Dibujo de Serguéi Yolkin
Los sucesos en Oriente Próximo y Medio son una demostración más del acercamiento del fin del mundo multipolar. La situación geopolítica actual se asemeja más a la de un mundo sin polos, donde las funciones de gendarme se cumplen de la peor manera, independientemente de quién se encargue.
EE UU se está debilitando, debido al proceso de reformulación de la economía mundial, la crisis financiera y la expansión tecnológica (incluso, de tipo militar) de los países, que hasta ahora estaban dominados por el Occidente. Por su parte, la Unión Europea se ha mostrado vulnerable como competidor económico de EE UU, e inconsistente en tanto que potencia militar. A falta de un oponente ideológico con el mismo poder que la URSS – ni Rusia ni China pueden aspirar a ello, a pesar de estar cada vez más abiertos y con un grado más alto de integración a la política y economía internacional - los intentos de movilizar a la sociedad occidental contra un nuevo “eje del mal” no encuentran respuesta. Lo cierto es que no se asoman al nivel de consolidación que existía durante la Guerra Fría.
Los actores principales y los secundarios
Los protagonistas del “Gran Juego”, que a principios del siglo XX estaban condenados al sometimiento y al reparto de sus territorios, – nos referimos a Turquía, Irán y China - llevan a cabo hoy en día una política independiente. Lo mismo sucede en India, Japón, Corea del Sur, Sudáfrica, los estados del sudeste de Asia y los países árabes, cuyos intereses y posicionamiento dependen cada vez menos de Occidente.
La creciente oposición del Irán chiíta al bloque árabe sunnita, donde el liderazgo lo ejercen las conservadoras monarquías de la Península Arábiga, unificadas en el Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo (CCEAG), acercan la región a la guerra. Existe la posibilidad de que sea una “guerra de agotamiento”: la opción menos peligrosa para Teherán, comparando con un bloqueo del estrecho de Ormuz o un ataque de la República Islámica a la “Isla de de los Árabes”, que conllevaría una inminente respuesta de EE UU y demás países de la OTAN, garantes de la seguridad de las monarquías árabes. Las fuerzas de la CCEAG abortaron una posible intervención chiíta en un provincia levantina del reino saudita y en Baréin.
Tanto los círculos que en su día se orientaron hacia la URSS como los liberales pro occidentales han sufrido una derrota en la lucha por el poder durante “primavera árabe”. En Egipto (con la participación de la Junta Militar) y el Magreb, son los “Hermanos Musulmanes” y sus múltiples clones salafitas y tradicionalistas, los que se disputan el gobierno. Las monarquías árabes son sus principales padrinos e inversores. Occidente es un socio potencial y un posible mercado de salida. Por lo que respecta a Rusia, Egipto y Magreb no muestran interés alguno.
Paradojas de la coyunturaactual
La caída de regímenes autoritarios en los países del norte de África ocasionó no solamente un vacío de poder, sino que también provoca un exceso armamento moderno, incluyendo Sistemas de Defensa Aérea Portátiles, Misiles Antitanques, minas pesadas y otros. Esto abre una nueva etapa para el desarrollo y avance de los grupos terroristas.
Jordania y Marruecos, que mantienen relaciones estables con la Federación Rusa y fueron invitadas al CCEAG, tienen serios problemas internos, y dependen bastante más del apoyo de Occidente y de las monarquías del Golfo Pérsico, que del nivel de entendimiento con Moscú. La Junta Militar de Mauritania se alía con Francia y EE UU, a pesar de haberse unido al bloque antisirio. Algeria, como de costumbre, se mantiene aparte, siendo la última autocracia laica en el Magreb.
De manera paradójica, la única frontera estable, por la cual no hay flujo de armas y soldados a Siria, que hace frontera con Israel. Tel Aviv, formalmente en guerra con Damasco, está interesada en estabilidad de Siria. Si esta cae en el caos seguramente provoque una reacción en cadena en Líbano, Jordania y en la costa de Oriente.
En este escenario, Turquía desempeña un papel importante. Ankara controla una organización de oposición armada en las regiones fronterizas de Siria y acoge a refugiados políticos en su territorio. Apoya a los que se oponen a el-Asad y dispone de medios para un ataque que no podría ser repelido por Damasco, en caso de que lo considere necesario. Aunque Turquía también puede intervenir con un contingente militar limitado en las regiones del norte de Siria, al igual que en Irak. Ésta operación contará con el apoyo del mundo árabe y Occidente y contribuirá a integrar a la OTAN, de la que Turquía es miembro.
Por lo que respecta a la ONU, cumple un papel técnico; aunque, como demostró la guerra en Irak, las operaciones militares de los Estados Unidos no necesitan de su beneplácito. A una operación militar occidental le basta que el Congreso de EE UU apruebe el presupuesto y que también lo hagan los parlamentos europeos. El funcionamiento de la ONU permite a Rusia y China bloquear en el Consejo de Seguridad las resoluciones, como en el caso de Libia, pero no debe sobrevalorarse su relevancia. Al mismo tiempo, es muy importante para la OTAN manejar el juego entre las potencias, que sufrió dificultades significativas en cuanto a coordinación de tareas en Libia, donde incluso Alemania (uno de los estados europeos clave) terminó despeñando un rol pasivo y simbólico.
¿Que debería hacer Rusia?
En lo que puede suceder alrededor de Siria e Irán, Rusia posee pocos alternativas. Puede entregar a el-Asad y apoyar la derrota de Irán, como exigen los liberales rusos, las monarquías árabes y Occidente. Turquía tampoco lo reprobaría. Sin embargo, ¿para qué?
Moscú puede ponerse del lado de Irán en contra de los árabes y Occidente. Es lo que busca el bloque conservador y patriota junto al lobby iraní. De nuevo, ¿para qué?
Aunque, en realidad, la Federación Rusa debería mantenerse en el rumbo actual. Aceptando de antemano que el gobierno de un país, es quien mejor sabe lo que le conviene, cuáles son los riesgos, y por qué un determinada alternativa es la mejor.
En los últimos 25 años, el apoyo de Occidente no le ha traído a Rusia lo que realmente necesitaba, ni lo que se le había prometido. Occidente no ve a Moscú como un socio del mismo peso, como lo demostraron los acontecimientos en Libia, es decir, las pérdidas que sufrieron las compañías rusas, a pesar de la neutralidad positiva de Rusia en la ONU. Cómo resultado, si alguien precisa de la ayuda rusa en Siria – e incluso en Irán – sabrá que le va a salir carísimo. No se trata solamente de negocios, sino de estrategia: los intereses geopolíticos de Rusia han sido ignorados por la comunidad internacional durante todo el período post soviético, mientras que en la actualidad se pronuncian con más determinación.
La intención de convertir a Moscú en un socio militar y político de Teherán, enfrentándola con Occidente, resulta bastante nociva.
La actual política de Moscú permite a Rusia mantener su imagen y ganar tiempo, no tanto para favorecer a Irán o Siria, sino para guardar sus propios intereses. Si Washington llega a entregar a sus colaboradores árabes, tendrá una justificación táctica a corto plazo, sin embargo, sería un error estratégico que no haría más que confirmar el dicho árabe: “Ser enemigo de Norteamérica es peligroso. Ser amigo es doblemente peligroso”. El coqueteo con los islamistas no traerá nada, excepto un posible nuevo 11 de septiembre. Aunque las monarquías árabes son las que promueven y coquetean con los islamistas.
Occidente, Turquía o incluso Irán no son aliados de Rusia y tampoco podrían serlo.
Sus intereses contradicen los intereses nacionales independientemente de su posición de dominio en el espacio post soviético o su grado de influencia religiosa. No importa si se trata de las rutas de gaseoductos fuera de la frontera rusa en Turquía, o de la repartición del Caspio, sobre lo que insiste Irán, o de la construcción conjunta con Qatar de estaciones de Gas Natural Licuado (GNL) en centros europeos, donde llegan el gas ruso. La situación es difícil y conflictiva, y así seguirá siendo.
Un ataque a Irán o Siria, si se lleva a cabo, debilitará a aquellos quienes decidan llevarlo a cabo. Se frenaría la construcción de tuberías que pretenden competir con los proyectos rusos. La amenaza chiíta sobre los islamistas sunnitas cierra el círculo y los encierra a todos, debilitando el problema del radicalismo dentro de Rusia. Por su parte, EE UU tendría que recordar las consecuencias de lo que significó su apoyó a los islamistas de Bin Laden. Además, en el caso de que Irán sea atacado, los refugiados políticos, se dirigirían a Azerbaiyán y Rusia. Este sería un asunto de organización, que no acarrearía más problemas, a juzgar por las actuales experiencias israelíes.
Por último, independientemente de si se cambia o no el régimen en Teherán, eso no será un problema para Rusia. En cualquier caso, si tenemos en cuenta los casos de Irak y Afganistán, parece imposible controlar la situación en Oriente Próximo.
Yevgueni Satanovskii, presidente del Instituto de Oriente Medio (Institut Blizhnego Vostoka)
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