Tonino Guerra. Foto de Itar-Tass
Soy una persona muy feliz: el destino me ha elegido y durante toda la vida he querido ser digna de mi fortuna. Pero solo ahora he llegado a comprender qué feliz ha sido mi vida. Mi adorado marido ha superado los 90 años. El cuerpo envejece, pero los genes permanecen.
¿Que si he tenido influencia sobre él? No, yo diría que no. Ha habido una gran simbiosis, eso sí. Una relación casi de sangre, después de 35 años juntos. ¿Cuál es mi papel? Soy como un puente entre Rusia e Italia, aquí, en Rusia. Y esta es, creo yo, mi tarea.
En cualquier caso, mi vida ya era interesante antes de conocer a Tonino. Yo estaba siempre rodeada de muchos amigos, Ajmadúlina, Visostski, Tarkovski, Voznesenski, Aksiónov, Parajanov, y muchos más. Pero la historia con Tonino cambió mi existencia.
Sin embargo, al principio las cosas no eran para nada fáciles. Solo el respeto al recuerdo de mi primer marido, Alexánder Yablochkinev, me ayudó a no perder mi trabajo en Mosfilm, la productora cinematográfica rusa. Y de este modo empezamos a vivir juntos en Moscú. Cuando en 1976 llegué por primera vez a Italia, envuelta en mi abrigo de piel y con mi ushanka, mi gorro ruso en la cabeza, para mí fue un verdadero shock ver las enormes terrazas de las casas, las luces en las calles y las filas de naranjos. Eran los mejores años del cine italiano, y el mejor periodo para Tonino.
Foto de BlackArchive_EastNews
El sexto día de mi estancia en Italia, Tonino decidió presentarme a sus amigos. Imaginaos: yo, una chica soviética en Italia. Estaba llena de miedo y de complejos. Después, nos encontramos con Federico Fellini y Giulietta Masina. Con ellos estaba también la escritora Natalia Ginzburg.
Me impactó una frase de Tonino: “Solo una cosa- me dijo sonriendo- no le escondas a Fellini que te gusto”. En aquella ocasión me di cuenta de que estaba rodeada de gente genial. A veces ni siquiera podía comer, de lo que nos reíamos...
Este primer viaje a Italia fue un verdadero regalo. Un regalo que yo quise devolver en Moscú presentándole a Andréi Tarkovski. Estaban interesados en conocerse. Y yo hacía de traductora. Pero para evitar que nos espiaran cubrí el teléfono con almohadas. Una vez, Andréi me confesó que ya había dicho todo lo que se podría decir en su patria rusa y que ahora tenía ganas de contar otras cosas, quería rodar en Italia, con Tonino. De este modo llegó al país mediterráneo. En Roma se alojaba en el Hotel Leonardo, pero se sentía solo. Y por eso pasaba días enteros con nosotros. Yo traducía las conversaciones entre ellos. En ocasiones, me sentía un poco como un pez fuera del agua.
De allí, de aquel viaje a Italia, nació “Nostalgia”. Tonino, me acuerdo, le decía: “Tienes que devorar este país. Después, arrojar fuera todo lo que te parezca superfluo y dar a luz un mundo nuevo. ¡Usa la fantasía, inventa nuevos personajes!”.
Después de la enfermedad y de la operación, Tonino ha vuelto a aferrarse a sus raíces, a su tradición y a su poesía en dialecto romagnolo. Los últimos diez años, para nosotros, se han revelado como un verdadero cambio de dirección: desde Roma, desde la elite, hemos vuelto a las cosas sencillas. La ciudad donde vivimos ahora se encuentra cerca de las colinas de Santarcangelo, el pueblecito donde él nació. Una vez que volvimos aquí, Tonino reencontró su vena poética, sus recuerdos y la sabiduría. Eso es: el contacto con la tierra.
De hecho, las historias de Tonino nacen de la sabiduría popular, del espíritu de la nación. Y han alcanzado también a Rusia. En diciembre de 2011 fue publicado un libro con sus últimos cuentos. Yo ahora estoy traduciendo algunas de sus obras. ¡Me gusta tanto! Pero todavía quedan muchas cosas inéditas, sin publicar. Y yo sigo escuchando sus cuentos, las narraciones de Tonino, por enésima vez. Nuestra vida es efímera. Pero a Tonino no le importa. Tiene todavía todo aquello que le hace falta: el espíritu, lo primero de todo, y la creatividad.
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