Foto de Itar Tass
Las dueñas de la agencia de viajes Liberti, María Bondar y Natalia Gasparián han creado una compañía única en Rusia que organiza viajes para aquellos que no pueden moverse por sí mismos, para personas con movilidad reducida.
A causa de traumas similares en la columna vertebral durante la infancia, las dos niñas se hicieron amigas: juntas participaban en el teatro escolar, y en el último curso empezaron a soñar con un negocio propio. Después del instituto, María se graduó en Filología Alemana en la Universidad Estatal de Leningrado y Natalia estudió para economista en la Universidad Tecnológica de Polímeros Vegetales. Se ganaban la vida como guías para grupos turísticos de alemanes y hacían excursiones por San Petersburgo para los extranjeros. Entre los viajeros de los cruceros había a menudo personas en silla de ruedas.
“A la mayoría de los guías turísticos, les aterrorizaba que aparecieran estas personas con dificultades para moverse. Significaba diez veces más de trabajo”, recuerda María Bondar. “Hay que estar pendientes de que estos turistas no se queden atrás, y a menudo, uno mismo debe empujar la silla”. Y a veces lo hacían, con pocas ganas, los otros turistas: también era un problema subir al autobús turístico que no estaba equipado con rampas especiales.
A diferencia de la mayoría de los colegas, las amigas ayudaban con gusto a las personas en silla de ruedas y en 2004 decidieron hacer de esto un negocio.
Una excursión turística corriente consiste en la visita a lugares de interés, organización de comidas, alojamiento en hoteles y un programa vespertino. Había que entender hasta qué punto eso era accesible en silla de ruedas. Lo primero que quedó eliminado de la lista fueron los hoteles: en ese momento en San Petersburgo no había establecimientos especializados donde las puertas estuvieran pensadas para la anchura de una silla, ni duchas equipadas con pasamanos especiales, ni entradas con ascensores o por lo menos rampas. Tuvieron que limitar el número de turistas de los cruceros que navegaban por el Báltico y se quedaban en la ciudad, en el Neva unos días, pasando la noche en el crucero, en camarotes con equipamiento especial. Una vez definido el público, las amigas empezaron a organizar un programa de excursión. Para ello tuvieron que moverse ellas mismas en una silla de ruedas.
“Tomamos la silla y nos sentamos ahí y paseamos por la ciudad. Intentamos entrar en los museos y templos, para entender si podían moverse sin problemas por ellos”, recuerda María Bondar. Cada visita resultó una auténtica prueba para los trabajadores de los museos, que no sabían cómo utilizar las rampas que nunca habían tenido que poner en funcionamiento. En general, veían la iniciativa de las jóvenes emprendedoras con compasión y querían ayudar sinceramente. Aunque hubo excepciones. “¿Sillas de ruedas? ¡Solo por encima de mi cadáver! Este parqué es del siglo XVIII ”, les dijo a las chicas el canoso director de un museo.
Algunos lugares resultaron accesibles solo gracias a la obstinación de las empresarias. Así ocurrió, por ejemplo, con uno de los palacios: para utilizar el único ascensor en el museo había que advertir de la llegada con una semana de antelación, encaminarse a través de andamiajes herrumbrosos, salas restauradas y acercarse al inmueble puntualmente. “Resultó que llegamos un poco tarde y el empleado nos soltó un grito”, recuerdan las chicas. Por culpa de la pareja en silla de ruedas tuvo que venir del edificio vecino, en un momento en que era temporada alta en el museo, incluso sin serlo se experimentaba una gran afluencia de visitantes". Fue tan desagradable y difícil que María estuvo a punto de rendirse y eliminar el palacio de la ruta de la excursión. Pero Natalia era inflexible. Ahora las empresarias se enorgullecen, pues para sus clientes existe un ascensor aparte que está atendido por un servicio especial de conserjes.
La exploración y organización de la ruta les llevó a las amigas aproximadamente un año. Los primeros lugares en el futuro itinerario serían los más o menos equipados técnicamente, el Museo Ruso y el Hermitage, a los que después se unió el Museo de Historia y Religión. En la participación en los controles de sillas de ruedas, pronto empezaron a tomar parte algunas personas con movilidad reducida: Ravilia y Piotr Morózov y Yuri Kuznetsov, los creadores de la organización social petersburguesa de minusválidos por una vida independiente, “Nosotros juntos”. Empezaron a ser cofundadores de la compañía turística que recibió el nombre de Liberti. Las amigas se pusieron en contacto con agencias turísticas parecidas en otros países, se dirigieron a todas las sociedades conocidas de inválidos en Rusia y en el extranjero, y más tarde, empezaron a desarrollar la compañía a través de redes sociales. Ahora a Rusia (aparte de en San Petersburgo, Liberti, organiza excursiones por Moscú, los alrededores de Moscú y Nóvgorod) llegan grupos desde Alemania, Austria, Suiza, Estados Unidos, Canadá, Israel y otros países. Sin embargo, el número total de turistas no supera las 400 personas al año, y el precio de la excursión (sin contar las entradas) está entre los 100 y 400 euros por persona para excursiones de dos días y entre 1.000 y 2.000 euros para viajes de una semana.
Las amigas organizaron solas las primeras excursiones. No faltaron los problemas. Después de que María no pudiera hacer rodar la pesada silla de uno de los alemanes por tres peldaños del templo de Cristo Salvador, su marido construyó una rampa de aluminio de 40 kilogramos que las amigas llevaron consigo, atándola como pudieron a la baca de un viejo coche. Poco a poco, Bondar y Gasparián fueron incluyendo en el negocio a parientes y amigos.
En 2007, las copropietarias de Liberti, solicitaron en Sberbank su primer crédito de 750.000 rublos (alrededor de 25.000 dólares). El dinero lo gastaron en la compra de una furgoneta de carga para el transporte de frutas. El marido de María Bondar, un mecánico de automóviles profesional, lo convirtió en transporte de pasajeros. Arregló las ventanas, la aisló del ruido y del calor, revistió las paredes, colocó los asientos junto a las ventanas y entre ellos dejó un espacio libre, lo suficientemente grande para que pudiera pasar una silla de ruedas. Pero el principal objeto de orgullo fue la rampa, una plataforma especial, con ayuda de la cual la silla se levantaba hasta el nivel del autobús, pintado con el color corporativo azul anaranjado. “Nuestro coche era para Rusia una verdadera pericia, incluso los extranjeros se maravillaban de que tuviéramos esas novedades en el mercado, una tecnología tan avanzada", dice Bondar. En 2010 las amigas llegaron al borde de la desilusión con el negocio: las excursiones que llevaron a cabo para turistas rusos acarreaban multitud de desventajas. “¿Para qué seguir con esto?”, se preguntaron. Al saber que las personas rusas en sillas de ruedas disponían en su mayoría de pocos medios, las chicas experimentaron dolor de conciencia al intentar sacarles dinero. Entonces Liberti decidió sacar beneficio solo del trabajo con extranjeros y para los rusos estableció no incluir en el precio las excursiones dentro de sus márgenes. “Es posible que alguna vez el balance de beneficios con los rusos, sino positivo, por lo menos que sea igual al gasto”, esperan las empresarias. Pero aseguran que los dividendos psicológicos y la alegría que reciben por ayudar a sus compatriotas es completa.
La victoria en el concurso de la fundación Vagita Alekperova, “Nuestro Futuro”, les permitió recibir un préstamo sin intereses de 1,72 millones de rublos (alrededor de 60.000 dólares) a un plazo de cuatro años. Con este dinero la compañía compró un aparato de aire acondicionado para el microautobús, organizó rutas por nuevas ciudades, por ejemplo en Kiev (donde previamente una compañía de monitoreo de internet encarga las sillas previamente comprobadas por los clientes). Entre los próximos planes está la compra de un nuevo y moderno autobús, cuyo precio junto con la renovación asciende a 2,5 millones de rublos (unos 85.000 dólares). Una gran compañía internacional farmacéutica que se dirigió a la fundación fue la que manifestó el deseo de ayudar con la compra del nuevo transporte para Liberti.
Este año, la compañía planea ampliar el negocio con nuevas orientaciones: trabajar con personas que tengan otro tipo de invalidez, en primer lugar, sordos o personas con problemas de oído. Para esto, las amigas deben invertir en equipamiento para la traducción al lenguaje de signos. “Y más adelante, dice María Bondar con entusiasmo, estamos preparados para crear todo un imperio”. Hostales y clubes nocturnos, con acceso para todo el mundo incluidas las personas con movilidad reducida, con un servicio especial de aparcamiento de autobuses, una telerevista de los viajes en sillas de ruedas, una guía para minusválidos por San Petersburgo... Las amigas intercambian sus miradas y todo queda claro: en las sillas con las que se mueven sus clientes hay, como mínimo, dos motores muy potentes.
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