No es muy habitual que un activista ruso del arte urbano traspase las fronteras y salte a los medios de comunicación extranjeros. El Big Bang empezó con «The Guardian» y ahora la red se ocupa de multiplicar el efecto. Le han querido colgar la etiqueta de «El Banski ruso», pero sabe que nadie crece a la sombra de los grandes árboles, como dijo Brancusi al declinar la oferta de trabajo en el taller de Rodin. Por eso, P183 recuerda que lleva más de doce años expresándose en el espacio público. «Le podéis encasquetar ese apodo a Putin», ésa es su respuesta.
La física cuántica descubrió que al observar un fenómeno de la naturaleza lo modificamos. Los medios de comunicación provocan un efecto parecido cuando ponen el foco en algo o alguien. Le pedí a P183 si podía contestarme a unas preguntas y me dijo que llevaba siete días seguidos sin dormir más de dos horas por culpa del revuelo montado. «Necesito descansar aunque sea un solo día, sin entrevistas». Me comentó que debía trabajar un par de jornadas más y luego necesitaba, como mínimo, otro día para descansar del tirón. Dos conclusiones se derivan de esto: estar en el punto de mira de los media no sólo modifica la percepción de los demás sino que aturde al protagonista y que a mí me tocaba hacer cola «sine die».
En la imagen una maqueta de ametralladora instalada en un parque, ¿metáfora de una sociedad militarizada?
Al día siguiente, ante un café, alguien me explicó en qué consiste el «Efecto Mateo» cuando saqué a colación la historia de P183. El nombre de tal fenómeno se debe a la conocida cita del evangelista: «al que más tiene más se le dará y al que menos tiene se le quitará para dárselo al que más tiene». Traducido al mundo de la investigación universitaria, el efecto refleja un hecho demostrable empíricamente: los autores más célebres son los más citados en sucesivos artículos sobre un tema, en detrimento de otros menos conocidos. Este efecto multiplicador funciona como una bola de nieve: convierte a los más célebres en consagrados por la propia dinámica. Internet, además, se dedica a apuntalar el efecto. Para neófitos, es lo mismo que pasa cuando, de viaje, buscas un lugar para comer y acabas entrando donde se ve más gente, lo que te convierte en anzuelo para los que vengan detrás, mientras que el bar de al lado se queda vacío. Banski sería nuestro autor consagrado y todo dibujo en blanco y negro en una pared con un discurso similar ya es un “Banski” o un primo de éste. P183 ha entrado en este círculo vicioso en cuanto su nombre ha sido asociado al del artista de Bristol. Mientras escribo esto, P183 debe estar durmiendo el sueño del guerrero. Desconectado.
P183 parece el nombre de algún personaje de “Nosotros”, de Zamiatin. No le he preguntado a qué se debe ese apodo. Mi compañero de café me comenta que ahora todo depende de cómo él juegue sus cartas. El arte es un juego. ¿Qué es y qué no es arte? ¿Quién lo legitima? Según cada cual, Banski puede ser considerado un artista con todas las letras, o un tipo ocurrente, o un simple vándalo pero con estudios superiores. Tal vez una mezcla entre el Roto y Chema Madoz con una sólida base de marketing. El arte es un juego de rol, y cada cual defiende su papel lo mejor que sabe. Alexéi Brodovitch dijo que la vida del artista es como la de la mariposa: si llega a los ocho meses se puede sentir un lepidóptero con suerte. Ocho minutos de fama, ocho semanas… ¿Cuánta notoriedad regala internet? Si P183 sobrepasa los ochos meses será un tipo con suerte. Pero ya no depende sólo de él. A fecha de hoy, el cuadro vendido por mayor precio son unos jugadores de cartas de Paul Cézanne. Y eso, por obra y gracia de Sheikha Al Mayassa, una joven de veintiocho años a quien sus padres, la familia real de Qatar, han provisto de una chequera ilimitada. Con esa arma de creación masiva de arte estampa su tag a lo que ella y su selecto grupo de expertos dictamina que es «Arte», como hiciera Catalina II cuando compraba colecciones enteras para llenar las paredes del Palacio de Invierno. El arte es un juego de cartas y cuando te toca una buena mano es el turno de apostar. Sheikja Al Mayassa tiene una escalera de color, color oro negro. Y con ella puede volver a reproducir el modelo finisecular del «high art». El arte es un juego, pero a veces sin adversario. Si decidieran que P183 es «Arte» podrían llevarse piedra por piedra el puente moscovita donde ha pintado su joven con bengala. Que se lo pregunten a David Choe, el grafitero hijo de inmigrantes coreanos, que decoró las paredes de las oficinas de Facebook hace siete años y le pagaron con un 0,02% en acciones de la empresa. Desde el pasado 1 de febrero sus grafitis valen doscientos millones de dólares. Nada que envidiar a Cézanne.
El arte urbano es una mezcla de situacionismo, pop-art y punk: vaga por la ciudad, percibe una lírica particular del paisaje, estampa su mensaje con la iconografía popular y, si además es incorrecto, mejor. Nos interpela porque, primero, sale a nuestro encuentro y, en segundo lugar, porque transgrede la norma. Su público no se limita al paseante, también lo es la cámara de seguridad. El grafiti es espontáneo, pero está codificado. En cambio el arte urbano planifica y utiliza un lenguaje globalizado, incluso puede tener un trabajo previo en el estudio, como el artista tradicional. El muro es su soporte, la unidad básica de la ciudad. Frente al urbanismo, la planificación y la política, el arte urbano emerge pcomo un acto de reafirmación individual. Sobre todo en momentos de crisis, cuando toda la norma está en entredicho. La aparición de P183 en los medios coincide con las protestas crecientes entre un sector de ciudadanos rusos. El arte urbano es una herramienta para despertar la autoconciencia. Hay mucho en juego.
Más arte de P183 enwww.183art.ru
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