Daniel Utrilla en un partido del Zenith y el Real Madrid en San Petersburgo.
También conoce los trucos de ese oficio que es vivir en Moscú. Si el barman sube la música para echarnos él se acerca a su interlocutor; si la camarera se lleva su cerveza cuando está medio llena, Daniel pide otra. Y es que este madrileño-soriano aterrizó en Rusia allá por 1998, y ha ejercido como corresponsal de El Mundo durante 11 años. Ahora ha aparcado el periodismo para escribir una novela (¿sobre taxistas moscovitas?).
Normalmente la gente da entrevistas cuando presenta un libro o una película, pero a ti te ha tocado por no hacer nada…
- Pues imagínate cuando empiece a ‘hacer cosas’ la que se va a liar... Cuando rompa el cascarón de este ‘paréntesis’ con un libro o algo importante entre manos (una maqueta gigante de la catedral de San Basilio hecha con palillos trabados, por ejemplo) espero que respondas a mis llamadas y me hagas entrevistas enjundiosas.
¿Echas de menos el periodismo tanto como los lectores añoramos a Dani Utrilla?
- Duele la pregunta, porque me consta que hay un puñado de lectores (rusófilos, lectores despistados o aficionados al dislate en general) a los que siento y presiento haber dejado en la estacada al colgar mis hábitos de corresponsal de El Mundo en Moscú después de tanto tiempo, y cuya ausencia al otro lado me genera también a mí una sensación de orfandad. Volveré a practicar el periodismo sobre hielo, de una forma u otra. En concreto me gustaría recuperar la práctica del blog, que es el formato periodístico que más añoro por tratarse de un género sin género donde caben todos los excesos temáticos, de estilo o ‘característicos’ (por número de caracteres).
Trabajar 11 años consecutivos en cualquier profesión, incluida la de probador de colchones, puede resultar estresante y autodestructivo, sobre todo en un país tan desmesurado (en todos los sentidos) como es Rusia. “El periodismo es una profesión provechosa siempre y cuando se deje a tiempo”, decía Hemingway. Yo sólo la he aparcado. Sentí que era necesario parar la noria y detenerse a otear el horizonte. También llega un momento en que el periodismo no basta para conocer y dar a conocer Rusia: por eso quiero darle una oportunidad a la literatura en este periodo de excedencia. Llevo unos meses redescubriendo Rusia con otra mirada más reposada, más profunda y lúdica a la vez, menos condicionada por las urgencias de la actualidad. Lo cierto es que en esa ‘nada’ que dices que habito, me siento ahora bastante lleno (los diez puntos de ventaja sobre el Barcelona son ya el colmo que contribuye a colmarme).
¿Se liga más yendo de escritor que de periodista?
- Rasputín era iletrado y mira la(s) que montó en las saunas de San Petersburgo. En general, tengo la sensación de que en Rusia deben de ligar más los obreros que pican el hielo de las aceras que los periodistas, un gremio que no goza del prestigio que tiene en EE. UU. y Europa Occidental debido al componente casi mártir que rodeó a esta profesión desde los años 90, cuando la muerte violenta de informadores rusos dejó de ser noticia-bomba debido a su frecuencia. En cambio, en Rusia el escritor siempre fue idolatrado como una figura casi sacerdotal que, de alguna manera, permanecía en contacto con la parte mistérica de la vida. Yo me metí en periodismo creyéndolo emparentado con la literatura, y resultó que eran primos lejanos que no se dirigían la palabra. La mirada del periodismo es directa y punzante, mientras que la de la literatura es más envolvente y tangencial, como la de Gagarin en su vuelo de 108 minutos alrededor de la Tierra.
¿Todavía te sobresaltas cuando suena el teléfono y tienes pesadillas con tu redactor jefe?
- Confieso que a veces, instintivamente, movido como por una especie de reflejo pavloviano, me llevo la mano al bolsillo de la chaqueta donde solía llevar el teléfono del periódico, que era como un segundo corazón. El cerebro aún sigue conectado mentalmente al teléfono, de la misma manera que dicen que se siente la mano después de que te la amputen. La práctica del periodismo en una corresponsalía no te permite desconectar jamás de la actualidad: el corresponsal que diga que desconecta miente o tiene un doble.
¿No te resulta significativo que la gente comience a protestar en Rusia justo cuando tú te cortas la coleta?
- Durante muchos años he cubierto los mítines de líderes opositores como el ex premier Kasianov, el liberal Nemtsov o Garry Kasparov: daban los mismos discursos que ahora y no reunían a más de mil personas. ¿Qué ha pasado? Parece que las redes sociales, sobre todo en Moscú y San Petersburgo, han canalizado el afán contestatario y levantisco de los jóvenes, prácticamente desterrado de Rusia en los últimos diez años. Los jóvenes con menos de 20 años no recuerdan el caos de los 90, un pasado reciente conjurado por Vladimir Putin y que es su carta de presentación ante sus votantes más fieles (que lo encumbrarán en marzo con o sin infracciones). A diferencia de lo que ocurrió en las protestas post-electorales de Ucrania en 2004, cuando un candidato se vio directamente perjudicado por un pucherazo, en Rusia no hay un rostro que aglutine el descontento (la oposición está compuesta por comunistas, liberales de derecha y neobolcheviques con idearios dispares e irreconciliables).
Aquella revolución naranja, una protesta teóricamente democratizadora que nació con un fuerte componente anti-putinista, acabó siendo un fiasco absoluto (en 2010 los ucranianos encumbraron en las urnas a Yanukovich, el enemigo de aquella revuelta popular), lo que carga de razón al Kremlin a la hora de exorcizar las manifestaciones callejeras como un peligro para la estabilidad y que consideran teledirigido desde Occidente.
¿Te imaginas a Mourinho de entrenador del Anzhi ruso?
- La verdad es que no, pues no sería coherente con aquello que dijo en su día, cuando criticó indirectamente a Pellegrini afirmando que, después del Madrid, él no entrenaría a un equipo menor, sino a otro grande. Yo, en cambio, que he sido árbitro y amo con locura este deporte, no tendría ningún problema en fichar como utillero (o utrillero) del Anzhi por un puñado de petrodólares.
Parece que la profesión de periodista está en peligro de extinción… ¿Malos tiempos para la lírica?
- Al margen de la crisis (el buen reporterismo es caro), la prensa escrita se ha desnortado en los últimos tiempos atropellada por los ritmos vertiginosos de internet y de las redes sociales. Hasta hace bien poco los periódicos tenían el monopolio de la información, del análisis en profundidad. Ahora los periódicos deben competir prácticamente en tiempo real con las agencias, con los blogueros, con twitter. La metamorfosis no ha concluido. Se pueden cuestionar muchos aspectos de la deriva actual del periodismo, pero no creo que sea el momento de “zarandear el bote”, como le espetó Putin a la oposición hace unas semanas.
Comenzaste de corresponsal antes de que Putin se hiciera con las riendas del país… ¿has visto alguna evolución en el gobierno?
- Más que en el gobierno, en el país. En 1998 llegué a Rusia por primera vez para estudiar ruso en el Smolny de San Petersburgo (el antiguo colegio de señoritas que durante la revolución de 1917 Lenin habilitó como cuartel general) y me encontré con un país técnicamente tercermundista: una economía quebrada, colas en los bancos, ahorros esfumados como en los últimos años de la perestroika, un presidente ‘zombi’ sostenido en volandas por oligarcas y el orgullo militar ruso enterrado en las cunetas de Chechenia. Le guste o no a Occidente, lo cierto es que en diez años Vladimir Putin le ha devuelto a Rusia el papel de superpotencia energética y geopolítica que había perdido. El veto ruso a la resolución sobre Siria en la ONU habría sido imposible en 1999, cuando Rusia pasó por el aro del bombardeo aliado sobre Yugoslavia.
Ese resurgimiento (impulsado por el auge de los precios del petróleo que acompañó al ascenso de Putin) es una de las razones del éxito del putinismo en Rusia, por mucho que sus métodos sean repudiados por Occidente (o precisamente por eso). A raíz de la últimas protestas, el Kremlin se ha dado cuenta de que tiene que dotar de sentido al pluripartidismo, inexistente en la última década, si no quiere alimentar el descontento. En este sentido, el presidente Medvedev tuvo reflejos al promover inmediatamente después de la primera gran protesta post-electoral algunas reformas de calado como la recuperación de las elecciones directas de los gobernadores regionales (suprimidas tras el secuestro de la escuela en Beslán en septiembre de 2004).
Recomiéndanos una película soviética y un libro ruso.
- Una película soviética: ‘El 41º’ [‘Sorok pervi’, en ruso]. Estrenada en 1956, en pleno deshielo jrushchoviano, narra la historia imposible de amor entre un oficial del Ejercito Blanco y una guerrillera del Ejército Rojo que no pierde la cuenta de la cuarenta de ‘blancos’ que lleva abatidos (de ahí el título). A la frescura de los diálogos (emociona ver a una pareja discutiendo por cuestiones macro-ideológicas de escala planetaria y no por el control del mando a distancia) se une una curiosa anécdota: cuentan que el beso de esta película fue el primero del cine soviético. El final deja helado y sin necesidad de abrir las ventanas.
Un libro ruso: Cuando leí por primera vez Anna Karenina estuve varias semanas como paralizado, presa de palpitaciones y sin poder leer nada más (algo parecido me pasó tras el gol de Zidane en la final de Champions de 2002): el monólogo desvariado de Anna antes de arrojarse a la vía creo que no ha sido superado.
Tampoco me canso de releer ‘Habla memoria’ de Nabokov, una radiografía sentimental de los últimos años de la Rusia blanca. En este libro delicioso el padre de ‘Lolita’ colecciona con precisión de entomólogo los recuerdos de aquella Rusia blanca de su infancia que palidecía moribunda extinguirse cuando la abandonó a los 18 años expulsado por la bayoneta bolchevique.
¿Cuál es el personaje más raro que encontraste durante tus 11 años de corresponsal?
- Un gigante ucraniano de 2,55 metros que vivía en una aldea que no aparecía ni en los mapas (para mí fue como viajar a los confines de la Tierra Media). Su mano era del tamaño de un televisor, sus dedos amorcillados no podían marcar los números del móvil que le había regalado el presidente Yushchenko (el eterno foso entre pueblo y el poder) y miraba a los manzanos por encima del hombro. Aunque también me acuerdo mucho de Pelagueia Zakurdayeva, una anciana de 118 años que vivía en Barnaúl (Siberia) y que se acordaba que lloró del día que mataron al zar en 1918. A su primer marido lo mataron en la Guerra ruso-japonesa de 1905 y mientras le preguntaba cosas se metía compulsivamente tabaco en la nariz, como Catalina II. Rusia tiene un problema demográfico, pero está superpoblada de personajes. Basta con parar un coche con la mano, y ponerse a hablar con el conductor.
¿Rusia sigue siendo "tierra incógnita" para la mayoría de Europeos?
- Sí, pero lamentablemente ya no por falta de información (como pasaba antiguamente), sino por falta de interés. Sin embargo, ahora que Rusia corta el bacalao (o el esturión) junto con los países BRICK, muchos empresarios y profesionales empiezan a aprender ruso y a enjaezar los trineos rumbos a tierra de zares. Resulta curioso que las últimas manifestaciones actuales no sigan en Rusia los mismos patrones que en Europa: los rusos que salen a la calle a -20º no son ‘indignados’, aunque lo parezcan. Y no lo son porque Rusia -como China o la India-, vadea la crisis con las arcas llenas de liquidez generada la exportación de crudo y gas.
¿Lo tuyo con Rusia fue amor a primera vista o una cita a ciegas?
- Fue amor platónico, aunque nunca he descartado la reencarnación. Cuando tenía 13 años recuerdo que le dije a mis padres muy serio que quería estudiar ruso: en aquel momento (la URSS seguía en pie) aquella declaración de intenciones debió de ser catalogada en mi vecindario como ‘fenómeno paranormal’.
Los grandes amores se forjan en la distancia, decía Stendhal, y con Rusia creo que la lejanía (5000 kilómetros en línea recta saliendo de Madrid por la M-30) juega a favor del romanticismo. De Rusia es muy difícil enamorarse a primera vista porque, de entrada, es un país demasiado agresivo, extraño e ingobernable para el extranjero (¿se puede uno enamorar a primera vista de un bello ejemplar de mamut lanudo que galopa hacia ti barritando?). Para instalarse en este país, uno tiene que haberse enamorado de antemano de la imagen arquetípica de Rusia, con el humus de los clásicos (Guerra y Paz, Anna Karenina, El Abrigo de Gogol) y de los largometrajes de Hollywood que nos incitaban a verla como la mala de la película sin dar demasiadas explicaciones (Firefox. Un, dos, tres o Cortina Rasgada, por citar algunos clásicos del cine bipolar). Creo que mi rusofilia es ante todo pasión por una estética. Es difícil de explicar porque nos movemos en el territorio movedizo de lo irracional, pero pondré un ejemplo: cuando en el metro de Moscú y veo a una pareja de policías rusos con esos abrigos grises tan largos y sus gorros cuadrados, (un uniforme que me evoca directamente la Rusia ferroviaria de los zares) su aparición me conmueve estéticamente... Cuando veo a los jugadores del Madrid de punta en blanco me pasa algo parecido, aunque por razones completamente diferentes. Quizá todo esto nos conduce al pozo del subconsciente donde recalan como canicas las miradas de la infancia.
Juan Soto Ivars acaba de publicar ‘La Conjetura Perelman’, un thriller ambientado en la Rusia actual, pero curiosamente él no ha pisado este país (aún). Al margen de que para Borges los verdaderos escritores no tienen que viajar a un lugar para escribir sobre él, lo cierto es que pocos países además de Rusia tienen una imagen preexistente o imaginaria, distinta a la real, y tan concreta al mismo tiempo. Esta imagen fue la que llegó a Occidente a través de los grandes clásicos que dibujaron el alma rusa y adquirió una imagen propia y muy nítida.
¿Te sigue desquiciando la matushka o ya le bailas al agua?
-Este país es indomable y desquiciante en el sentido más lúdico del término. Uno se siente como el niño que vuelca en su trineo al deslizarse por una colina, y que sube desaforadamente de nuevo a lo más alto de la colina para volver a caer de nuevo. Nunca se acaba de entender este país. Y ahí está la gracia, en la fricción cultural.
A modo de juego, yo te digo una palabra y tú respondes lo primero que se ocurre:
1. Gagarin.: El día más importante de la historia de la Humanidad desde la ascensión de Jesucristo.
2. Alma rusa: El eterno McGuffin de la literatura rusa y expresión de la contradicción humana (cuerpo-espíritu, bella-bestia, comunismo-consumismo) que entre rusos se manifiesta de una forma más acentuada, como si el clima extremo se les colara por la ventana del alma. Churchill dijo que el alma rusa era “un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Y podríamos añadir que el enigma está oculto en una matrioshka metálica bien soldada, metida a su vez en una caja fuerte alojada en el último compartimento estanco de un submarino nuclear hundido en lo más profundo del lago Baikal... La risa será cuando al abrirla descubramos que el alma rusa es en verdad una coctelera para mezclar cerebro y corazón a partes iguales (con unas gotitas de vodka a modo de catalizador).
3. Nabokov.: Na-book-ov nos enseñó que la literatura es un juego de guiños. De detalles. De destellos. Un estética. Sin colorantes ni edulcorantes morales. Un juego de palabras. De palabracadabras.
4. Stalin.: Diminutivo de Stalin.
5. Pelmeni.: una de las doce pruebas en el camino hacia la rusificación (entre las que se encuentran la ‘bannia’ o sauna rusa, la recogida compulsiva de setas o los bailes agarrados en discoteca-mesón).
¿La rusofobia se cura con vodka?
- Sí, y también la rusofilia, entre otras enfermedades incurables de alma.
¿Hay vida más allá de Moscú?
- Si, y además es mucho más barata.
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