Las primeras imágenes que saltaron a los medios de comunicación cuando quebró Lehman Brothers fueron las de sus trabajadores saliendo del cuartel general de la empresa -un edificio de imponentes proporciones en la ciudad de los rascacielos- con una caja de cartón entre las manos. La mayor quiebra económica de la historia no podía circunscribirse únicamente a una ciudad o un país. Y en ésas estamos. El dibujante Randy Glasbergen lo describe perfectamente en una de sus viñetas, en la que un directivo le dice a una empleada: «Susan, realmente no sé qué haríamos sin usted, pero a partir de mañana lo averiguaremos». El nuevo paradigma global de la flexibilidad en el empleo es una caja de cartón, a poder ser reciclable. Cuatro años después de escribir «Los bajos fondos», Gorki viajó a la futura ciudad de Lehman Brothers. «Penetrar en esta ciudad –como dejó registrado en “La ciudad del diablo amarillo”- es como hacerlo en un estómago de piedra y acero, un estómago que ha tragado a unos cuantos millones de ciudadanos y ahora los devora y digiere».
«Los bajos fondos» fue la siguiente tentativa de Gorki después de su primer título teatral, «Los pequeños burgueses», que desencantó a quien, por entonces, era uno de sus máximos alentadores, Antón Chéjov. En una carta éste le expresó que la obra tenía un defecto tan irreparable como «teñir de rojo a una pelirroja»: el conservadurismo formal. Gorki no tiró la toalla y contraatacó con otro texto que, por primera vez, subía a los escenarios a los marginados de la sociedad sin el edulcorante del romanticismo. Entonces sí le sonrió la diosa fortuna, y «Los bajos fondos» se convirtió en el acta notarial de la situación del país. Desempeñaron el mismo papel, por ejemplo, las fotografías de Maxim Dmitriev, en particular las de su exposición «Hambruna severa en la región de Nizhni Nóvgorod», que sirvieron de material de trabajo para los ensayos de la compañía de Konstantín Stanislavski.
Albert Tola y Carme Portaceli firman la adaptación del texto a la realidad contemporánea. Del refugio «Bugrov» para los sintecho en la orilla del Volga al submundo de la red de metro, una arquitectura más cercana a la clase media que Carme Portaceli, también directora del montaje, ha querido que estuviera en el punto de mira. Y más específicamente, como apunta el escenógrafo Paco Azorín, los lugares de tránsito, que no son ni andenes ni vestíbulos, más bien lugares en suspensión, sin identidad. La obra original transcurre en un refugio para una clase social excluida y, lo peor de todo, sin esperanza. El principal reto dramatúrgico ha consistido en mostrar que actualmente la degradación moral y económica es mucho menos evidente de lo que parece, como puede dilucidarse del último informe «Pobreza y exclusión social 2012», en el que se afirma que un 22% de los hogares españoles se encuentra al borde de la pobreza. Desde esa barrera se observa al montaje, desde la posibilidad de que cualquiera de nosotros puede cruzar la línea en cualquier momento. «Creo que la gente que vive en estas circunstancias es lo que más interesó a Gorki. En su caso, las clases más desfavorecidas de la Rusia zarista. En el nuestro, cualquiera de nosotros en este mundo neoliberal sin freno. También su terrible desesperación por un mundo que, como el nuestro, no tiene futuro. Creo que ésta es la gran tensión que prima en el escenario», declara Carme Portaceli.
Otro de los cambios más significativos de la dramaturgia es la transformación del viejo Luká, el único portador de una migaja de esperanza en el páramo de desolación moral, en una joven de nombre Sveta [“svet” significa luz]. Albert Tola justifica el cambio porque así el personaje ganaba un mayor peso simbólico, no sólo por su condición femenina sino también por su juventud, en un momento en que algunos se atreven a decir que se ha perdido toda una generación. «La cuestión de cómo la juventud puede afrontar el paisaje del mundo actual adquiere más relevancia». Por ello la lectura más importante de la obra es que, por descorazonadora que sea la situación, una brizna de esperanza da sentido a la vida. «Que lo importante de los sueños no es que se cumplan, sino que en el camino por conseguirlos nos hagan mejor personas», apunta Portaceli. Cada día que la obra está en cartelera parece que la actualidad se empecine en hacer más necesaria una reflexión transversal y crítica de la situación. En especial cuando quienes se presentan como agentes salvadores mostrando en una mano la manguera apagafuegos todavía sostienen en la otra la lata de líquido inflamable.
Hasta el 26 de febrero en el Teatre Nacional.
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«Els Baixo fons» de Maxim Gorki
Dramaturgia de Albert Tola i Carme Portaceli
Dirección de Carme Portaceli
Con Nao Albet, David Bagés, Manel Barceló, Mohamed el Bouhabi, Roger Casamajor, Lluïsa Castell, Jordi Collet, Daniel Feixas, Gabriela Flores, Lina Lambert, Lina Lambert, Albert Pérez, Xavier Ripoll
Escenografía de Paco Azorín
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