Érase una vez una exmodelo y ojeadora norteamericana, Ashley, cuya misión era cruzar Rusia en el Transiberiano escogiendo chicas menores de edad, ansiosas por cambiar su situación y la de sus familias, para exponerlas al consumo compulsivo de imágenes de adolescentes jóvenes y escuálidas del mercado nipón. Imaginemos que después de unos castings más bien sórdidos -cuyo material grabado de menores en bikini irán a parar también a otras manos-, la agencia de modelos le endilga a la familia de la "elegida" un contrato en inglés y japonés –idiomas que obviamente no conoce- en el que sólo acierta a comprender una cifra, 8.000 dólares. Toda la letra pequeña del contrato queda oculta detrás de los ceros de los supuestos honorarios, que nunca pagarán. Ya tenemos el anzuelo y la presa fácil. Ashley –y toda la trama de socios- podría ser el lobo feroz, la desconocida que embauca a su objetivo con una gran mentira, o tal vez la antítesis de la hada madrina que viste a Cenicienta con ropas de moda por unas horas, la embarca en un avión y la planta ante estilistas orientales a fin de que posen para ellos. Como en el cuento, a las doce en punto se acaba la fiesta y Cenicienta debe volver sola a un hotel de mala muerte sin entender a nadie –sólo sabe ruso- ni comprender nada. Cuando se encierra en esa habitación la escena pertenecería a una versión también menos amable de Lost in Translation. En este caso Nadia, una chica de trece años de Novosibirk que cuando llega a Tokio debe decir que tiene quince a los posibles clientes, no duerme en un hotel de cinco estrellas. Dista mucho de ser Bill Murray, agasajado por una marca japonesa durante el rodaje de su spot publicitario. Es más, en la película de Sofia Coppola, Murray huye de un problema mientras que Nadia se mete en uno. La pasearán durante semanas de aquí para allá, de agencia en agencia, sin pagarle ni siquiera la comida. Puede que haga los trabajos prometidos, puede que no. Vive en un limbo de intereses del que nunca podrá defenderse. Cuando haya entendido las reglas del juego, otra menor de edad la estará reemplazando. Esta es la historia de Girl Model, sencilla de explicar y difícil de asimilar.
El tándem de directores A. Sabin y D. Redmon firman este documental, de gira actualmente por los festivales internacionales, que pone en la mesa de autopsia la obsesión por la juventud y la belleza de una mitad del mundo, y de lo que es capaz una familia de la otra mitad: entregar a su hija a unos supuestos profesionales para mejorar su calidad de vida. La presión para esa niña de trece años "cosificada" llega desde todos los flancos. En la narración, Nadia es el puente que une dos territorios aparentemente antagónicos: Siberia y Tokio, la ciudad más poblada del mundo. En el primero, la vista se pierde en los espacios abiertos y se cultivan frutos del bosque en los patios traseros. "Creo que la belleza nace primero de la naturaleza", dice Nadia cuando muestra a cámara las moras que ha recogido con su abuela. Al otro lado del mar de Oriente la comida se expende en máquinas de vending, la línea del horizonte está quebrada por las dentelladas de los rascacielos.
Ashley, la ojeadora con piel de cordero, nuestro cicerone por el mundo de las agencias de modelos, se nos muestra poco a poco como un personaje de inquietante bipolaridad. Por una parte conoce perfectamente cómo es la experiencia verdadera del 99,9% de las modelos. Lo sabemos porque en Girl Model se insertan grabaciones personales que entregó a los directores. En los noventa, Ashley había pasado por lo mismo, se intentó abrir paso por un mundo que tampoco entiendía, que la aburría y que trastocó todo el sentido de su vida. ¿Por qué entonces se ofrece a ser la cara amable para que la historia se repita con las nuevas aspirantes a modelos? Por lo pronto lleva más de diez años en el negocio, y con eso paga las facturas; conoce las cloacas del glamour y lo que piden los clientes. ¿Por qué se autoconvence de que sí se preocupa por las chicas, de que ella no es una pieza más del engranaje? Sólo tiene un contacto ante las cámaras con Nadia y una compañera también rusa, dura unos minutos y apenas existe comunicación. Lo más interesante es que fue la propia Ashley la que se puso en contacto con los directores después de ver dos de sus trabajos previos en el MoMA y su elección aún es más misteriosa: los documentales en cuestión de Sabin y Redmon trataban sobre un grupo de supervivientes del Katrina que viven en tiendas de campaña en el patio de un vecino [Kamp Katrina, 2007] y la historia de amor de dos jóvenes mexicanos en su lucha particular por construir un hogar [Intimidad, 2008]. Girl Model no podría ser, en ningún caso, un documental amable. Los directores han declarado que rápidamente se dieron cuenta de que Ashley era un personaje tan importante como Nadia, y ambas planteaban sendos retos: primero, cómo situar en el punto de mira a la persona que les había facilitado la entrada a ese mundo, y, segundo, cómo mantener la distancia con la aspirante que algunas veces está totalmente perdida y pide ayuda al cámara y cuya familia es la única que no se ha dado cuenta de las condiciones draconianas del contrato.
Es muy probable que para hacer según qué trabajos se deba depositar la dignidad en algún lugar escondido, si es que no se ha perdido por el camino. Uno de los socios de Ashley, un ruso exmilitar que ahora se siente un ángel de la guardia de estas jóvenes, cuenta a la cámara que a esa edad –la mayoría menores de dieciséis años- no se ha perdido aún una cosa muy importante, la dignidad, y que gracias a ello es probable que no caigan en las garras de algún viejo rico porque les hace mucha más ilusión aparecer en una revista occidental de moda. La propia Ashley describe la delgada línea roja que divide el ejercer de modelo o prostituta. Según ella, en algunos países es más fácil e incluso normal que la línea se confunda. "¿No habéis visto que algunas chicas se presentaban ante la cámara como objetos sexuales? Para algunas no hay diferencia entre vender su cuerpo de una manera o la otra", explica a la cámara. En París, el exmilitar le cuenta a Ashley que uno de sus métodos pedagógicos consiste en llevar a las jóvenes a las morgues de San Petersburgo para mostrarles los cadáveres de jóvenes involucradas en drogas y malas compañías. "Eso las deja muy impresionadas", comenta ante la mirada atónita de Ashley. Parece como si la "oportunidad" que están brindando a las adolescentes siberianas fuera mucho mejor que la realidad cotidiana que les depara su lugar de origen. Lo cual no deja de ser una autojustificación más de los organizadores de estos castings que se cae por su propio peso cuando se pregunta al dueño de la agencia en Japón por qué se llevan a las niñas a Tokio si dicen que con ellas no ganan dinero. "Para que se hagan fotos, esas chicas tienen pocas fotos". Es decir, ¿toda esta historia para que se hagan un book que, curiosamente, nadie les entrega?
Por supuesto, la experiencia por la que pasa Nadia no cambia ni cambiará nada. Al final del metraje, Ashley se presenta ante las cámaras de una televisión local de otra parada del Transiberiano para publicitar los nuevos castings. La historia es la de siempre, "tú puedes ser la elegida". Y colorín colorado, este cuento no se ha acabado.
Girl Model
Premio Marco Aurelio del Festival de Roma al mejor documental y Premio EnelCuore
Producido, dirigido y editado por David Redmon y Ashley Sabin
www.girlmodelthemovie.com
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