El fútbol que se lee

Ilustración de Pep Boatella.

Ilustración de Pep Boatella.

Pecaríamos de simplistas si afirmáramos que, en los deportes, todo empieza y acaba en el terreno de juego. Por esa misma regla de tres, la prensa deportiva sólo debería poner la lupa en jugadores, técnicos y árbitros, es decir, todo lo que se requiere para un partido de fútbol. «Panenka», con sólo cuatro números en la calle, ha demostrado que el deporte rey es una excusa para hablar de las pasiones que mueven el mundo, sus sueños. Y es más, que el buen periodismo es capaz, con un pequeño detalle de la realidad, de construir toda una historia. Chéjov sólo necesitaba un cenicero.

Las modas cambian. Basta con echar un vistazo a la pasarela de los futbolistas de la primera división, reconvertidos en los gladiadores del siglo XXI. Hagan la prueba y observen la portada del #4 de «Panenka». Desde ella, nos mira Valeri Shmarov con las siglas «CCCP» estampadas en su camiseta blanca de la selección y un pantalón corto Adidas rojo. Luce un corte de pelo de chico de barrio, su mirada es cándida. No parece precisamente un «rompepiernas». Sujeta una red con cuatro balones y sonríe tímidamente a cámara. Parece como si, después del entrenamiento, no le quedara otra que coger el autobús de línea y volver a su apartamento en una ciudad dormitorio del extrarradio. Y ahora, repasen mentalmente a cualquiera de los componentes, pongamos, de la selección española: cabello cincelazo, ropa técnica, coche deportivo. Por suerte, lo que todavía no ha pasado de moda es el gusto por el buen pulso narrativo, las buenas historias.

 

Recibí«Panenka» por correo postal previo pago en su sitio web. Lo que a priori podría parecer un producto amateur, un fanzine perpetrado por un grupo de amigos forofos del balompié, se reveló, al tacto, una revista de culto. «Porque pensamos en un proyecto muy cuidado, tanto en el contenido como en el continente. La apuesta por el papel, o por un diseño mimado, o por una fotografía bien trabajada, o por un acercamiento al mundo de la infografía y la ilustración, forma parte del mismo esfuerzo por contar de la mejor manera las historias. De nada vale un buen texto si no va acompañado por una estética acorde. El papel nos da un punto de romanticismo, un guiño vintage que la revista también tiene, y la acerca a un producto a medio camino entre el magazine y el libro. Y además hace algo que la web, de momento, no puede: huele a tinta», nos explica Aitor Lagunas, de la redacción de «Panenka».

Portada de Panenka dedicada al fútbol postsoviético

 

En mi caso, no me considero un lector habitual de la prensa deportiva, pero me llevé la revista para matar el tiempo en la cola de entrega de impresos de Hacienda; cuando me di cuenta, se me habían pasado diez personas por delante, pues olvidé controlar el número del turno en la pantalla. Por la tarde, me la llevé para leerla en el metro: me pasé tres paradas. No sólo leí el cuadernillo sobre fútbol postsoviético, también la letra pequeña de los créditos: allí también había un guiño escondido. «El fútbol es nuestra lente –prosigue Lagunas-. A través de él puedes mirar muy lejos y en cambio seguir encontrando elementos comunes, familiares. El balón bota igual en casi todas partes, ya sea en los campos polvorientos de Sudán del Sur o en el césped artificial de un estadio de la MLS. La pelota es un poderosísimo agente de la globalización, en sus dos voces: activa y pasiva».

 

 

 

Ilustración de Pep Boatella.


¿Y cómo ve el fútbol postsoviético «Panenka», bautizado en honor al exfutbolista checoslovaco que inauguró una forma de tirar los penaltis con casta y sangre fría en la final de la Eurocopa del 76? Pues como el resultado del gran penalti fallado por Gorby. «Es el caso de un seductor abogado de provincias, que fue trepando por la inextricable escalera de caracol de la política soviética. Como buen canterano, aceptó destinos poco apetecibles hasta que llegó adonde siempre había soñado: el Kremlin», o el principio del fin. Marc Benetts, el periodista inglés autor de «Football Dynamo», analiza las consecuencias del declive de la liga soviética, tan rica en estilos como multiétnica. Fue el dinero de los oligarcas lo que salvó el fútbol ruso de la caída libre: Suleiman, Abramovich, Fedorichev, Kadirov, Fedun… Y con el dinero llegaron, claro, los partidos disputados en los despachos. Y más tarde el racismo, que casi hace peligrar la candidatura rusa a ser sede del Mundial 2018. Le sigue una jugosa entrevista entre el guardameta Rinat Dasaev y el delantero Alexánder Zavarov.

 

 

El especial de «Panenka» también descubre al lector español el documental «The Other Chelsea», sobre el Shaktar Donetsk, dirigido por el alemán Kakob Preuss., presentado en Moscú el pasado diciembre. El documental es otra demostración de que fútbol, política y poder son una peligrosa y santa trinidad. También de que lo interesante ocurre fuera del terreno de juego.

 

 

Finalmente, el periodista Rafael Maranhao explica, ejemplo de Anzhi mediante, la situación invertida del fútbol actual: los equipos crecen de forma planificada y artificial en una ciudad no porque allí exista un caldo de, sino por otro tipo de intereses. La afición también se crea. De nuevo, política y poder. Maranhao viaja hasta Majachkalá, duerme en el destartalado y orgulloso hotel Petrovsk, donde hacen parada los equipos visitantes, desgrana los proyectos de futuro de Kerimov y se entrevista con Roberto Carlos. ¿Quién puede pedir más? «La caída de la URSS supone un hito que cambia la dinámica histórica. Y nosotros queremos acercarnos a realidades históricas, culturales, sociales o políticas desde la perspectiva del aficionado al fútbol», apunta Aitor Lagunas.

 

«Panenka» es una revista I+D+i, el «The New Yorker» del fútbol, un manifiesto periodístico del “storytelling”, el «Evasión o victoria» de la prensa. O en palabras de su redacción a «Rusia Hoy»: «Panenka supone, a la vez, un homenaje y una declaración de intenciones. Arriesgar, salirse del camino trazado y romper con lo que todo el mundo espera. Eso es lo que concentra la cabecera: sentir la pulsión de hacer las cosas diferentes y tener la poca estabilidad mental de ceder a ese impulso. Como Antonin en 1976».

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