Empeoran las relaciones entre Minsk y Bruselas

Foto de Itar Tass

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Tras las sanciones europeas, Lukashenko responde con dureza y se apoya en Moscú.

Es un enfrentamiento que dura ya más de un año, desde que, en diciembre de 2010, Alexánder Lukashenko decidió actuar con mano dura contra la oposición. Arrestos, juicios y condenas que hicieron sonar las alarmas en Bruselas, y que despertaron la preocupación de la Unión Europea por el precario estado de la democracia en Bielorrusia y la suerte de los perseguidos por motivos políticos.

Las condenas a muerte para los dos responsables del atentado que en la primavera del 2011 dejó quince muertos en la capital bielorrusa, aunque no han sido ejecutadas aún, solo han hecho que aumente más la tensión. Las sanciones impuestas a Minsk por la Unión Europea, que entraron en vigor a principios de marzo de 2012, son esencialmente de carácter económico y diplomático, y van desde la congelación de las cuentas de empresas bielorrusas activas en Europa hasta la prohibición de entrada a funcionarios de la Administración considerados responsables de violaciones de derechos humanos y civiles.

Estas medidas no perjudicarán gravemente al país, pero indican que se ha entrado en una nueva fase de severidad. La reacción de Lukashenko fue repatriar a dos embajadores occidentales y afirmar que Bielorrusia no va a ceder a presiones externas. Así, el desencuentro con la Unión Europea sigue agudizándose; también han llegado a un punto crítico las relaciones con Polonia, país que encabeza las críticas a Lukashenko y que sirve de refugio a diversos miembros de la oposición bielorrusa en el exilio.

Posteriormente, Bruselas tomó la decisión de convocar a todos los embajadores de los países miembros, oficialmente para una “consulta”, en respuesta a la expulsión de los representantes de Polonia y de la Unión Europea, considerada un “acto de hostilidad”.

Solo Moscú ha mostrado solidaridad. El presidente saliente, Dmitri Medvédev, ha tildado de “inadmisibles” las sanciones contra Bielorrusia, y ha ofrecido su apoyo a Lukashenko, cada vez más aislado en el frente occidental.

Si a los problemas políticos se añade el hecho de que el país vive todavía una difícil situación económica, contra la cual Lukashenko ha buscado el apoyo de su gran vecino, con privatizaciones que, entre otras cosas, han puesto bajo control ruso toda la red de tuberías de gas gestionada por  Beltrangaz, es evidente que el centro de gravedad bielorruso se está desplazando hacia el Este.

La confrontación entre Minsk y Bruselas favorece, en definitiva, a Moscú, deseosa de recuperar su área de influencia en el espacio postsoviético. En realidad, el Kremlin, que también pone de su parte, es el pescador que gana en el río revuelto: Lukashenko, que siempre ha tratado de afirmar su independencia y su autonomía, se vende cada vez más, y la Unión Europea no ha sido capaz nunca de encontrar la voluntad y la estrategia adecuada para ganarse a Bielorusia.

Exactamente la misma situación se ha inaugurado entre Kiev y Europa, donde el caso de Yulia Timoshenko es solo el síntoma más visible de una relación que ninguna de las partes ha sabido gestionar correctamente, fracasando así en conseguir sus objetivos. Y, al final, también en esta ocasión será Moscú la que podrá sacar provecho.

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