Dibujo de Natalia Mijáilenko
Hace treinta años, en el Atlántico Sur estalló un conflicto armado entre Argentina y el Reino Unido. El suceso tenía lugar muy lejos de Rusia. Sin embargo, en los medios de comunicación surgieron inmediatamente especulaciones acerca del apoyo soviético a la parte argentina.
Aunque nunca llegó a confirmarse oficialmente, durante mucho tiempo circuló en la prensa internacional la siguiente historia: en mayo de 1982, diez días después del lanzamiento de un satélite soviético, las fotos que este había sacado llegaron a manos de los militares argentinos. Gracias a esta información pudieron hundir dos barcos británicos, un destructor y un buque de carga en pocos días. ¿Cómo actuaría Rusia si en nuestros días se repitiera un conflicto análogo al de las islas Malvinas? Podemos afirmar con toda seguridad que Moscú reaccionaría de una manera diferente.
En la época soviética la ideología se convertía muchas veces en un argumento decisivo a la hora de tomar decisiones políticas. Para definir la posición rusa ante acontecimientos militares en otros países, se valoraban en primer lugar las ideas políticas de las partes, su relación con los movimientos comunistas o de liberación nacional, así como los intereses potenciales de la economía soviética en la región. Aunque muchas veces dentro del gobierno de la URSS se oían opiniones divergentes, incluso opuestas, respecto a quién había que apoyar. Por ejemplo, durante la guerra entre Irán e Irak, entre 1980 y 1988, los dirigentes del Partido Comunista vinculados a las relaciones internacionales propusieron ayudar a Irán, mientras que el Ministerio de Defensa se pronunció a favor de Irak.
Después del desmoronamiento de la Unión Soviética, la posición rusa en relación a los conflictos en otros países sufrió un cambio importante. Podríamos suponer que a partir de entonces el único criterio sería el interés económico en la región correspondiente. Esta afirmación no es del todo cierta. Sin duda alguna, la actuación de Rusia se caracteriza por su pragmatismo, que puede ser tanto de índole económica como geopolítica. No sólo valora las amenazas que una confrontación pueda suponer para sus mercados tradicionales de exportación, sino que también analiza la situación desde el punto de vista de las amenazas potenciales para su seguridad.
Sin embargo, a diferencia de la época soviética, cuando prácticamente cualquier conflicto en el planeta implicaba a una confrontación entre la URSS y EE UU, hoy en día Moscú no apuesta por la necesidad de oponerse a Washington sino, más bien, por el fortalecimiento del sistema de derecho internacional y de las instituciones que lo mantienen. Rusia ha perdido el estatus de “superpotencia” con el que se enfrentaba a Estados Unidos. Cuando delante de nuestros ojos uno de los agentes clave de la política internacional se debilita y aparecen nuevos, es muy importante conservar las reglas establecidas del juego geopolítico. Aunque sólo sea porque la destrucción de las instituciones internacionales creadas después de la Segunda Guerra Mundial amenace con sumir en el caos a todo el sistema de las relaciones internacionales.
Este punto de vista difiere de la opinión más difundida entre las élites políticas internacionales. Los partidarios de esta visión alternativa afirman que los cambios que han tenido lugar en el mundo últimamente, es decir, el debilitamiento de las posiciones de Europa y EE UU, el desplazamiento de los centros del desarrollo económico hacia Asia y la “primavera árabe”, tienen un carácter global y exigen la adopción de nuevas leyes, más actuales, que tengan en cuenta la nueva realidad. Por ejemplo, se propone legitimar que las fuerzas exteriores se inmiscuyan en los conflictos internos de terceros países cuando haya una violación de los principios democráticos o exista la necesidad de defender a la población civil de las acciones de las autoridades. Lo hemos visto en Libia y ahora se está produciendo en Siria.
Estas nuevas normas de actuación internacional existen en las cabezas de algunos políticos, pero no se reflejan en ningún acuerdo y tampoco son reconocidas por institución internacional alguna. Sin embargo, muchos miembros de la comunidad internacional se basan en ellas a la hora de valorar los conflictos actuales.
Por su parte, Rusia se pronuncia en contra de la destrucción de las instituciones internacionales existentes, en las que tradicionalmente ha jugado un papel importante. Moscú considera que es posible modernizar las relaciones anteriores, pero estas modificaciones no implican que haya que prescindir de las estructuras creadas durante los últimos cincuenta años, sobre todo, porque es un sistema que funciona (y en muchas ocasiones, funciona eficazmente) en caso de conflictos en otros países.
Gracias al sistema existente se pudo resolver el largo conflicto en Sudán que culminó en 2011 con la división del estado en dos partes: Sudán del Sur y Sudán del Norte. La aplicación de las normas del derecho internacional y el mecanismo del Consejo de Seguridad de la ONU no han permitido que la confrontación militar entre Israel y Líbano, que dura ya varios años, se convierta en un conflicto internacional. Al contrario, el menosprecio a estas normas condujo en 1999 a una guerra entre la coalición de los países occidentales y Yugoslavia. Como resultado, Yugoslavia se desintegró en varios países pequeños que entraron inmediatamente en conflicto. El fuego balcánico no se ha apagado hasta el día de hoy.
Moscú no está en contra de modificar el sistema del derecho internacional en un futuro, pero propone ponerse de acuerdo de antemano, “cuando todavía se esté en tierra firme”, y no utilizar estos nuevos enfoques en la política internacional de una manera arbitraria, sólo cuando se trate de regímenes políticos que no gusten o no convengan a alguien. Mientras tanto, hasta que aparezcan nuevas leyes internacionales aprobadas por todas las potencias mundiales, Rusia propone a sus socios seguir solucionando los conflictos con los antiguos métodos de probada eficacia. Moscú considera que sólo con este enfoque se podría evitar el caos geopolítico en las relaciones internacionales.
Por eso, en caso de que surgiera un conflicto análogo al de las islas Malvinas, la posición de Rusia sería previsible y se basaría en dos principios. En primer lugar, abogaríamos por la suspensión inmediata de la confrontación armada y, en caso de necesidad, por introducir tropas pacificadoras de la ONU. En segundo lugar, Rusia apoyará la aplicación rigurosa de los principios del derecho internacional para resolver la situación y, en algunas situaciones, incluso estaría dispuesta a actuar como mediador.
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