Fuente: Servicio de Prensa.
Mark Markov-Grinberg, a semejanza de Robert Capa, captó la guerra de tal modo que involuntariamente surge la idea de que hay una especie de elección divina del fotógrafo. Se metía debajo de un tanque, salía indemne de sangrientos combates, sacaba una serie de tomas de las trincheras “enfocando” a soldados soviéticos que corrían en una animada muchedumbre. Parecía que estaba destinado a morir joven, al igual que Capa, que pereció en la guerra de Vietnam a los 40, pero Grinberg vivió hasta los 98 años y nos dejó pacíficamente hace cinco. El fotógrafo ruso procuraba describir la verdad tal como él la veía, y creaba en los rostros de los soldados agobiados por la guerra, el hambre y el desconocimiento, sonrisas felices. Así, los reportajes realizados durante la Segunda Guerra Mundial, provocan hasta hoy en día el asombro y la admiración de los espectadores en todo el mundo gracias al don hipnótico que indudablemente poseía el fotógrafo.
La cocinera. 1930
En la retrospectiva que se presentó en el Centro “Hermanos Lumiere” había cerca de 150 trabajos fotográficos, que supone la mayor muestra de Markov-Grinberg tras su muerte.
Маrk-Markov Grinberg nació en Rostov del Don. Fue un fotógrafo soviético, artista, corresponsal fotográfico de la agencia informativa nacional TASS. En 1926 se mudó a Moscú. En 1938 fue invitado a trabajar en TASS. Las fotografías se publicaban en la revista “URSS en obras”. Desde los primeros días de la Segunda Guerra Mundial fue soldado de filas en el frente, desde 1943 corresponsal del diario “Palabra del combatiente”. Tras guerra fue corresponsal fotográfico en el “Diario Ilustrado del Ejército Rojo”. En los años de la década del 50 trabajó en la editorial de la Exposición Nacional de Adelantos de la Economía y en la revista “Club y artesanía artística”. Participó en muchas exposiciones soviéticas y extranjeras. Los trabajos de M.Markov-Grinberg fueron exhibidos en Alemania, Francia, Italia, Holanda, Dinamarca, Singapur, Hungría, Polonia y otros países.
Para revelar todas las fotografías de la exposición se han utilizado los negativos originales. “Los curadores estudiaron exhaustivamente el archivo del autor y procuraron no apartarse de su lectura original, tomando en cuenta las prioridades del fotógrafo en la selección de las fotografías y el encuadre de las tomas”, señalan los organizadores del proyecto. También se incluyeron aquellas fotografías que por diversas razones no publicó pero que no podían quedarse a un lado.
Bajo la vela, lago Seliger. 1930.
Gracias a la selección del Centro de fotografía “Hermanos Lumiere”, transcurren ante nosotros cincuenta años de vida de Rusia a través de fotografías documentales. En la exposición están ampliamente representados diferentes temas: el agrícola, fundamental para el autor en los años 30, la aviación, la infancia, la guerra, la Exposición Agropecuaria Nacional de 1939 como quintaesencia de la “gran ilusión” soviética. Además de ello, también aparece representada la vida de los obreros en las fábricas y Moscú en construcción y desarrollo. Un lugar aparte lo ocupan los retratos de personalidades: Maxim Gorki, Vladímir Mayakovski, Romain Rolland, Ilyá Ehrenburg, Kornei Chukovski, así como los mineros innovadores Alexéi Stajánov y Nikita Izotov, los aviadores-héroes Valeri Chkálov y Mijaíl Grómov, el cosmonauta Yuri Gagarin.
Muchacha con remo. Parque Gorki. 1930.
En la Unión Soviética, que puede concebirse como una gran utopía totalitaria, tanto antes de la guerra como durante la misma, los fotógrafos no tenían asignada la tarea de retratar y comprender el presente. Era mucho más importante que vieran en él los gérmenes del gran futuro al que, posiblemente, nunca le sería dado manifestarse en la realidad. Los fotógrafos tuvieron que traducir la prosa de la vida cotidiana al idioma de la epopeya heroica. De modo que los objetivos de las cámaras se convirtieron en una especie de prisma mágico que no reflejaba, sino que transformaba la realidad. Los modelos de los fotógrafos eran “la sencilla gente soviética”, que prestaban su ayuda porque ellos mismos no ocultaban su profundo convencimiento de que cada día era un nuevo escalón hacia el futuro feliz. Los mejores reporteros de la época de la modernización estalinista fueron los que con sus tomas supieron convencer a los espectadores de la grandeza de la realidad soviética. Este ímpetu insuflaba al público el sentimiento de la indiscutible importancia de su vida cotidiana, y ayudó a movilizar a millones de personas, a subirlas al tren para ira a la guerra. Muchas de ellas no pudieron volver a casa y quedaron en nuestra memoria como en las fotografías de Markov-Grinberg: con el rostro expresando su convencimiento en un porvenir mejor, descubriendo el sentimiento inmaterial de su propia dignidad y el orgullo por su país.
Muchacha con espigas, 1930.
Los fotógrafos crearon con sus espontáneos modelos un cierto círculo cerrado. El autor los convencía de la única Verdad, y el retratado convencía a los otros con su aspecto, que eran, a su vez, vueltos a fotografiar… y así sucesivamente. Este círculo se rompió, cuando, según palabras del poeta Borís Slutski, “volvimos de la guerra, y comprendí que no éramos necesarios”. Pero en el comienzo de las acciones bélicas y en el fragor del combate fue, seguramente, un salvavidas. De una u otra forma, el Día de la Victoria, el 9 de mayo, permanece como algo indiscutible y, por lo visto, es la única festividad nacional en la Rusia actual.
Minero famoso, Nikita Izotov. Gorlovka, 1934.
Las antológicas tomas de Mark Borísovich Markov-Grinberg se han convertido en símbolos de una época: el retrato del minero Nikita Izotov (1934), el díptico que fijó el cambio del águila bicéfala por la estrella en la torre del Kremlin (1935) o la escena de género “Maternidad feliz” (1935), donde las campesinas marchan por el campo y observan sonrientes al pequeño, desnudo, sobre los hombros de una de ellas. Una época cuya fijación documental dejó en las páginas de la historia oficial una imagen totalmente unívoca, conformada de diferentes tonalidades de orgullo, fe en el mañana y dignidad. En esta imagen, incluso en este mito, logré creer cuando, como hipnotizada, visité la retrospectiva de Markov-Grinberg.
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