Trotski con seguidores americanos en 1940 en México. Foto de Flickr.
El retrato de León Trotski aparece pintado en un mural en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. Su autor fue Diego Rivera, famoso muralista mexicano, militante comunista y amigo personal del revolucionario ruso. A escasos metros hay otra pintura de David Alfaro Siqueiros, también afamado muralista, también militante comunista, y organizador de un intento de asesinato contra Trotski, al que milagrosamente sobrevivió a pesar de los 400 balazos disparados en su casa.
Este curioso retazo de historia, en apenas unos metros cuadrados, muestra que el político ruso siempre ha despertado grandes pasiones, a favor y en contra. Lo extraño es que la mayoría de las veces, éstas no llegan desde facciones opuestas, sino desde sus propias filas, desde el movimiento comunista que él ayudó a aupar en la Rusia post-zarista.
El movimiento trotskista en América Latina, y en el mundo, en general, no ha sido uno solo, sino un sinfín. Los había que apoyaban los movimientos obreros, y los que no; los partidarios de la lucha armada, y los pacifistas; los que simpatizaban con el guevarismo, o el castrismo, o el Ejército de Liberación Nacional, por mencionar sólo unos pocos; y los que no. Hubo y hay, en la actualidad, incluso “trotskismos silvestres”, grupos que surgen en medio de la sierra, que saben de la existencia de Trotski, y primero se adhieren a esta corriente y luego empiezan a estudiar sus propuestas.
Manuel Aguilar, histórico dirigente trotskista mexicano desde los años 70 hasta la actualidad, subraya que el hecho de que haya tantas diferencias en su seno muestra que “es un movimiento muy libertario, muy independiente, no tenemos ningún Vaticano, no tenemos ningún Moscú, no tenemos ningún crimen, no hay sangre entre nosotros, en cambio los estalinistas y los maoístas se han matado entre ellos. Nosotros nos dividimos pero seguimos luchando.”
Pero esa fragmentación y sus continuas disidencias, aunque saludables, le han restado fuerza. Son pocos los países donde consiguieron levantar un partido lo suficientemente influyente como para convertirse en actores políticos. En Argentina, por ejemplo, donde el movimiento disfruta de bastante buena salud, la organización Política Obrera (PO), de origen trotskista, nunca consiguió llegar al 2% en las elecciones presidenciales.
El pensamiento trotskista, pues, representado en decenas y centenares de siglas, nunca ha conseguido unir masivamente a los obreros y campesinos que se suscriben a ellas, y sus propuestas nunca han llegado a discutirse en ninguna sede de gobierno.
Trotski llegó a México en enero de 1937, después de deambular durante años, desterrado y perseguido por Stalin, y sin un país dispuesto a acogerle. “Los gobiernos tenían temor no sólo de él como figura emblemática de una gran revolución, sino también de la conflictividad que implicaba tenerle en el país”, recuerda Olivia Gall, historiadora y autora del libro Trotski en México. De ahí la frase acuñada por el intelectual francés André Breton: “El mundo es un planeta sin visado para León Trotski”.
Finalmente, y gracias en parte a las gestiones de Diego Rivera, que junto a su esposa Frida Kahlo, formaban la pareja estrella del mundo del arte mexicano, el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas aceptó darle asilo político.
A su llegada a México, en enero de 1937, sus seguidores no sumaban más de 60 personas. Tras su muerte, tres años más tarde, a manos del español Ramón Mercader, un agente de Stalin que había planeado el asesinato junto con su madre, el movimiento se escindió y se hizo mas pequeño, si cabe.
Y así permanecería esta corriente en México, latente, hasta su resurgir en los años 60 y 70. En otros países latinoamericanos, en cambio, sí se mantuvo, y con una fuerza especial en Bolivia, Chile y Argentina.
En la Bolivia de los años 50, el trotskismo se convirtió en el movimiento de los trabajadores, vinculado a la COB, la Central Obrera Boliviana, que hasta el día de hoy tiene una gran resonancia. Su partido afín, el POR (Partido Revolucionario de los Trabajadores), obtuvo gran peso político, apoyando la nacionalización de las minas de estaño y la redistribución de las tierras. En 1954 se aliaría con el MRN (Movimiento de Resistencia Nacional), en aquel entonces el partido en el poder, con el que Estados Unidos simpatizaba, perdiendo así cualquier pretensión de tener una agenda independiente de clase, y allanando el camino para el golpe militar de 1964. Estados Unidos había conseguido colocar al movimiento obrero de su parte.
En Chile, el trotskismo ganaría fuerza con la fundación del Partido Obrero Revolucionario en 1937, abiertamente hostil al estalinismo, y liderado en los 60 por Luis Vitale. Pero el golpe de estado de Pinochet abocaría al movimiento obrero chileno al olvido, y acabaría con Vitale en varios campos de concentración, y finalmente en el exilio.
En Argentina, el trotskismo ha tenido múltiples variantes. La más famosa, dirigida por un excéntrico personaje, conocido por su alias, "Julián Posadas”.
El Posadismo se sostenía en la creencia en una guerra nuclear inevitable, la invasión preventiva a Estados Unidos y la llegada de los extraterrestres como vía al comunismo. A pesar de estas excentricidades, Posadas fue capaz de convertirse en actor político del momento, algo que otras corrientes trotskistas mucho más inmovilistas, no han conseguido. Tanto es asi, que la Cuarta Internacional Posadista aún subsiste y en la actualidad, es partidaria del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
Pero fueron las décadas de los 60 y 70 las de mayor auge del trotskismo en América Latina, coincidiendo con el ascenso de la lucha revolucionaria a nivel mundial. Fueron años de guerrillas y luchas en las calles, de protestas estudiantiles y manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Esto marcaría los destinos de muchos países, con movimientos obreros que reivindicaron -y consiguieron- notables mejoras en sus condiciones de trabajo y salariales. Fueron también duramente reprimidos, con miles de huelguistas despedidos y activistas desaparecidos.
Los años 80 y 90 fueron los de la derrota de la clase trabajadora, que perdió muchas de las conquistas anteriormente conseguidas en educación, salud y vivienda.
En la actualidad, las causas que el trotskismo ha defendido siempre, la lucha contra el colonialismo y la opresión capitalista siguen vigentes, a pesar de lo mucho que el mundo ha cambiado desde que esta corriente naciera. No existe el colonialismo tal y como su fundador lo conoció, pero existe el colonialismo económico a través de la globalización, y la desigualdad capitalista permanece. El problema para las múltiples facciones trotskistas, dice Manuel Aguilar, es que nadie les representa, no hay partidos ni sindicatos que hablen por los trabajadores.
En opinión del veterano militante, en medio de una crisis mundial, y a pesar del “látigo del desempleo”, que impide que el movimiento de los trabajadores avance, “la lucha de clases continúa, y la causa del movimiento revolucionario sigue vigente, y sigue siendo justa. La lucha revolucionaria va a continuar”.
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