Luciano Ferrer, de 27 años, de la provincia de Mendoza. Reside en Moscú desde hace tres años.
Hace tres años Luciano conoció a una joven rusa por Internet, a los pocos meses decidió venir a visitarla y desde entonces no volvió a pisar la tierra argentina. Nada más llegar a Rusia, se enamoró de su actual esposa y también de este país.
“Antes de venir tenía alguna información sobre Rusia. Pero la realidad me soprendió mucho. El país me fascinó. Me tratan muy bien aquí. Me siento muy cómodo, a veces mejor que en casa. Tuve una experiencia bastante negativa en Europa donde no siempre me trataron bien por el hecho de tener el pasaporte argentino. En cambio, aquí todo el mundo me recibe con los brazos abiertos”, comentó Luciano.
Ahora está casado, tiene un hijo de dos años y habla un ruso casi perfecto.
- ¿Te costó mucho trabajo aprender el idioma?
- Bueno, el ruso no es nada fácil, pero tengo la ventaja de poder aprenderlo en
la familia. Así que aprendí de la mejor forma posible.
- ¿Qué fue lo que más te gustó aquí?
- La nieve. Antes la vi en las montañas en Argentina pero nunca vi tanta como aquí. El año en que llegué
a Rusia, se llegó a -28º. ¡Fue una experiencia
emocionante!
Luciano es periodista. Da clases de español en Moscú y está terminando su libro
sobre Rusia en el que busca, según él, “un punto de encuentro entre ambos
países”: “Cuento en mi libro cómo es Rusia desde el punto de vista de un
argentino. Creo que los rusos y los argentinos tenemos mucho en común. Además,
ahora nuestros países tienen una relación más fuerte”, agregó.
- ¿Hay algo que te cuesta aceptar en Rusia?
- El nacionalismo. Muchas veces pude escuchar cómo los rusos hablan en contra de los chechenos, pero
también existe el nacionalismo por parte de los caucásicos. Si vas en un taxi y
el conductor es ruso, enseguida te preguntará de dónde eres, si el conductor es checheno hará lo mismo.
Lo único que le dificulta a Luciano su día a día en Rusia es el hecho de no poder trabajar legalmente. Al estar casado con una ciudadana rusa tiene derecho a obtener el permiso de residencia, pero debe esperar dos años más hasta que lleguen sus papeles. Otra opción es solicitar el permiso de trabajo, pero para hacerlo, primero debe ser contratado por alguna empresa rusa: “Si nadie te contrata, no vas a poder hacer nada. A no ser que pagues más de 150 mil rublos (5.000 dólares) para que una compañía falsa te lo haga. Es una de las principales dificultades a la que los extranjeros se enfrentan aquí”.
Sin embargo, Luciano confía en que pronto supere este obstáculo porque piensa quedarse en Rusia muchos años más con la única “condición” de poder viajar a la Argentina para que su hijo pueda conocer el país de su padre y aprender su idioma.
A. J., de 34 años, de provincia de Córdoba (por motivos obvios el protagonista de esta historia nos ha pedido que ocultemos su nombre). Hace cuatro años que vive en San Petersburgo.
No siempre la vida para los extranjeros en Rusia es un camino de rosas. Para algunos argentinos esta experiencia resulta demasiado dura y deciden volver a su tierra natal. Pero aun así, no se arrepienten de haber venido a conocer este país lejano, fuese como fuese el final de su “historia rusa”.
A. asegura que desde el primer momento “las cosas le han ido mal”. No tenía los papeles en regla y no estaba preparado para una lucha constante. No pudo adaptarse al país, según lo reconoce él mismo, y afrontar las dificultades que iban surgiendo en su camino.
Antes de venir a Rusia A. pasó ocho años en España donde conoció a su actual mujer rusa. En 2008, cuando estalló la crisis económica, perdió su empleo y no le renovaron el permiso de trabajo. Así que, en busca de buena suerte decidió venir a Rusia junto con su mujer. Poco después, en San Petersburgo nació su hija y A. consiguió ocuparse en la construcción con la condición de que trabajaría sin contrato. No tuvo muchas opciones y necesitaba el dinero así que se arriesgó y aceptó la propuesta. “Por fortuna no tuve problemas. La policía hacía la vista gorda, la administración pública y todos a mi alrededor me trataron bien e intentaban ayudarme, pero la vida se me hizo muy dura aquí”, confiesa el argentino.
Le preocupaba ganar muy poco – 1.200 rublos
al día (40 dólares) mientras en España por el mismo trabajo le pagaban 200
dólares. Pero lo más complicado fue el idioma que A. no logró aprender.
“Mientras vivía con mi mujer en España viajamos a Rusia cada año, así que
conocí el país y pensé que no sería tan complicado vivir aquí. Creo que debería
haber hecho las cosas de otra manera. Antes de venir a Rusia, hay que concretar
un trabajo desde la
Argentina y venir con los papeles en regla”.
A. planea regresar a la Argentina en febrero de este año para empezar su vida allí prácticamente desde cero: tendrá que buscar un trabajo y esperar a que su mujer y su hija se reunan con él en verano cuando termine el curso escolar.
Sebastián Suárez Fornero, de 28 años, de la provincia de Santiago del Estero. Pasó cuantro meses en Rámenskoie, una localidad en la región de Moscú, a 30 km de la capital.
Sebastián estudia el profesorado de inglés en Buenos Aires. El verano pasado vino a Rusia para aprender el idioma y conocer este país de una forma un tanto peculiar. No se apuntó en ningún curso de ruso en una escuela de idiomas, sino se ofreció para dar clases de español a cambio de recibir lecciones de ruso. El plan funcionó tan bien que pudo pagar el aquiler de su habitación no con billetes sino con clases. Además le ofrecieron horas en el bar “Breakfast with language” en la capital donde la gente aprende idiomas mientras desayuna.
Sebastián Suárez Fornero.
Foto de archivo personal
“He quedado fascinado por el país. Me deslumbró el tamaño que tiene Rusia. En
Argentina también tenemos plazas muy anchas y largas pero la magnitud de las
calles y avenidas en Moscú me impresionó”, comenta Sebastián.
- ¿Cómo te trataron?
- Cuando estaba preparando el viaje, algunos amigos me
advirtieron sobre el racismo en Rusia, me dijeron que teniendo la piel oscura
podría llegar a meterme en problemas. Pero no sufrí ninguna discriminación.
Tuve una experiencia muy positiva. Tal vez en una localidad pequeña como
Rámenskoie me veían como algo extraño, pero en Moscú me sentí como si fuera uno
más.
- ¿Hubo algo que te sorprendió?
- Una cosa que me sorprende mucho tiene que ver con el
carácater de los hombres. Me parece que la mujer rusa tiene un toque latino, es
muy abierta, divertida, simpática, en cambio, el hombre ruso es muy serio,
cerrado, apenas sonríe. Cuando me reunía con algunos amigos rusos y
les preguntaba a dónde íbamos a ir, siempre me contestaban lo mismo: “Vamos al
bar a tomar una cerveza”. Mientras que mis conocidas rusas procuraban enseñarme
la ciudad, me llevaban a sitios diferentes, así que siempre iba rodeado de tres
o cuatro chicas rusas. Mis amigos argentinos se burlaban de mí: “Sabemos que te
fuiste por las chicas”.
Sebastián pasó cuatro meses en Rámenskoie y tiene planeado volver a Rusia cuando se presente otra oportunidad.
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