Fotografías de Ruslán Sujushin
La Biblioteca se preparaba para la mudanza a un depósito temporal, pues el edificio donde se encuentra cuenta con más de cien años y ya exige una restauración. Los empleados empezaron con bastante tiempo de antelación a recoger el fondo principal de la Biblioteca debido a que empaquetar los libros lleva no poco tiempo. De momento, habían colocado en las cajas solo 500 millones de unidades del depósito, es decir, una séptima parte del mismo. “Las instalaciones, por su planificación, no son las adecuadas para una biblioteca, por esa razón, la colocación de los libros se dispuso de forma caótica. Cuando surgió la necesidad de nuevos lugares, con los medios disponibles, pusieron estanterías donde era necesario”, dice la subdirectora de la biblioteca Politécnica, Svetlana Kujtévich.
La Biblioteca del Museo Politécnico se creó en 1871, e incluso antes, el propio museo se componía al principio de donaciones de la Sociedad de Amantes de las Ciencias Naturales, formado por los catedráticos de la universidad de Moscú (Mendeléiev, Bútlerov, Méchnikov, Séchenov, Timiriásev). La reposición del Fondo permitió el intercambio de ediciones con el museo parisino de Historia Natural y con la Real Sociedad de Edimburgo. Después de la exposición del Politécnico en Moscú —en la cual participó la Biblioteca— en su Fondo empezó a incluirse literatura de todos los congresos científicos y exposiciones.
Con el fin de liberar espacio para las cajas con los libros, desmontaron las estanterías vacías. En el proceso descubrieron detrás de una de ellas una pared de madera contrachapada que extrañamente resonaba. “Desplazamos la pared de contrachapado y descubrimos que tras ella había... ¡libros! Tiramos la pared y ante nosotros apareció una montaña de libros, apilados ¡hasta el techo!”, cuenta Svetalana Kujtévich.
Según cálculos aproximados, en el nicho, de una longitud de dos metros, había unos 30.000 libros, que se consideraban perdidos. En general, en el zulo había libros anteriores a la Revolución en lenguas extranjeras: en francés, en alemán, en latín y en griego. “Todos los científicos y realmente la sociedad culta del siglo XIX conocían varias lenguas, por eso, no había demanda de ediciones en lengua rusa”, dice Svetlana Kujtévich. El ejemplar más antiguo es el libro Descripción de zonas pintorescas ocupadas por Alemania, publicado en 1706. La mayoría de ellos se imprimieron a finales del siglo XIX y principios del XX. Uno de los libros más modernos es de 1936, Mapa administrativo de la URSS, de la editorial NKVD.
La mayoría de los libros del ´depósito´ —como llaman los empleados al escondite— llegó a la biblioteca del Museo Politécnico del Fondo Estatal, que albergaba todas las colecciones privadas nacionalizadas. Se puede determinar quiénes eran los antiguos generosos dueños de algunos libros por los exlibris. Así, por ejemplo, en el catálogo completo de pájaros en lengua francesa figuraban los exlibris de los famosos comerciantes Mámontov.
En la época soviética, la Biblioteca entró a formar parte del Comisariado Popular para la Instrucción Pública. En ella se organizaban exposiciones relacionadas con todos los logros científicos del país, desde Literatura divulgativa sobre agricultura hasta Luminotecnia. La Biblioteca recibía un ejemplar gratis de las obras sobre Ciencias Naturales y Técnica que se publicaban en Rusia. Hoy en día, en los archivos están absolutamente todos los libros sobre Historia, Técnica y Ciencias escritos en lengua rusa.
A menudo se podía ver la acotación ´quitar el sello´ con las huellas de un exlibris arrancado. Pues en la época soviética intentaban, literalmente, apropiarse de todo nacionalizando las colecciones privadas. De forma milagrosa, el sello con el nombre del ministro de Instrucción Pública durante el mandato del zar Nicolás I, el conde Semión Uvárov permaneció en un libro con una estampación dorada, una edición de 1734 en francés, titulado Historia de los insectos.
De los libros en lengua rusa, atrae especial atención el llamado Las fuerzas productivas de Rusia, sobre todas las fábricas de todos los sectores de la industria. “Cuando lees un libro así, entiendes que en nuestro país todo prosperó y se llevó a cabo un proceso tal que quizá algunos países occidentales no consiguieron”, dice Olga Pleshkova, bibliotecaria jefe del Depósito.
Pero el libro que verdaderamente puede presumir de una larga vida es el manual de Historia de un estudiante de segundo curso de instituto, Serguéi Chelnokov, de 1906. Dentro el manual se encontraron hojas con notas del chico escritas a lápiz. Por ellas se puede observar que al principio tomaba apuntes de clase, luego empezó a aburrirse y esbozó algunos dibujos tras lo cuales aparece varias veces escrito el nombre del caudillo Barclay de Tolly.
Después de este maravilloso hallazgo, en el sótano de la Biblioteca se encontró otra pared más de contrachapado. Sin vacilar un instante, la echaron abajo y descubrieron dos nichos, donde también había libros de prensa extranjera del siglo XIX: revistas de Historia de las Ciencias y revistas técnicas de Arte y de Arquitectura, todos ellos amontonados hasta el techo. “Ahora podemos no solo completar nuestra colección de prensa, sino también sustituir las revistas en mal estado por sus copias encontradas en el zulo”, dice Svetlana Kujtévich.
Resulta especialmente importante el hecho de haber encontrado todos los ejemplares de la revista Engineering de diez años desde 1884, por ejemplo. Se trata de un hallazgo no solo para los bibliógrafos, sino para los investigadores en el área de la técnica. Aquí está recogida toda la herencia de los conocimientos de ingeniería. Además, la singularidad del hallazgo estriba en el hecho de que la prensa técnica extranjera llegara a Rusia exclusivamente a través de la biblioteca Politécnica.
El misterio que queda por resolver es la razón por la cual escondieron todos estos libros y revistas de Química, Física, Biología, Agricultura, Matemáticas, Historia, Astronomía y otras ciencias, siendo inofensivos ideológicamente.
No ha quedado ninguna evidencia de que la dirección de la sociedad o el poder soviético diera órdenes concretas de destruir los libros. Pero es posible que ante el temor de perder estas valiosas ediciones, los empleados del Museo decidieran esconderlos. Según palabras de Kujtévich: “Teníamos ciertas sospechas de que en algún lugar de la Biblioteca había un escondrijo con libros, pero dónde precisamente no lo sabíamos. La directora anterior trabajó aquí durante treinta años y no encontró nada”. Los bibliotecarios auguran que aún puede haber un zulo más con otro tesoro escondido.
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