Occidente no tiene nada que temer

Foto de Itar Tass.

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¿Cómo será la política exterior de Rusia durante la nueva presidencia de Vladímir Putin? Los medios de comunicación y los expertos comenzaron a debatir sobre ello mucho antes de las elecciones. Por razones desconocidas prevalecía la opinión de que con el “nuevo” Putin las relaciones entre Rusia y el mundo iban a empeorar. Así lo reflejaba recientemente el diario británico The Guardian, que asegura que “en la arena internacional, Rusia sigue jugando un papel negativo, combinando la persecución de sus propios intereses estratégicos con los intentos de irritar a Estados Unidos”. El autor del artículo, Luke Harding, combina este tipo de oscuros pronósticos con la idea de que el nuevo gobierno de Putin tiene ciertas analogías con el régimen del soviético Brézhnev.

Curiosamente, Serguéi Udaltsov, líder de un grupo de izquierdas de la oposición rusa al que la prensa occidental ha calificado de “preso político” por sus quince días de detención acusado de vandalismo, tiene una opinión completamente diferente. “Putin es el político más occidentalista de toda Rusia”, declaró en su entrevista al periódico Literatúrnaya Rossiya. “Ha cerrado las bases militares soviéticas en Cuba y Vietnam, ha permitido que la OTAN llegue hasta el territorio de la antigua Unión Soviética admitiendo a los países bálticos a principios de los años 2000, y guarda el dinero del presupuesto ruso en bonos del tesoro estadounidense”.

Esto decepcionará a los nacionalistas rusos, pero lo cierto es que Udaltsov tiene razón en cuanto a los hechos. Dentro del comportamiento amistoso de Putin en relación a Occidente también se podría hablar de su consentimiento para que se establecieran bases militares norteamericanas en  en Asia Central en 2001, así como la cooperación con los países occidentales en su lucha contra los talibanes en Afganistán (en 2001, el ejército talibán fue derrotado no tanto por las tropas norteamericanas, como por la afgana Alianza del Norte, la cual estaba provista de armamento ruso).

¿De dónde proviene entonces esta persistente sensación sobre el carácter “antioccidental” de la política exterior de Putin? “Parece que estamos ante una situación en la que los medios de comunicación mantienen un mito que ellos mismos han creado”, considera el conocido columnista y politólogo Stanislav Belkovski, crítico con Putin desde una posición que él mismo describe como “demócrata nacionalista”. “Putin no es nacionalista, Rusia ha dejado de ser una potencia mundial y se ha acabado por convertirse en un estado tranquilo que sólo tiene ambiciones políticas no agresivas a nivel regional. Pero como los medios de comunicación en Occidente hablan de ello desde hace tanto tiempo que la gente está inconscientemente convencida de la  “agresividad” de Putin”.

Es interesante comprobar que el presidente Dmitri Medvédev, a punto de dejar su cargo, no haya tomado tantas decisiones beneficiosas para Occidente en el ámbito de política exterior. El logro más importante de Medvédev, el “reinicio” de las relaciones con EE UU, que permitió firmar un nuevo tratado de reducción de armas estratégicas, ha sido también un logro del presidente Obama, que por un momento dejó de ver a Rusia como una amenaza. Sin embargo, aún sin ser presidente (porque es el presidente quien define la política exterior rusa), Putin ha podido llevar a cabo una serie de iniciativas importantes en política exterior. Una de ellas es la mejora de las relaciones con Polonia a partir de 2010, tras la visita conjunta de los primeros ministros de ambos países al monumento dedicado a la memoria de los presos de guerra polacos fusilados en Katýn por orden de Stalin.

“Estoy completamente convencido de que la mejora de las relaciones entre Rusia y Polonia esbozada en aquel momento era un proyecto personal de Putin”, considera Waclaw Radziwinowicz, corresponsal en Moscú del periódico polaco más prestigioso,  Gazeta Wyborcza. “Y cuando poco tiempo después de la reunión de Putin con el primer ministro polaco Donald Tusk tuvo lugar el accidente de avión del presidente polaco Lech Kaczyński, fue Putin el que se dedicó personalmente a lidiar con las consecuencias de aquella tragedia”. En general, este es típico estilo de Putin: ayudar en un momento crítico a un socio no demasiado cercano para mejorar, de esta manera, las relaciones. En el caso de Polonia fue el accidente del avión presidencial, y en el caso de Japón, la catástrofe en la central nuclear de Fukushima. En aquel momento Putin afirmó inmediatamente que Japón podría sustituir con gas ruso la falta de energía. 

Ante estos hechos, ¿con qué pueden contraatacar los críticos de Putin? Normalmente con referencias a su pasado en la KGB y con analogías con Brézhnev o Stalin. Por ejemplo, Luke Harding describe estas elecciones como “el momento “Brézhnev” de Putin” (Putin’s Brezhnev moment). Pero entonces surge una pregunta tanto para los historiadores como para la gente mayor: ¿pueden ustedes recordar al menos unas elecciones en las que hubiesen ganado Stalin o Brézhnev? No, ¿y saben por qué? Porque no había elecciones. No existía un procedimiento según el cual se propusieran candidaturas a todo el pueblo. El pueblo no podía valorar a Brézhnev o Stalin porque por ellos votaba, vigilada por la KGB, la masa gris de los altos funcionarios del partido reunidos en una sola sala. Por eso Brézhnev y Stalin no necesitaban campañas electorales “al estilo Putin”, que tanto irritan a la prensa occidental por su primitivismo y se espíritu de espectáculo. ¿Qué se le va a hacer? Los espectáculos no demasiado inteligentes son un elemento importante de la democracia actual. En la época de Brézhnev o Stalin la propaganda oficial se reía de las elecciones estadounidenses achacándoles su “primitivismo”. Pero la gente de a pie envidiaba secretamente este primitivismo. 

En realidad, Putin no tiene nada que ver ni con Brézhnev ni con Stalin, y este tipo de analogías ponen en duda la profesionalidad de sus autores, que siguen siendo incapaces de ver a Rusia sin el prisma de estos personajes históricos. La “nueva Rusia de Putin” no va a buscar conflictos con Occidente. La “nueva Rusia de Putin” simplemente quiere convertirse en un aburrido país normal y corriente, con una oposición no radical, sin una “alternativa revolucionaria” y con unas relaciones normalizadas con sus vecinos, desde la UE y EE UU hasta Turquía, el mundo árabe y China. Las relaciones con Occidente sólo empeorarán en caso de que éste intente imponer a Rusia una “alternativa revolucionaria”.

Dmitri Bábich es analista político de RIA Novosti

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