Fukushima: crisis en cuatro dimensiones

Foto de Reuters

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La envergadura de la catástrofe de Fukushima afecta profundamente a Japón y parece que el país ha dejado atrás la época de prosperidad y tranquilidad.

La primera vez que el emperador japonés se dirigió a su pueblo fue el 15 de agosto de 1945, día que de la capitulación nipona en la Segunda Guerra Mundial. La segunda vez ocurrió con el accidente en la central nuclear Fukushima-1. La envergadura de la catástrofe es equivalente.

Los fundamentos de las instituciones japonesas difícilmente se podrían haber visto afectados por un gran terremoto, uno de los más grandes en la historia de Japón, ni por una ola gigante que lo siguió, ni por el número de víctimas. Los terremotos, tifones y tsunamis son parte de la historia de Japón, de su cultura, de su economía y forman parte del día a día de los japoneses. En las aulas japonesas cada estudiante está sentado sobre una almohada naranja que utiliza como protección en caso de algún terremoto. Un movimiento tectónico resulta casi una banalidad.

El país se vio inmerso en una nueva realidad después de que un tsunami alcanzara la central nuclear que se encontraba en la costa del Pacífico. La ola dejó fuera de funcionamiento el suministro eléctrico y las estaciones termoeléctricas de petróleo que alimentaban el sistema de enfriamiento del reactor, instalado a sólo seis metros por encima del nivel del mar. Cómo resultado, se derritieron los núcleos de tres de los reactores. El accidente recibió el séptimo nivel, el más alto posible, en la escala de la OIEA (Organismo Internacional de la Energía Atómica). La cantidad de radioactividad liberada a la atmósfera equivale a un 20% de las emitida en Chernóbil. El problema es que en cada estudio que se realiza para medir la gravedad de la crisis, los resultados son cada vez son peores. Y no sólo debido a las nuevas fugas radioactivas.

“Tus enemigos te despreciarán, si te ven descuidado”, dice Yamamoto Tsunetomo, en su código samurai “Hagakure” del siglo XVII. Dicho con delicadeza, la visión japonesa sobre el criterio de “limpieza” del resto del mundo es cuanto menos escéptica. Lamentablemente, ese símbolo de identidad nacional se vio  socavado tras Fukushima. Los medios de comunicación de masas hablan sobre la presencia de radioactividad en el arroz, las verduras y el pescado. “La extrema escrupulosidad de los japoneses, la limpieza total y la seguridad, aquello, de lo que en Japón nos sentíamos orgullosos, dio paso a la suciedad. Te sientes como una cucaracha radioactiva”, me comentó un colega japonés unas semanas después del accidente.

Este sentimiento casi sagrado por la limpieza avivaba las quejas contra la clase dirigente. La oposición culpaba al gabinete del, por aquel entonces, Primer Ministro Naoto Kan de combatir la crisis de una manera inadecuada. Los argumentos eran evidentes. No resultaba difícil enfriar, por lo menos, las partes de los reactores accidentados con los equipos de control de incendios. El ánimo de la gente y la falta de movilizaciones hizo que el gobierno se salvara de la dimisión. A pesar de eso, Kan se vio en la necesidad de irse para evitar conflictos en su propio partido. La oposición Demócrata Liberal no aprovechó esta oportunidad para retomar el poder, dos años y medio después de haberlo perdido. Los conservadores, que tuvieron una posición dominante en la política del país durante más de 50 años, se encuentran en una crisis aún más profunda que los demócratas que ocupan el gabinete. La política en Japón se encuentra al borde de la parálisis, ante un período de compromisos inestables, en un momento que necesita cohesión y orden cómo nunca en su historia.

La cuestión es que el país carece por completo de hidrocarburos y en este momento su equilibrio energético se encuentra en un estado lamentable. El problema debe ser solucionado inmediatamente.

Inevitablemente, el accidente en Fukushima provocó una profunda crisis de la energía atómica. Las centrales nucleares proporcionaban el 30% de la energía eléctrica, y hoy en día sólo funcionan dos de las 54 que hay en el país. El resto se encuentra bajo revisión técnica. Existe la posibilidad de que este mismo abril se dejen fuera de uso las centrales restantes, y no se sabe cuando podrán volver a ser activadas. Las comunidades locales se oponen a la energía atómica de manera clara y tajante.

Por otro lado, el problema con las importaciones se ha agudizado. Tokio, bajo la presión de EE UU, está a punto de unirse al bloqueo petrolero contra Irán, país que representa el 10% de la oferta mundial de crudo. En general, se expanden los problemas en Oriente Próximo: se agrava el conflicto latente entre Irán y Arabia Saudí, hay síntomas de desestabilización en Irak y Libia, y la posición de EE UU en la región cada vez es más ambigua. Y todo esto con la creciente demanda petrolera de China, India y Sur Corea de fondo.

Una de las variantes para la superación de la crisis contempla la posibilidad de un trabajo en conjunto con Rusia. En la conferencia de prensa realizada con motivo del aniversario del accidente el Primer Ministro japonés, Yoshihiko Noda, señaló: “Pienso, que Japón y Rusia tienen importantes perspectivas de ampliar su cooperación, sobre todo en el ámbito energético. (…) Hablamos de esto con los dirigentes rusos y llegamos a la conclusión de que ambos países deben trabajar sobre el tema”.

Japón siempre contó con el petróleo y el gas siberiano, habiendo participado en la colonización de la isla Sajalín. Después de la catástrofe, a petición japonesa, Rusia aumentó significativamente el envío de gas licuado a tierra nipona. Comenzaron los acuerdos para la instalación de una segunda planta para licuar gas en la costa rusa del Pacífico. En diciembre, el oleoducto “Siberia del Este – Océano Pacífico” llegará al lejano puerto oriental de Kazmino. Se necesita dar un salto cualitativo, para el que ya existe una base objetiva en cuanto a geografía y recursos.

El mayor problema en las relaciones entre Moscú y Tokio, es el relacionado con las Islas Kuriles del sur, reclamadas por Japón. Por otro lado, EE UU no ve con buenos ojos las intenciones de Moscú de establecer relaciones con sus vecinos en temas de intereses compartidos sobre energía. Lo mismo ocurrió en Europa cuando se realizaban las instalaciones de gaseoductos desde Rusia.

De modo que si Tokio toma la decisión de cooperar con Rusia (actualmente las alternativas japonesas son mínimas), se verá en la situación de no solo tener que cambiar sus pretensiones territoriales hacia Rusia, sino también de considerar la posición respecto a EE UU, que desde el final de la Segunda Guerra Mundial ha sido considerado como la única garantía de seguridad.

El accidente en Fukushima minó las bases del gobierno y la sociedad japonesa, y está poniendo a prueba la fortaleza económica y la política, además de la seguridad y la conciencia social. El tiempo dirá si Japón es capaz resolver el conflicto, pero parece que la tranquilidad y la prosperidad son parte del pasado.

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