Podría suponerse que el ejercicio de la
jefatura del Gobierno durante los últimos cuatro años fue para Putin un
buen descanso, ya que este domingo pretende obtener en la urnas un nuevo
mandato presidencial, esta vez por seis años, con opción a ser
reelegido por otros tantos.
Con sus 59 años bien llevados,
Putin, el exagente del KGB que el 31 de diciembre de 1999 el entonces
presidente ruso, Borís Yeltsin, presentó al país y al mundo como su
sucesor, se muestra dispuesto a asumir el mando con renovados bríos.
Sus detractores se burlan de la imagen de macho alfa que proyecta de
él -con su evidente consentimiento- la propaganda oficial, y no pierden
ocasión para resaltar que su lozano aspecto es mérito de sustancias como
el bótox, más que de la naturaleza.
Esta vez, Putin se somete
al veredicto de las urnas sin una guerra en marcha, como ocurrió en
2000, con la de Chechenia, ni con los laureles frescos de vencedor del
separatismo y de adalid contra la desintegración del país, como en 2004.
En esas dos ocasiones no tuvo competidor: tras las penurias de los
años 90 la sociedad rusa ansiaba a un dirigente joven, coherente,
enérgico, capaz de poner orden en el país y de devolverle a éste su
antiguo poderío, y Putin parecía tener ese perfil.
Los sondeos indican que el próximo domingo los otros cuatro candidatos a la Presidencia tampoco serán rivales para Putin.
Su principal adversario, a juzgar por la multitudinarias
manifestaciones de protesta de los dos últimos meses, es el descontento
casi transversal que suscita el sistema político erigido por él desde
que llegó al poder.
En un primer momento, el expresidente se
mostró sorprendido por la magnitud de las manifestaciones, convocadas
por intelectuales y grupos de la más diversa orientación, que no forman
parte de la llamada oposición parlamentaria.
"Dejad que los monos vengan a mí", declaró Putin con su habitual estilo barriobajero tras las primeras protestas.
Pero al poco andar, cuando se comprobó que quienes salían a la calles
eran miembros de la nueva clase media, el candidato cambió de discurso y
aseguró que estas manifestaciones habían sido posibles sólo gracias a
los avances conseguidos durante su gestión.
Putin llegó
incluso a ofertar diálogo a la oposición, eso sí, siempre y cuando ésta
fuera capaz de presentar interlocutores válidos.
Desde su
entorno se oyen voces que auguran una versión 2.0 del líder ruso para el
próximo período presidencial, pero los opositores denuncian que su
objetivo es perpetuarse en el poder.
"Se quedará por lo menos
hasta el año 2030", aseguró el político ultranacionalista Vladímir
Yirinovski, uno de sus cuatro rivales en la cita de la urnas del próximo
domingo.
Jurista de formación y con un máster en economía,
Putin es acusado por sus adversarios de ser el principal responsable de
la corrupción rampante en el país y de haber convertido a sus amigos de
San Petersburgo, su ciudad de origen, en multimillonarios.
Fue
allí, en la antigua capital imperial rusa, donde tras abandonar el KGB
con el grado de teniente coronel, Putin dio los primeros pasos en la
administración pública.
En 1995, tras cuatro años en el
Ayuntamiento de San Petersburgo, donde llegó a ser teniente de alcalde,
se trasladó a Moscú, donde su carrera alcanzó velocidades meteóricas.
En la capital comenzó en el Gabinete de la Presidencia, luego pasó a
la dirección de los servicios secretos, y de ahí a la presidencia del
Gobierno y la jefatura del Estado, todo esto en apenas cuatro años. EFE
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