Los besos que no da Putin

A veces es preferible evitar la palabra Putin, porque su mera mención conlleva entrar en la arena política; Donde quiera que la digas o escribas acabará condensando el aire. Poco importa que tú creas ser justo porque al final siempre te arrepientes de haberla utilizado, ya que tus palabras serán recogidas por aquellos que no escuchan sino destilan.

Tomemos por ejemplo una frase relativamente neutral: “Putin es un gran judoka e incluso tiene cinturón negro”; pues bastará con darle un par de refritos para que parezca un churro arrojadizo o uno de caramelo, según el interés del que la cocine.

Por supuesto que en esto influye la exposición del personaje, el poder acumulado, y también la forma de gobernar. Y en esto me viene a la cabeza un monólogo de “Las manos sucias”, la obra de teatro que Jean-Paul Sartre publicó en 1948:

A vosotros los intelectuales, los anarquistas burgueses, os sirve como pretexto para no hacer nada. No hacer nada, permanecer inmóviles, apretar los codos contra el cuerpo, usar guantes. Yo tengo las manos sucias. Sucias de mierda y de sangre hasta los codos. ¿Y qué? ¿Te imaginas que se puede gobernar inocentemente?


No sé si Vladímir Vladímirovich conoce esta pieza de teatro, pero posiblemente le gustaría. A pesar de que el contexto es muy diferente, el problema existencial sobre el que reflexiona la obra persiste muy vigente.

Durante la campaña electoral a estas elecciones presidenciales se ha hablado mucho de amor, sobre todo entre aquellos que apoyaban la candidatura de Putin.

Por ejemplo en este vídeo (teóricamente dirigido a las votantes más jóvenes), se lanza el mensaje “la primera vez sólo por amor” para convencer del voto al hasta ahora primer ministro ruso.

“La primera vez no tiene que doler; ha de ser con amor, y por eso ha de ser con Vladímir Putin”, dice un doctor en este otro vídeo.

“Lo importante, sobre todo la primera vez, es que sea con alguien de quien estés segura… y con él no será peligroso”, se asegura en este.

Y “Hagámoslo juntos”, concluye el último entre achucheos y carantoñas.

Lo cierto es que el amor siempre ha estado presente en la forma de gobernar de Putin, aunque más que amor ha sido erotismo.

Para no crear falsas expectativas me remonto a las raíces de ambos términos: Amor puede ser identificado como el Ágape griego, que significa altruismo y dedicación por los que te rodean. Mientras que erotismo viene sin duda de Eros, que refleja otra de las caras del sentimiento: la atracción física y la posesión.

En los últimos años amor y erotismo se han usado casi indistintamente en los medios de comunicación rusos, dejando atrás la interpretación tradicional que en Rusia se daba a ese sentimiento. Durante siglos, amor estuvo identificado con abandono, y de hecho en el ruso antiguo amor y piedad eran la misma palabra (al igual que en la tradición japonesa).

Este cambio, que en sí conlleva una mayor exposición y una menor participación, tampoco ha sido el único. El culto al glamour en la cultura “celebrity” de los últimos años y la reducción del espacio público para las personas gays también es otra forma de regular el amor, establecer canales de inclusión (y exclusión) y reafirmar el conservadurismo.

Como ya ocurriera en Astraján, Ryazán, y Kostroma, el parlamento local de San Petersburgo acaba de aprobar una ley que prohíbe la difusión y discusión pública de cualquier práctica “queer” (homosexual o lesbiana), equiparándola con la pedofilia.

Comparaciones como esta no son nuevas en Rusia, a pesar de que ya en 1993 se despenalizaron oficialmente las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo. Así, en los últimos años esta minoría ha tenido que soportar las persecuciones de alcaldes como Yuri Luzhkov o descalificaciones de “satánicos” por parte de la iglesia ortodoxa.

Mientras tanto, personajes abiertamente homosexuales y cantantes lesbianas han sido bienvenidos en la televisión rusa, si bien para legitimar el orden hegemónico, ya que siempre han aparecido como perversos, exagerados, o infantiles, anulando pues cualquier posibilidad de autenticidad.

Todas estas medidas entrarían en lo que el filósofo francés Michel Foucault describió como biopoder, una forma de gobernar que resulta “diabólica” cuando se confunde con soberanía.

Siguiendo con la alegoría, tu padre escogería una serie de pretendientes y tú elegirías a quién besar. Al final, querido por todos los rusos, el padre se presenta como un monarca elegido.

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