Licencia de conducir de Pedro Brum emigrado de la Alemania del Volga
Se calcula que dos millones de habitantes, de los 40 que tiene Argentina, son descendientes de “Alemanes del Volga”. Muchos de ellos saben poco acerca de sus orígenes y no se cuestionan la contradicción que supone ser alemán y del Volga. Pero hay que entenderlo en un contexto en el que, como comenta Miguel Bercini, vecino de Carmen de Patagones, “cualquiera con tez blanca, pelo rubio y ojos azules es ruso para nosotros. Mi hermano es así y le llaman ‘El Ruso’ Bercini”.
Esta historia comienza en 1762 en una Europa exhausta por las guerras y con Catalina II La Grande, de origen alemán, heredando el trono de Rusia. Un año después la zarina lanza un manifiesto invitando a alemanes cristianos a colonizar las tierras bajas del río Volga en unas condiciones extraordinarias: libertad religiosa, de educación y de uso del idioma; exención de impuestos y de cumplimiento del servicio militar; asignación de terrenos a perpetuidad y la posibilidad de comprar campos privados. Lo que se ocultaba detrás de esta atractiva oferta era la idea de usar a estos colonos como barrera para contener la invasión de tribus de calmucos y bashkires. Pero eso no impidió que 30.000 alemanes partieran como primeros colonizadores y que un siglo después se contaran 583 aldeas alemanas en los márgenes del Volga. A pesar de las muchas dificultades que tuvieron que superar en un territorio hostil y con la única posibilidad de ejercer actividades agrícolas bajo un clima extremo, llegaron a alcanzar un elevado nivel económico gracias al cultivo de trigo y centeno. Pero siempre vivieron al margen.
En 2013 se cumplirán 125 años de la llegada de los “alemanes del Volga” a Argentina. Coincidiendo con esta conmemoración un equipo de la televisión pública de Dakota (EE UU) rodará en Argentina un documental sobre cinco historias de colonización de alemanes incluyendo a los que partieron del Mar Negro y a la comunidad menonita. El proyecto está dirigido por el director y bibliógrafo de la Colección del Patrimonio de los alemanes del Volga, Michael Miller, y por el director del canal de televisión Prairie Public Broadcasting de Dakota del Norte.
“En Rusia no hubo mestizaje cultural”, cuenta Jorge Bustos, licenciado en historia y director del Museo Histórico de Carmen de Patagones. “En el Volga vivían en un entorno complicado, los llevaron a zonas de frontera con fortalezas, lugares hostiles”. Su forma de defenderse fue manteniéndose unidos, protegiendo como un tesoro su cultura y sus creencias que trasmitían a sus prolíficas familias. “Luego llegó el hostigamiento. Emigran en la década de 1880 porque no les garantizan lo que habían pactado con Catalina de mantener su lengua, sus escuelas y demás infraestructuras, algo que para los rusos era inadmisible. Les subieron las contribuciones, pero lo más problemático fue que los movilizaran para hacer el servicio militar”.
Uno de esos emigrantes fue Pedro Brumm, nacido el 11 de julio de 1897 en Saratov, Rusia, de donde partió con su familia siendo un adolescente en busca de nuevas tierras donde pudieran vivir en paz. Esta historia nos la cuenta Sonia Leliana Schroh, esposa de uno de sus nietos, Ernesto Hugo Brum. “Viajaron a América porque en Europa y Rusia había muchos problemas: guerra y pobreza. Llegaron en barco a Buenos Aires y allí compraron una carreta y caballos. Venían con mucha ilusión, poco dinero y alguna ropa”.
La tercera generación de los Brum es una de las pocas que mantienen aspectos culturales de sus antepasados. Ernesto habla alemán, “a veces lo practico con mis primos cuando nos juntamos”. A sus hijos también les enseña y quiere llevarles a escuelas a que lo aprendan. “Yo aprendí por la abuela, pero se está perdiendo mucho”.
Lo que también se perdió en muchos casos es la escritura original de sus apellidos; Brumm se escribe con dos ‘m’ pero quedó inscrito en los registros con una sola. “Ellos no sabían español y los funcionarios que los inscribían en Argentina bastante tenían con saber escribir, así que muchos de los apellidos terminaron desvirtuados”, comenta Manuel Schroh, otro descendiente de alemanes cuyo segundo apellido, Förster, terminó siendo para algunos de sus parientes Ferster.
Los alemanes del Volga que se instalaron en la Patagonia venían en realidad de La Pampa. “Llegaban de Coronel Suárez en La Pampa en unos carros conocidos como las ‘chatas rusas’”, nos cuenta Jorge Bustos. “No vienen directamente de Rusia. Cuando llegan acá ya tienen un par de décadas viviendo en la Argentina”
La gran ventaja que les ofrece la Patagonia es que es el único sitio que todavía ofrece tierras fiscales, pero muchos llegaron tarde al reparto y terminaron sobreexplotados por los arrendatarios de la tierra. “Los tenían en condiciones miserables”, relata Bustos, “por suerte algunos contaban con un pequeño capital que les permitió comprar tierra”.
Ese fue el caso de Pedro Brumm. En 1926 viajó hacia el sur en busca de tierras para trabajar y poder instalarse. Llegó hasta José B. Casás, trabajó como peón en tierras rurales y construyó una casa de adobe con sus propias manos en la que instaló a su familia. Tiempo después consiguió comprar unas tierras cerca de la primera colonia alemana en la Patagonia, Cardenal Cagliero, y siguió la tradición de sus antepasados en el Volga dedicándose al cultivo del trigo. En la actualidad, la tercera generación Brum también trabaja en la agricultura. “En esta zona qué vamos a hacer, trigo o avena, otra cosa no podemos hacer por el factor climático”, nos dice Ernesto.
Otros fueron más aventureros como Hans Kluppelberg quien probó suerte con la pesca y hoy sus descendientes siguen explotando los recursos del mar en el pueblo que fundó, Los Pocitos.
La gran diferencia entre estos alemanes y los que vivían en el Volga es que aquí rompieron con su pasado. “Ya no sufren invasiones y se relajan con el entorno”, explica Bustos, “los padres dejan de enseñar la lengua a sus hijos, hay algunos que mantienen a sus pastores luteranos, pero es un reflejo que muy pronto se apaga, ya no quieren mantenerse como en el Volga”. De alguna forma pierden su identidad, “pero entonces uno se plantea, ¿qué es la identidad?”, concluye.
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