora solo para algunos. Pero doy clases en la universidad y veo cuánto tienen que esforzarse los que quieren estudiar, para pagar sus estudios. Las universidades mismas también sufren: por ejemplo la nuestra es estatal, pero el aporte del estado constituye apenas el 12%. El resto proviene de aranceles, proyectos, etc. Lo que el movimiento estudiantil consiguió no es poco: se aprobó el proyecto de ley que deja fuera del sistema de financiación a los bancos, que imponían intereses altísimos al crédito. Pero falta que cambie la visión general del problema: la educación tiene que ser pública, porque es un derecho y no un servicio ni un producto de consumo.”
Olga y su investigación
“Al poco tiempo de llegar a Chile me sentí abordada por un problema de identidad. Me preguntaba, '¿Quién soy?, ¿A dónde pertenezco realmente?, ¿Qué pasó con los otros rusos que habían vivido aquí antes que yo?'. Así nació la idea de Rusos en Chile: un proyecto de investigación que pude llevar a cabo en la USACH y que le dio nombre a mi libro años más tarde. Si bien la inmigración rusa acá nunca fue masiva, su historia es bastante representativa para entender mejor lo que pasaba paralelamente en Rusia misma.
Por ejemplo, había una cosa muy particular: los viajeros rusos que llegaban a Chile en el siglo XIX, no buscaban hacer negocios. Sus búsquedas eran más bien de naturaleza intelectual y existencial. Esto se explica por el carácter de la cultura rusa de entonces: la influencia de la Ilustración francesa, sumada a una mentalidad señorial que miraba por encima a la burguesía. De las universidades elitistas salía gente muy culta y preparada, que sin embargo no encajaba en el sistema. Por eso muchos optaban por carreras tradicionales como la militar, geografía o ciencias naturales, que daban la posibilidad de viajar por el mundo, aplicar los conocimientos adquiridos y darle un sentido a la existencia. Era una vía de escape, si además consideramos que, después del levantamiento del 1825, en Rusia habían empezado las persecuciones políticas...
En 1992 en Chile vivían no más de 200-300 familias troncales de rusos, que llegaron al país producto de la primera y segunda ola de inmigración. Hoy le podríamos sumar unos 2.000 nuevos inmigrantes nuevos. ¿Qué motivación tienen los viajeros rusos ahora? Bueno, hasta los 90 eran estudiantes chilenos que habían cursado sus estudios en Rusia y volvían casados con rusas. Ahora también hay bastantes matrimonios mixtos, que se conocen por Internet o en otros países, dónde coinciden por trabajo o haciendo postgrados. Hay parejas que se constituyen mediante agencias matrimoniales. No, no es un mito. También hay rentistas: gente de mediana edad que ha acumulado algún capital y lo invierte en Chile. Pero no duran mucho viviendo acá, se aburren sin hacer nada. Otro grupo son los free-lancers de profesiones creativas, que pueden trabajar en cualquier parte del mundo, y los amantes del ski. Vienen y se van. Es una categoría nueva, producto del mundo globalizado.”
Olga y la identidad
“Ahora me siento tanto rusa, como chilena. Y eso no me genera ninguna contradicción. Los acontecimientos políticos y culturales tanto en Chile, como en Rusia, me importan en la misma medida. Los avances tecnológicos ayudan mucho, permiten acceder a transmisiones en vivo y en directo en otros países o estar en contacto con los amigos. También trato de seguir las publicaciones nuevas que salen allá y acá.
En cuanto a la situación por la que está pasando Chile, me compromete de forma directa. Me siento parte y además creo que puedo (y debo) aportar para la solución. Tengo una responsabilidad extra por el peso de mi opinión en los medios. Digamos, 'noblesse oblige'.
Cuando viajo, me doy cuenta que miro las otras culturas con ojos de una rusa y una chilena al mismo tiempo, pero siempre respeto los códigos de otros lugares. Además creo que hay valores universales, que no dependen del país donde uno viva. Si eso es lo que suelen llamar un 'ciudadano del mundo', supongo que lo soy. De todas maneras, prefiero ser amiga de alguien quien comparta mis valores y mi visión, independientemente del tema étnico o la ciudadanía.
Para llegar a eso necesité un tiempo. Primero me sentía solo rusa. Una rusa fuera de Rusia. ¡Me aburrí! Era un callejón sin salida, una especie de reclusión. Si uno construye su vida en otro lado, no es bueno encerrarse ni privarse de las experiencias enriquecedoras que ofrece diariamente la cultura receptora”.
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