Fuente: Grigori Panshin.
Grigori Ilich Panshin nació el 12 de febrero de 1920 en la aldea Lenovo, en la región de Sumi. El padre, Iliá Prokópovich Panshin, combatió con los bolcheviques en la guerra civil rusa. La madre, Akulina Bábkina, se dedicaba al mantenimiento de la casa. Grigori trabajaba en el koljós (la granja colectiva campesina impuesta a sangre y fuego por el estalinismo a principios de la década de los 30), cuando en 1940 lo convocaron al servicio militar.
El 22 de junio los nazis bombardearon los cuarteles de su regimiento de tanques de la 315ª división de fusileros, dislocada en la Bielorrusia Occidental que acababa de incorporarse a la Unión Soviética. Los jóvenes, sin oficiales que los ordenaran, huyeron a los bosques y desde allí intentaron unirse a las unidades del ejército soviético que habían retrocedido hasta la vieja frontera ruso-polaca. Pero en la aldea de Stolbtsí fueron sorprendidos por tropas de desembarco alemanas. Muchos fueron fusilados. El joven Panshin fue herido pero consiguió huir. En la vieja frontera los heridos no encontraron a las tropas regulares, pero sí había personal médico que los mandó en camiones a Moguiliov. En esta antigua ciudad del este de Bielorrusia no había centros donde poder recuperarse y los soldados, ensangrentados, hambrientos y sin tratamiento médico fueron evacuados hasta Voróniezh, donde finalmente encontraron hospital.
Traidores a la Patria
Para detener las huidas del frente, Stalin decretó el fusilamiento de todo aquel "desertor" que fuese capturado. Y también anunció que todo prisionero soviético en manos de los alemanes sería declarado traidor. Por entonces aparecieron los destacamentos de contención de la KGB, verdaderas máquinas de terror que fusilaban sin juicio ni investigación.
Panshin salió del hospital a los pocos días, el 9 de julio. Inmediatamente lo enviaron a una unidad de artillería como servidor de una pieza. En Elno, donde la defensa rusa cedió por completo, fue capturado y hecho prisionero. Después del campo provisional dentro del territorio ruso ocupado, Panshin fue a parar a Luckenwalde, un campo de concentración para prisioneros soviéticos en Alemania.
La fuerte constitución de Grigori le permitió reponerse del agotamiento inicial y superar el tifus y las torturas, por supuesto sin ayuda médica. En cuanto le asignaron una serie de trabajos en el campo, se fugó junto con otros cuatro prisioneros soviéticos. Todos ellos comenzaron una huida hacia el este, hacia la Patria. Pero en la frontera alemana, al cruzar el río Oder, fueron apresados nuevamente. Los sometieron a salvajes torturas y los devolvieron al campo de concentración.
Sin embargo, el régimen hitleriano necesitaba esclavos para los trabajos más pesados, así que junto con otros 150 hombres Panshin fue transportado a Italia, para realizar obras de defensa.
Con los partisanos
Mientras los trasladaban en tren, el 8 de septiembre de 1943 volvió a fugarse con otros compañeros de cautiverio. “El tren marchaba lento, había bosques y cerca estaban las montañas –recuerda Grigori-. ¿Quién iba a detenernos?”.
Los bosques, las montañas y principalmente los aldeanos italianos los salvaron de una muerte segura. Los escondieron y les dieron de comer. Poco después, los prófugos se unieron a los “partizani” de las brigadas “Garibaldi”.
En su libro “Ciao, russi. Partigiani sovietici in Italia 1943-1945”, Mauro Galleni cita a Grigori Panshin como uno de los ocho que se fugó del tren y se incorporó a los primeros destacamentos guerrilleros que se estaban conformando en la provincia de Génova. El grupo encabezado por Grigori, junto con otros soldados italianos prófugos, dio inicio al movimiento guerrillero en la Liguria.
El propio “Grishka”, como lo llamaban sus camaradas italianos, recuerda que “al principio sólo éramos unos cuarenta combatientes. Unos meses después, en abril de 1944, nuestro destacamento contaba ya con 800 hombres”. Pero en ese mismo mes de abril los nazis y los fascistas italianos enviaron a más de 5.000 soldados fuertemente armados con equipamiento pesado a liquidar los “partizani”. Grigori y sus hombres tuvieron que refugiarse en las montañas. Allí, ocultados por la población local, superaron la cruel represión nazi, que se llevó centenares de vidas.
Poco después, el destacamento se volvió a conformar y la unidad ruso-italiana comandada por Panshin y su camarada Alesso Franzione (Arrigo) se había hecho famosa por sus audaces actos de sabotaje y diversión contra los invasores nazis y sus socios fascistas. Atacaban los puestos militares, volaban trenes, dinamitaban puentes. No les daban un segundo de respiro a los ocupantes.
A finales de agosto eran tantos los soldados soviéticos prófugos que se unieron a Panshin, que su destacamento se convirtió en la 79ª brigada de choque “Amedeo Mazzarello”. Su jefe era Piero Martini (Giacomino), el subjefe era Panshin y el comisario político, Arrigo.
Poco después, Grigori reunió a los soldados soviéticos en una unidad independiente que combatió hasta la total independencia de Italia. El nombre de su jefe se citaba permanentemente como un ejemplo de valor y disciplina. Pese a ser herido nuevamente en tres ocasiones, Panshin permaneció al frente de sus hombres en todas las operaciones que emprendió el destacamento.
Final de la guerra
El 28 de febrero de 1945 Grigori se enfrentó a su último y decisivo encuentro con la muerte. Los fascistas italianos lo atraparon mientras organizaba la fuga de un grupo de prisioneros soviéticos. Sufrió crueles torturas, pero Panshin no cedió ante sus verdugos y a los dos meses, en vísperas del final de la contienda, sus compañeros de armas lograron liberarlo.
Luego de la liberación, se planteó la cuestión de la repatriación de los soldados soviéticos. En Génova se preparó una comisión militar rusa dedicada a reunir a todos los que debían evacuarse. En la entrevista realizada por V. Andréiev, enviado por “Putílovski Védomosti” en plena “perestroika”, cuando pudo por fin pudo visitar su terruño natal, Grigori recordó: “Nos trasladaron en camiones norteamericanos a Insbruck. Después tuvimos que caminar 20 kilómetros hasta el campo de concentración soviético. Ahí nos enteramos que éramos… ‘traidores a la Patria’. No nos iban a fusilar pero nos iban a caer cinco o diez años de prisión. Yo pude escaparme con ayuda de un médico. Me sacó del campo con el pretexto de que estaba enfermo. De inmediato me fui al campamento de los italianos que debían repatriarse. Yo tenía carnet de ‘partizano’ y fui trasladado a Italia con todos. Cuando llegué escribí una nota sobre cómo nos había recibido la Patria…”
Nueva vida en Buenos Aires
Debido a esta publicación, las autoridades soviéticas exigieron la extradición del “traidor y revoltoso” Grishka. Entonces los camaradas italianos ocultaron a Grigori… en la cárcel. A los cuarenta días recibió nueva documentación, dinero y un pasaje en barco para la Argentina. Allí, los amigos le alquilaron un departamento en Buenos Aires. Pero en su nuevo destino tampoco pudo disfrutar de la anhelada tranquilidad. En la capital argentina, representantes de la Interpol lo interrogaron varias veces.
Grigori fue obrero metalúrgico en Buenos Aires y más tarde se trasladó a Santa Cruz donde trabajó en la construcción de frigoríficos. Cuatro años después regresó a la capital y en 1951 se casó con Mercedes, con quien tuvo cuatro hijos: Silvia, María Mercedes, Patricia y Leonardo. En 1982 dejó Buenos Aires, “cansado de la vida agitada” de la capital argentina y se estableció en Necochea. En esta ciudad balnearia, a más de 500 kilómetros de la metrópolis, tuvo tiempo de abrir un taller mecánico hasta que la edad dijo basta. También construyó él mismo la casa en que habita, en la alejada calle 53 del viejo casco urbano.
Desde la década de los 90, Grigori viene reclamando al gobierno ruso la asignación de una pensión en calidad de veterano de guerra. Debido a la pérdida de cierta documentación, la administración rusa ha denegado el pedido, pese a la intervención personal de Yuri Korchaguin, exembajador ruso en la Argentina y actual director del Departamento de América Latina de la Cancillería rusa.
En una de sus varias cartas dirigidas al presidente Dmitri Medvédev, Panshin declara: “A veces lamento no haber muerto en la guerra” y agrega: “quiero estar bien y volver a mi Patria”.
¿Podrá Grigori Ilich Panshin cumplir el sueño que tuvo en Lukenwalde o entre los “partizani” cerca de Génova? Además de un par de medallas conmemorativas, ¿alcanzará su Patria a reconocerle en vida su asombroso espíritu combativo?
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