“Mi patria la define la frontera de mi piel”

Nilda Fernández es de mediana estatura y muy sencillo. Se presentó en el café “La Poesía”, situado en el viejo San Telmo de Buenos Aires con una bolsa con libros y CDs. Se sentó y pidió una sidra suelta, artesanal, que allí la tiran tan bien como en Asturias.

No hubo preguntas ni sobre su nombre, porque es la vuelta de su verdadero Danil, ni sobre su infancia, que transcurrió en Francia, ni sobre su extraordinario registro de voz “alto varonil”. Este nómada de la canción tiene un largo historial que arranca en Madrid hace muchos años. Se consolida en Francia y luego encuentra Rusia, donde se pierde durante más de cinco fructíferos años.

Pasa de Uzbekistán a la Argentina. Desde Kamchatka hasta La Habana. Conjuga actuaciones con Sting, con Pedro Aznar, con Mercedes Sosa, con Georges Moustaki, con Borís Moiséyev. Pone música a la obra de de Jorge Luis Borges y de Federico García Lorca. Sin descanso.

“Los hay peores –advierte a Rusia Hoy-. Van por todas partes pero están poco tiempo… Hay dos maneras de viajar cuando uno es artista: ir dando saltitos de pulga a través del planeta o hacer como yo, que tengo más curiosidad y me gusta saber lo que pasa detrás de una ventana. ¿Cómo es la cocina? ¿Cómo comen? Siempre me he empeñado en hacerme un lugar, hacerme amigos y que me inviten a comer. Es lo que deja más huellas. Lo demás es un “despelote”. Vas por todas partes y para no desorientarte no conoces más que una misma habitación de hotel. Es mucho mejor para el ser humano viajar comprendiendo lo que distingue la cultura que estás frecuentando y cómo conectarte con ella”.

 

¿Se refleja en tu arte?


Espero que sí. Aunque no sé de qué manera.

Lo vas incorporando.


Sí, seguro. Cuando tocas con cuatro músicos de Uzbekistán; uno al contrabajo, el otro al acordeón y los otros dos que tocan tu música con sus instrumentos nacionales, a la fuerza le da un toque muy especial y te acostumbras a no tener miedo a esa incorporación.

Hay momentos muy diferentes en tu trabajo. La actuación con Moiséiev no es lo mismo la actuación con Mercedes Sosa.


Suerte para Mercedes.

Las dos han sido excelentes y han tenido un gran éxito.


Pero no fue a propósito. ¿Qué pasó? Tanto con Borís como con Mercedes fue una cosa inesperada. Vine a Buenos Aires a cantar en “La Trastienda”, y ella me escuchó allí. Me invitó a cantar juntos en el teatro Ópera sin que nos conociéramos. Ella conocía mi canción “Mon amour”. Se enamoró de ella y quiso cantarla conmigo, a dúo. Con Moiséyev fue diferente. Llegué sólo a Moscú de visita.

¿Cómo fue? ¿Un día dijiste, “me voy a Moscú”?


No. Me invitó una periodista rusa que había conocido en Francia. Estaba promoviendo un trabajo mío en un hotel de París y una muchacha se acerca y me dice “Nilda, ¿te acuerdas? Soy Natasha”. Nos intercambiamos los números de teléfono. Yo la contacto y me repite: “Ven cuando quieras porque aquí están cambiando mucho las cosas”. Esto fue en el año 2000. Me dije, “¡uy, qué oportunidad para conocer Moscú!” Porque uno tiene curiosidad. Estaba cantando en el Olimpia, sacaba un disco y tenía una gira prevista. Cuando llego, Natasha me dice que hay un showman ruso, un cantante que quería conocerme. Al día siguiente nos vimos con Borís. Me dijo, de una manera muy directa, “¿cuál es tu business?”. Le aclaré que no sabía cuál era mi business que soy cantante.  Él se interesó mucho por conocer cuánto costaba hacer un disco. Me hizo comprender que quería hacer algo conmigo. Aunque como no estaba en mis planes, no sabía muy bien qué podíamos hacer. Pero él lo tenía claro. Escuché su música y vi unos vídeos de lo que hacía. Le comenté que estaba muy alejado de lo mío. Aún así, me llamaron y me hicieron escuchar una canción que se llama “Día y noche”, que era exactamente lo que éramos: el día y la noche. Y me dije “¡fíjate!, el día y la noche hacen 24 horas. Así que a ver si hacemos nosotros esas 24 horas”. Puse palabras francesas a su canción  en ruso… y “davái”. Fue un gran éxito. Estaba allí pero no me daba cuenta de muchas cosas porque no leía en ruso, no lo entendía. Al año siguiente volvió a invitarme para otro show en la Sala “Rossiya”. Luego hicimos una gira por toda Rusia, Bielorrusia, Ucrania y los países bálticos. Además hice mi propia gira por ese inmenso país.

¿Estuviste trabajando los cinco años?


Sí. A los tres meses todos me conocían gracias a Borís. Él me había dicho: “voy a hacer de ti, no un zar, sino una star”. Bueno, cumplió con su palabra. No lo hizo por altruismo porque ese muchacho es todo menos altruista. Lo hizo por interés. Pero mira, tuvo una buena idea y yo se lo reconozco, porque le gustaba lo que hacía yo. No se les ocurre a todos.

¿Te dejó Rusia alguna otra cosa?


Fue fundamental para mí. Es como el reverso de la medalla occidental. Para conocer la medalla completa hay que conocer las dos caras. Rusia, claro, vivió un siglo XX totalmente diferente. Casi sin comparación. Tú hablabas de Blancanieves, de Walt Disney y no lo conocían. Yo la vi de niño en Barcelona. Clark Gable, Gary Cooper.  Son generaciones que no vieron nada. Películas rusas. Dibujos animados rusos. Debo reconocer que desarrollaron un arte interesante. Porque tenían que abastecer también de ello a su gente. En Occidente, el doctor Freud se introdujo en los años 20. En cambio, en Rusia el freudismo y el psicoanálisis no arraigaron por cuestiones ideológicas. Es un país donde la gente no estaba en contacto con el psicoanálisis. Y eso es muy interesante porque, al final, mucho psicoanálisis también resta cosas. En Europa la gente tiene miedo de conversar, de revelar lo que es. En Rusia no es así. El hombre y la mujer rusos tienen otra manera de considerarse, de percibirse a sí mismos. Rusia es una sociedad matriarcal, claro.

También me dio lecciones humanas. No es una sociedad ideal, como no lo es ni la argentina ni la española. Pero me interesa la cultura de cada país. Es como un antídoto a lo que tú manejas. Hay una enfermedad que le sirve de equilibrio a tu propia enfermedad…

Estás inmerso en varias culturas. Puedes compararlas y definirlas. ¿Te empapas de cada una de ellas?


Sí, seguro. Sobre todo porque no soy como el turista que viaja, se maravilla con lo que ve pero quiere volver a casa. Yo acabé por no buscar de tranquilizarme con “lo mío”. Es una mentira. ¿Cómo puede ser lo tuyo lo mejor? Lo que sí puede ser es que lo mío es lo que mejor conozco.

¿Cuál es tu casa?


Mi casa es… realmente… te lo diré en frío. Mi casa… mi patria… se define por la frontera de mi piel. Lo he buscado. He querido una construcción de mí mismo porque si no eres infeliz. Siempre echarás algo de menos. Como yo he querido trabajar y viajar de esa manera, no he querido adentrarme en dolores más agudos, en querer volver…

Esta es una época de mucho exilio, de mucho destierro… Hay un gran desarraigo.


Yo me arraigo hacia adentro.  Porque si no es así, sufres. Es el principio mismo del nomadismo. Las culturas originarias eran nómadas. Iban detrás del alimento. Lo mismo hacen los que emigran ahora. Es el nomadismo natural del ser humano.

Esa policromía se ve muy reflejada en tu música.


Mejor, mejor. “Madrid, Madrid” fue la primera canción con la que Miguel Bosé me dio a conocer en Europa. Es una milonga. Yo no conocía lo que era la milonga. Pero evidentemente existen raíces comunes, que surgen sin que uno a veces se lo proponga.

¿Cuándo volverás a Moscú?


Ahora voy a Madrid y de allí a París. Estaré en Rusia a primeros de junio, con mi novia Natasha. Tengo un festival de jazz muy importante en un parque de Moscú, no me acuerdo cuál. Invito a un músico cubano que vive en La Habana y es un pianista maravilloso. Hicimos una gira juntos… estuvimos en Kamchatka, en Sajalín, en Vladivostok, en Chitá… Un cubano que se ”pelaba” de frío. Era marzo y estábamos en Siberia. Pero a él le gustaba. Sus padres habían estudiado en Moscú y los dos eran músicos. Para él Rusia era parte de su historia familiar. Yo hablaba ruso con sus padres en La Habana. También me acompañarán un guitarrista flamenco y dos rusos.

¿Cuál será tu próximo trabajo?


Mi próximo trabajo cuenta con trece canciones, cuatro de ellas son en español. Hay cuatro músicos: bajo, batería, guitarra y chelo eléctricos. En septiembre del año pasado regresé a Buenos Aires para cantar después de muchos años y en la casa de una amiga compuse una chacarera y un tango. El primer tango de mi vida. Imagínate el complejo que uno puede tener con eso. El tango no es como el flamenco.

Bueno, hace unos días la grabamos. Cinco músicos y claro, con la chacarera un bombo legüero además de bajo, batería, guitarra criolla y guitarra eléctrica. Algo muy fuerte. Es el principio de una serie que no sé por dónde va a ir. En este momento lo del disco, como tú sabes, está un poco complicado. Pero esas dificultades tienen que ver con el formato del disco. Todavía se puede grabar música. Lo que hay que saber es qué salida le vas a dar. Y seguro que algo se puede hacer.

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