El zoo trágico de Zinóvieva Anníbal

Con motivo de la reciente publicación de El zoo trágico, obra de la simbolista Zinóvieva-Annibal, he aquí un recorrido por los salones culturales del Petersburgo de la Edad de Plata y un breve comentario sobre el libro.

Portada de El Zoo Trágico

En El coro mágico, la historia cultural de Rusia escrita por Solomón Vólkov, encontramos un asombroso episodio que ilustra cómo eran los salones culturales de Petersburgo durante la Edad de Plata. En él, la escritora Lidia Zinóvieva Anníbal (1866-1907) y su segundo marido, el importante filósofo y poeta simbolista Viacheslav Ivánov, aparecen en medio de un sacrificio de sangre. La autora de El zoo trágico, “vestida con una túnica roja y arremangada”, y su esposo cortan la muñeca de un músico, mezclan la sangre con vino en una copa y la ofrecen a los allí presentes, situados en círculo. El ritual, sigue diciendo Vólkov, acaba con besos fraternales.


Es probable que el episodio al que alude el historiador tuviera lugar en «La Torre». En 1905, cuando Zinóvieva e Ivánov volvieron a Petersburgo después de vivir varios años en el extranjero (Francia, Suiza, Grecia e Inglaterra), huyendo así del escándalo y la censura, pues Zinóvieva había abandonado a su primer marido, se establecieron en un apartamento al que llamaban así, «La Torre», cuyas famosas veladas de los miércoles se convirtieron en el centro neurálgico de la vida cultural petersburguesa. Allí se daban cita los poetas del momento para recitar sus obras más recientes, así como filósofos y músicos, que se enzarzaban en prolijas discusiones. Ivánov, a quien llamaban «El Magnífico» o «El Mago», sabía crear, en aquellos famosos miércoles de la Torre, una atmósfera poética de unión y deslumbraba a los presentes con su erudición y simpatía. Su mujer Lidia, a quien apodaban Diotima por su belleza y sabiduría, en honor a la protagonista del diálogo platónico “El banquete”, era la perfecta anfitriona.


Para Ivánov, que consagró su vida a investigar la figura de Dioniso¸ Lidia constituía precisamente la encarnación del dionisismo, cuyo culto instauró en la Torre. Allí, celebraban el estado del éxtasis, que les permitía acceder al misterio del universo. Un pasaje de Beyond the flesh (Más allá de la carne), el ensayo en que Jenifer Presto analiza la sublimación del sexo entre los simbolistas rusos, nos arroja más luz sobre su estilo de vida. Comparados en varios aspectos con los escritores, artistas e intelectuales británicos del Grupo de Bloomsbury, los simbolistas del país eslavo mantenían uniones atípicas entre sí, que priorizaban la creatividad artística a la procreación, y se mostraban tolerantes con las relaciones extramatrimoniales, tanto heterosexuales como homosexuales. La mujer, lejos de ser una figura decorativa, desempeñaba un papel imprescindible en estos cenáculos.


Varias eran las parejas de escritores que presentaban estas características: Zinaída Gippius y Merezhkovski, Aleksandr Blok y Liubov Mendeleieva, Viacheslav Ivánov y Lidia Zinóvieva-Anníbal. La fascinación de todos ellos por el «amor sublimado» influenció no sólo en sus prácticas conyugales, poco ortodoxas, y sus puntos de vista acerca de la maternidad, sino también en los modos en que concebían los procesos creativos, dice Preston.


A Ivánov le interesaba la creación de la familia utópica. Lidia y él trataron de establecer una relación triangular con el poeta Serguéi Gorodetski. Fracasaron en el intento e hicieron lo propio con Margarita Sabashnikova, pintora y esposa del poeta Maksimilián Voloshin. Para ellos, la derivación de una unión dual a un amor triangular representaba un paso adelante hacia las comunas colectivas. El orgiasmo de Ivánov (término que él empleaba) estaba inspirado por los ritos dionisiacos y abarcaba relaciones sexuales tanto con hombres como con mujeres. El filósofo Nikolái Berdiáiev, que definía a Zinóvieva como «dionisíaca, tempestuosa, vehemente, de temperamento revolucionario y espontánea», también formó un «ménage à trois» con su mujer y la hermana de ésta, si bien nunca consumó el matrimonio.


La vida agitada y singular de Zinóvieva, su futura condición de mujer rebelde e incomprendida, se prefigura, en cierto modo, en la infancia relatada en El zoo trágico. En estos nueve cuentos interrelacionados en que la infancia de Vera, la narradora, aparece representada mediante una especie de bestiario, asistimos a una evocación lírica -aunque no exenta de crueldad- de la vida aristocrática antes de la Revolución. Torturada por la injusticia de la naturaleza y la acción nefasta del hombre sobre ella, Vera se debate en una madeja de sentimientos encontrados. Conoce la impotencia y la tristeza cuando sabe de la muerte de los oseznos, que se han criado en su casa de campo, a manos de unos asustados campesinos. Otra vez, por ejemplo, es ella la causante directa de la muerte de un animal, su querida grulla, compañera de juegos, cuando se olvida de darle de beber. Algunos de los momentos más emotivos son los pasajes que hacen referencia a la madre. En una ocasión, cuando su progenitora se encuentra enferma, Vera le pregunta por la muerte. La respuesta es un largo monólogo, que remata con estas palabras: “¿Acaso es tan importante morir? ¿O vivir? Sólo se vive para llegar a comprender. Si has comprendido algo, entonces ya has vivido lo suficiente. Una chispa te ha iluminado para irse a toda prisa… ¿hacia dónde? ¿De dónde venía? Qué dichoso es no saberlo…”.
En 1907, año de la publicación de El zoo trágico, Tánatos se cruzó en el camino dionisiaco de Ivánov y Zinóvieva: Lidia murió repentinamente tras enfermar de escarlatina. Para el escritor, fue un golpe muy duro, pero encontró una vía de salida a su sufrimiento al “redescubrir” a su difunta esposa en su hijastra, fruto del primer matrimonio de Lidia. Pero ésa ya es otra historia…

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