De vuelta al Kremlin

El presidente Medvédev, y el presidente electo, Putin, disfrutan de un vaso de leche en la residencia oficial del primero. Fuente: Itar Tass

El presidente Medvédev, y el presidente electo, Putin, disfrutan de un vaso de leche en la residencia oficial del primero. Fuente: Itar Tass

El 7 de mayo Vladímir Putin volverá a ser presidente de Rusia tras una ceremonia inaugural de una hora. Tras haber desempeñado su cargo previamente en dos mandatos consecutivos de cuatro años, esta vez lo hará durante un periodo de seis años.

A pesar de su rica y compleja historia, la Rusia moderna es aún un estado joven. En los 20 años que han pasado desde que comenzó su nueva biografía en política, las nuevas tradiciones políticas han evolucionado.

La palabra americana “inauguración”, que llegó a Rusia durante la presidencia de Borís Yeltsin, tardó algún tiempo en arraigar en Rusia. Es una palabra que suena “extranjera” y que al principio resultaba difícil de pronunciar para los rusos. Por tanto, los periodistas que cubrieron el evento en 1996 preferían decir que Borís Yeltsin estaba asumiendo su cargo, y no que este estaba siendo “inaugurado”, ya que tenían miedo de equivocarse. Sin embargo, ahora la palabra ha pasado a formar parte del vocabulario ruso y especialmente, del protocolo del Kremlin.

La primera ceremonia inaugural de Putin se celebró el 7 de mayo de 2000, y las siguientes (otra vez la suya en 2004 y la de Dmitri Medvédev en 2008) han mantenido esa misma fecha. Según la Constitución, a cada presidente se le asigna un plazo marcado: aunque se tenga que convocar una segunda vuelta para las elecciones presidenciales, la ceremonia inaugural para el jefe de Estado en Rusia tendrá lugar siempre el 7 de mayo.
 
Esta fecha permanecerá sin cambios en el 2018, a menos que Putin deje su cargo antes de que expire su mandato, como hizo el primer presidente de Rusia, Borís Yeltsin. En ese caso, las manecillas del reloj de la inauguración se colocarán otra vez y empezará una nueva cuenta atrás. Eso sí, con la esperanza de que un trastorno semejante no se vuelta a repetir en el futuro.

Asuntos de familia

Al contrario de lo que sucede en Estados Unidos, la mujer del presidente no está junto a él durante la ceremonia, sino que la presencia desde un lugar discreto: en esencia, ella está entregando a su esposo al servicio civil. También sucede lo mismo para los portavoces de las dos cámaras del parlamento y para el presidente del Tribunal Constitucional. El marido de la Primera Dama se convierte en el jefe del Estado y la familia automáticamente pasa a un segundo plano.

Los aproximadamente 2.000 invitados a la ceremonia, que incluyen diputados parlamentarios, ministros, administradores presidenciales, gobernadores, figuras culturales, expertos en ciencias políticas, representantes de los medios de comunicación y diplomáticos, sienten a menudo una inconfesable empatía con la persona que está a punto de jurar su cargo, ya que en la cumbre uno se puede sentir bastante solo...

La distribución de los puestos para los invitados depende de su estatus social y político, y los que ocupan el escalón más bajo de la jerarquía ven la ceremonia en una pantalla.

La ceremonia tiene lugar en tres salones del Kremlin, y se va pasando de uno a otro. El casi presidente empieza su ascenso a la cumbre del poder caminando por una alfombra roja, en medio de la sobrecogedora grandeza del Gran Palacio del Kremlin.

En primer lugar, atraviesa el espléndido salón de San Jorge. Este lugar, que conmemora la gloria militar de Rusia, ha visto emperadores, héroes de la guerra de 1812, líderes de la Unión Soviética y participantes en el Desfile de la Victoria de 1945. Es aún hoy el lugar donde se entregan condecoraciones del gobierno y premios estatales.


Unos minutos después, el futuro presidente penetra en el salón de San Alexánder, bautizado así en honor de la Orden de San Alexánder Nevski, fundada en 1725 por Catalina la Grande. Tras perder su magnífica decoración en los años 30, cuando fue remodelado para acoger las sesiones del Sóviet Supremo de la URSS, este salón ha recuperado su pasada gloria tras su restauración en los años 90.

La siguiente parada es el salón de San Andrés, antiguo salón del trono y principal salón imperial del Kremlin, donde el futuro jefe de Estado es recibido por el presidente del Tribunal Constitucional, que oficia como maestro de ceremonia. Una vez allí, comienza la acción principal.

En la breve historia de la ceremonia de inauguración, no ha habido un solo presidente ruso que no haya estado nervioso durante ese trayecto. La inauguración de Dmitri Medvédev en 2008 fue la primera vez que el anterior presidente (Putin, en este caso) asistía a una ceremonia, y su presencia proporcionó apoyo moral al nuevo Jefe del Estado.

Antes de ese momento, tanto Borís Yeltsin como Vladímir Putin se entregaron el poder a sí mismos, bien porque fueron elegidos para un segundo mandato o porque nadie los precedió en el cargo. Borís Yeltsin se convirtió en el primer presidente de Rusia en 1991, y el 2000 Putin sencillamente eliminó las palabras “en funciones” de su título de “presidente en funciones” tras la dimisión de Yeltsin.

Ahora parece que la presencia del presidente anterior, que incluso pronunciará un breve discurso, va a instituirse como tradición.

Hoy en día, la inauguración se celebra en un modo bastante rápido. Los símbolos del poder presidencial (el estandarte, las credenciales oficiales de presidente y una copia especial de la Constitución que se guarda en la librería presidencial entre una inauguración y otra), esperan al futuro jefe de Estado. Este recita un breve juramento, comprometiéndose a servir a su país, con la mano sobre la Constitución (y no sobre la Biblia, como sucede en otros países).

En pocos minutos, el país tiene ya a su nuevo jefe de Estado, que pronuncia un breve discurso inmediatamente tras jurar su cargo. Esta es una tradición ya establecida. Como regla, el discurso inaugural repite las promesas que se hicieron durante la campaña electoral. Cuando Vladímir Putin pronunció sus famosas palabras, “En Rusia el presidente es más que un presidente”, despertaron un eco simbólico muy particular en la sala de San Andrés, antiguo salón del trono.

Cuando concluyen todos los discursos, el presidente recorre a la inversa el mismo camino a través de los tres salones del Kremlin. Tiene lugar también un breve desfile del regimiento presidencial mientras el nuevo presidente se prepara para la recepción de la noche, a la que acuden normalmente entre 1.000 y 1.200 invitados aproximadamente.

Con raras excepciones, no se invita a jefes de Estado extranjeros ni a la ceremonia ni a la posterior recepción, ya que se considera que es un asunto interno de Rusia. Por cierto, la recepción de 2008 entró en la historia cuando la banda presidencial tocó “Smoke on the water” especialmente para el presidente Dmitri Medvédev, que es un fan apasionado de Deep Purple. Antes de ese momento, nada semejante se había oído en este tipo de eventos.

Posteriormente, el presidente se traslada a su nueva oficina, situada en el antiguo Senado del Kremlin, un edificio encargado por Catalina la Grande y que fue construido entre 1776 y 1787. En sus tiempos, Lenin prefirió que su oficina estuviese en el Edificio 1 del Kremlin, y Stalin lo imitó. Esta sede de poder tiene un aspecto bastante ascético, tradición heredada de los líderes soviéticos: paredes cubiertas de paneles de madera, estanterías, una mesa enorme donde se celebran los encuentros y el escritorio del presidente.

El equipo del presidente reside cerca de su “jefe”, como lo llaman a sus espaldas. Pero su ubicación exacta depende del tipo de puesto que tengan. Los que están muy cercanos al presidente, incluyendo auxiliares y consejeros importantes, así como sus guardaespaldas, viven en el Edificio 14, conectado con el Edificio 1 mediante un pasadizo subterráneo. Pero en estos momentos el Edificio 14 está sufriendo reformas, por tanto, todos los consejeros del presidente se han mudado a  Stáraya Ploshchad, la antigua sede del Comité Central del Partido Comunista, donde se sitúan las oficinas de miembros de la administración de rango inferior.

Al contrario de lo que la mayoría de la gente piensa, asumiendo ideas falsas pero muy difundidas, debido a una analogía con la Casa Blanca de EE UU o la era de Stalin, cuando toda la elite del partido vivía en el Kremlin, los actuales líderes rusos van al Kremlin solo a trabajar, y viven a varios kilómetros del centro de Moscú, en uno de los vecindarios más exclusivos.

Cada uno de los tres presidentes de Rusia (Yeltsin, Putin y Medvédev) recibieron su propia residencia. Estas propiedades, que se incluyen en los presupuestos del Estado, no tienen que ser desalojadas tras el mandato. Esto le ahorrará a Medvédev las prisas para mudarse (algo humillantes, por otra parte) a las que los primeros ministros británicos deben enfrentarse mientras embalan sus pertenencias para dejar el 10 de Downing Street, antes de que sus sucesores ocupen con orgullo su nueva residencia.

Desde la muerte de Yeltsin, su viuda, Naina, ha vivido en la casa que les asignaron cuando él era jefe de Estado. Del mismo modo, cuando Dmitri Medvédev fue nombrado presidente en 2008, Putin permaneció en su anterior mansión, rodeada de bosques de pinos en Novo- Ogaryovo. Medvédev vive en las proximidades, en Gorki. Estas propiedades no son solamente residencias, sino verdaderos complejos equipados para el trabajo; cuentan incluso con casas para huéspedes. El presidente pasa una parte considerable de su tiempo trabajando en casa en vez de en el Kremlin, y es este domicilio el que el va a reformar el nuevo presidente de Rusia tras la ceremonia de inauguración del 7 de mayo.

Junto con toda la parafernalia presidencial, que incluye el estandarte, el avión Air Force One y el maletín nuclear, Putin recibirá dos cosas más: el carné de presidente, que probablemente no usará jamás, ya que no hay una sola persona en el país que no conozca su cara, y una responsabilidad colosal en las decisiones importantes que tendrá que tomar durante los próximos seis años de su mandato.

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